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Aprendizaje o El libro de los placeres

Aprendizaje o El libro de los placeres - Clarice Lispector

Aprendizaje o El libro de los placeres - Clarice Lispector

Resumen del libro:

Aprendizaje o El libro de los placeres cuenta la historia de amor entre Ulises, joven profesor de filosofía, y Lori, solitaria y misteriosa maestra de primaria que aún no está preparada para entregarse. Ulises la instruye, la guía y, casto y sereno, la espera. Lori lo escucha, lo sigue y, no sin angustias, emprende un viaje a lo más profundo de su ser.

El origen de la primavera o la muerte necesaria en pleno día

, estando tan ocupada, había vuelto de hacer la compra que la sirvienta había hecho deprisa y corriendo porque cada vez trabajaba menos, aunque sólo viniese para dejar la comida y la cena listas, había hecho varias llamadas de teléfono haciendo algunos recados, incluso una dificilísima para llamar al fontanero, había ido a la cocina para ordenar las compras y disponer en el frutero las manzanas que eran su fruta favorita, aunque no supiese adornar un frutero, pero Ulises le había hecho entrever la posibilidad futura de por ejemplo adornar un frutero, vio lo que la sirvienta había dejado para cenar antes de irse, pues la comida había sido pésima, mientras se daba cuenta de que la pequeña terraza que era la ventaja de su apartamento al ser de planta baja necesitaba una limpieza, había recibido una llamada de teléfono invitándola a un cóctel de caridad en beneficio de alguna cosa que ella no entendió completamente, pero que se refería a su curso primario, gracias a Dios que estaba de vacaciones, fue al guardarropa a elegir qué vestido se pondría para estar extremadamente atractiva para su cita con Ulises que ya le había dicho que ella no tenía buen gusto para vestirse, recordó que siendo sábado él tendría más tiempo porque ese día no tenía que dar la clase del curso de vacaciones en la universidad, pensó en lo que él se estaba transformando para ella, en lo que él parecía querer que ella supiese, supuso que él quería enseñarle a vivir únicamente sin dolor, él había dicho una vez que quería que ella, cuando le preguntaran su nombre, no respondiera «Lori», sino que pudiese responder «mi nombre es yo», pues tu nombre, había dicho él, es un yo, se preguntó si el vestido blanco y negro serviría,

entonces del vientre mismo, como un remoto estremecerse de la tierra, que difícilmente podía considerarse señal de terremoto, del útero, del corazón contraído, vino el temblor gigantesco de un fuerte dolor conmovido, del cuerpo, todo el estremecimiento —y con sutiles máscaras de rostro y de cuerpo finalmente con la dificultad de un chorro de petróleo rasgando la tierra— vino finalmente el gran llanto seco, llanto mudo sin sonido alguno hasta para ella misma, aquel que ella no había adivinado, aquel que no quisiera jamás y no había previsto —sacudida como el árbol fuerte que se conmueve más profundamente que el árbol frágil— finalmente reventados vasos y venas, entonces

se sentó para descansar y poco después imaginaba que era una mujer azul porque el crepúsculo más tarde tal vez fuese azul, imaginaba que hilaba con hilos de oro las sensaciones, imaginaba que la infancia era hoy y plateada de juguetes, imaginaba que una vena no se había abierto e imaginaba que de ella no estaba en silencio blanquísimo manando sangre escarlata y que no estaba pálida de muerte; pero eso imaginaba que lo estaba de verdad, en medio del imaginar necesitaba hablar de la verdad de piedra opaca para que contrastase con el imaginar verde resplandeciente, imaginaba que amaba y era amada, imaginaba que estaba acostada en la palma transparente de la mano de Dios, no Lori sino su nombre secreto que ella por ahora no podía aún usufructuar, imaginaba que vivía y no que estaba muriendo, pues vivir no pasaba a fin de cuentas de aproximarse cada vez más a la muerte, imaginaba que no se quedaba de brazos caídos de perplejidad cuando los hilos de oro que hilaba se confundían y no sabía deshacer el fino hilo frío, imaginaba que era lo bastante sabia como para deshacer los nudos de marinero que le ataban las muñecas, imaginaba que tenía un cesto de perlas sólo para mirar el color de la luna pues ella era lunar, imaginaba que cerraba los ojos y seres humanos surgirían cuando abriera los ojos húmedos de gratitud, imaginaba que todo lo que tenía no era imaginar, imaginaba que distendía el pecho y una luz doradísima y leve la guiaba por un bosque de presas mudas y tranquilas mortalidades, imaginaba que no era lunar, imaginaba que no estaba llorando por dentro

Sobre el autor:

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