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Asesinato en el Parque Sinaloa

Asesinato en el Parque Sinaloa, novela de Élmer Mendoza

Resumen del libro:

Elmer Mendoza, conocido por su estilo único y su habilidad para tejer tramas policíacas magistralmente complejas, nos sumerge en su obra más reciente, “Asesinato en el Parque Sinaloa”. La historia gira en torno a Edgar “el Zurdo” Mendienta, un exdetective que se retira de las fuerzas policiales, pero es arrastrado de vuelta al mundo del crimen por un favor que no puede negarse a su amigo Abel Sánchez: encontrar al asesino de su hijo, Pedro Sánchez Morán, cuya muerte en el Parque Sinaloa ha sido rápidamente archivada por la policía local. La trama se complica aún más con la presencia de la Marina en Los Mochis, la fuga del temido Perro Laveaga del cártel del Pacífico y su búsqueda desenfrenada de una mujer, Daniela K.

Mendoza despliega una intrincada red de intrigas y relaciones, donde cada personaje está entrelazado con los otros de maneras inesperadas. Desde el narcotráfico hasta la radiodifusión, pasando por los entresijos de la ley y el crimen organizado, el autor nos lleva por un viaje vertiginoso donde cada página revela nuevos secretos y giros inesperados.

Con una prosa ágil y envolvente, Mendoza captura la esencia misma del género policiaco, llevándonos más allá de la mera resolución de un crimen para explorar las complejidades del amor, la lealtad y la moralidad en un entorno marcado por la corrupción y la violencia. “Asesinato en el Parque Sinaloa” es una obra maestra que no solo desafía nuestras percepciones sobre el bien y el mal, sino que también nos obliga a cuestionar quiénes somos realmente y qué estamos dispuestos a hacer por aquellos que amamos.

En resumen, Elmer Mendoza nos ofrece una novela policíaca emocionante y llena de suspense que no solo deleitará a los amantes del género, sino que también dejará una impresión duradera en aquellos que buscan una exploración profunda de la condición humana en sus formas más extremas.

1

Maté al pendejo de tu novio. ¿Escuchó bien o eran los whiskies ingeridos? Me pidieron que te avisara. El pistolero había cerrado la puerta tras él y Larissa lo miró atentamente. ¿Es un regalo de quien creo? Era noche cerrada y estaban en la sala de su casa, Sin Bandera a bajo volumen, la pistola del asesino en su cintura, fuera de la camisa azul cielo, con una ligera mancha negra en una manga. Supo que el tipo no le diría más sobre eso. Mucho tiempo anheló escucharlo, Pedro Sánchez era un maldito estorbo que la había colmado hacía tiempo; era tan idiota que al toparse con el Grano Biz en el lugar y el momento equivocados, es decir, en esa misma sala y cuando estaba con ella, no hizo lo que toda persona sensata habría hecho: largarse a ver qué puso la puerca. Larissa vestía una falda floja y una blusa holgada sin brasier, ambas blancas, leía un documento sobre los derechos sexuales de las mujeres. Por el contrario, el imbécil provocó al Grano hasta que un sicario, así de flaco como éste, lo sacó a patadas. Vivió aterrorizado por unos días hasta que concluyó que nada le pasaría y que podría regresar a Culiacán tranquilamente, con más pena que gloria; sin embargo, Pedro era un hombre poco inteligente y pésimo a la hora de prever.

¿Cómo está el más cabrón de los seres hermosos? El jefe, feliz, parece que su nueva conquista está embarazada y vive celebrando. Algunas plantas reales, un librero con libros y cuadros originales en las paredes hacían la estancia más habitable. Para una mujer que tiene un novio estúpido y se convierte en amante de un narco poderoso es fácil explicar la vida, aunque a veces perciba las puertas del infierno. Sobre la mesa de centro dos vasos vacíos.

Una noche de ésas en que no paraba de sonar su celular el Grano lo sentenció: Voy a matar a ese hijo de la chingada, me tiene hasta la madre, se cree tu dueño, el puto. Es pendejo, ya te dije, todos los días le doy gas y no agarra la onda. Pues voy a hacer que la agarre, y apaga esa chingadera que ya me tiene hasta los huevos; si insiste no amanece el cabrón, y no quiero que lo veas, ¿entendiste? Manifestó esto tres semanas antes, y ellos se siguieron encontrando porque cortar a un imbécil requiere de exageradas dosis de crueldad que ella no practicaba, aunque era dura y vocinglera. ¿Te refieres a miss Municipio? Es la que rifa ahora. Me alegro por él, aunque esos niños tendrán la madre más puta de Sinaloa. El sicario, un hombre delgado que olía bien, la miró a los ojos. Verdes. El pedo es que estás en la polla, mi reina. Percibió el rictus de su boca, la volcadura de su corazón, el hierro en la sien. ¿Y mi niña, quedará completamente sola? Reflexionó. Valiendo madre, el Grano fue muy claro: Si sigues con ese cabrón a ti también te va a cargar la chingada, pinche puta; luego agregó: Desde chiquito, cuando prometo algo, lo cumplo, sea lo que sea, y si amenazo, olvídate de que me eche para atrás o se me olvide. Aunque estés echa bolas, nada te salvará, mi reina: irás directo al infierno, añadió el sicario con voz segura.

Una lámpara iluminaba el sillón donde se encontraba, el resto de la sala se hallaba en penumbras. Lo tenía claro. Pinche Pedro, hasta ella resultó atropellada por su estupidez. ¿Qué tenía que hacer yo con este idiota?, ¿nomás porque era simpático? Ni siquiera era bueno en la cama, y lo peor, el Grano tampoco, ¿qué les pasa a los hombres de ahora?, ¿por qué nos dejan morir solas?

¿Es la orden que tienes? Is barniz. Ni hablar, el Grano era hombre de palabra, ¿valdría la pena coquetear un poco con el flacucho? Es el recurso femenino de la dignidad. ¿Me vas a matar? Vieras cómo me da pena. ¿Qué pregunta era esa, Larissa? Quien juega con fuego se quema, lo sabes. Naranja dulce, limón partido, dame un abrazo que yo te pido. Si no tiene remedio, me consuela saber que me mata un hombre sexi, se ve que eres más cabrón que bonito, ¿o no? El tipo se atragantó, Larissa era una belleza de cuerpo perfecto y rostro hermoso que imponía; aunque el terror la tuviera al borde del infarto, su mirada y sus labios eran una invitación a la intimidad. Primero muerta que apocada, era su frase, algo que Pedro sufrió con paciencia. ¿Por qué no me das mi despedida, papi? Se corrió la falda, dejó ver unas piernas frutales y una tanga de lunares falaz. El sicario experimentó un leve impacto en su miembro, ¿valdría la pena? Bueno, ¿por qué no? Sus tetas eran puntiagudas. ¿Me coges rico, papi? Le tocó el bulto más bien laxo. Uy, qué grande, te estás viniendo, papá. No tenía ningún deseo y tampoco creía en Dios como para esperar un milagro, pero era su última oportunidad, había visto al tipo en dos ocasiones cuando le llevó recados del Grano y le parecía abominable, ese rostro seco y feroz la indisponía, lo mismo experimentaba ahora pero tenía que intentar algo: Que no tenga razón el poeta cuando dice “algunos ilusos aún esperan que los asesine la vejez”. Recordó de nuevo a su hija, una niña de nueve años que vivía con su abuelo; en ese momento era evidente que sus palabras habían causado efecto; se puso de pie, el arma del sicario continuaba en su sitio, el tipo olía también a tabaco y sudor. La canción que se oía le pareció una puñalada: Entra en mi vida, te abro la puerta. Ven, despídeme como el hombre que eres, papá; Larissa apretó el bulto aún flácido, se quitó la ropa, olfateó su tanga de licra. Mmm, sonrió y la colocó en la cacha de la pistola. Lo tomó de la mano: dura y fría, la de ella igual de fría, y lo llevó a su cama. Se acostó mostrando su sexo depilado.

“Asesinato en el Parque Sinaloa” de Élmer Mendoza

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