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Apocalipsis (The Stand)

Apocalipsis - Stephen King

Apocalipsis - Stephen King

Resumen del libro:

Esta narración cuenta cómo un virus gripal, creado artificialmente como posible arma bacteriológica, se extiende por Estados Unidos y provoca la muerte de millones de personas. Los supervivientes tienen sueños comunes, en los que aparece una anciana y un hombre joven. La mujer anciana los incita a viajar a Nebraska para combatir a Randall Flagg, un abominable personaje que encarna las fuerzas del mal y posee un arsenal nuclear.

Introducción

–Sally.

Un murmullo.

–Despierta ya, Sally.

Un murmullo más audible:

–Déjame en paz…

La sacudió con mayor fuerza.

–Despierta. ¡Tienes que levantarte!

Charlie.

La voz de Charlie, llamándola. ¿Durante cuánto tiempo?

Sally se desprendió del sueño.

Primero miró el reloj que se hallaba en la mesilla de noche y vio que eran las dos y cuarto de la madrugada. Charlie no debería hallarse allí. Tenía que estar trabajando en su turno. Luego, le dirigió la primera mirada completa. Y algo saltó dentro de ella, alguna intuición mortífera.

Su marido estaba letalmente pálido. Los ojos le sobresalían de las órbitas. En una mano tenía las llaves del coche, y empleaba la Otra para zarandearla, aunque ella tenía ya abiertos los ojos. Era como si no hubiera sido capaz de percatarse del hecho de que ya estaba despierta.

–¿Charlie, qué pasa? ¿Qué anda mal?

Él parecía no saber qué decir. La nuez le subía y bajaba, pero no se produjo ningún sonido en el pequeño bungalow de servicio, excepto el del tictac del reloj.

–¿Hay un incendio?– preguntó ella en tono estúpido.

Era la única cosa que se le ocurría para explicar que su marido se encontrara en aquel estado. Sabía que sus padres habían muerto en el incendio de su casa.

–En cierto modo…– contestó él –y, en cierto modo, es aún peor. Tienes que vestirte, cariño. Coge a Baby LaVon. Tenemos que marcharnos de aquí.

–¿Por qué?– preguntó Sally al tiempo que salía de la cama.

Un oscuro miedo se había apoderado de ella. Nada parecía andar bien. Aquello era como un sueño.

–¿Dónde? ¿En el patio trasero?

Sabía muy bien que no había ningún patio trasero; pero jamás había visto a Charlie con tanto miedo. Respiró hondo y no pudo oler ni a humo ni a nada quemado.

–Sally, cariño, no hagas preguntas. Hemos de irnos. Muy lejos. Tienes que buscar a Baby LaVon y vestirla.

–Pero…, ¿no hay tiempo para hacer las maletas?

Esto pareció detenerlo. Desconcertarlo un poco. Ella pensó que debería estar todo lo asustada que fuera posible; pero aparente mente no lo estaba. Reconoció que lo que había tomado en él por miedo se acercaba más al puro terror pánico. Charlie se pasó una mano distraída por el cabello y replicó:

–No lo sé. Tendré que comprobar el viento.

Se fue, y la dejó con aquella pintoresca declaración, que no significaba nada para ella. Se fue dejándola allí con frío, preocupada y desorientada, con los pies desnudos y su camisón infantil. Era como si se hubiese vuelto loco. ¿Qué relación existía entre comprobar la dirección del viento y que si ella tuviera o no, tiempo para hacer las maletas? ¿Y dónde era muy lejos? ¿Reno? ¿Las Vegas? ¿Salt Lake City? ¿Y…?

Se llevó la mano a la garganta y una nueva idea la acometió.

Ausentarse sin permiso. Marcharse en plena noche significaba que Charlie planeaba desertar. Se dirigió a la habitacioncita que servía de cuarto infantil para Baby LaVon y se quedó indecisa durante un momento, mirando a la dormida niña con su pelele rosa. Se aferró a la leve esperanza de que aquello no fuese más que un sueño de un realismo extraordinario. Pasaría, se despertaría a las siete de la mañana, como de costumbre, daría de comer a Baby LaVon y también desayunaría ella mientras miraba la primera hora del espacio «Hoy»; le prepararía a Charlie los huevos pasados por agua para cuando acabara su turno a las ocho, su trabajo nocturno en la torre norte de la Reserva, después de concluida una noche más. Dentro de dos semanas, volvería al turno de día, y las cosas serían más fáciles. Dormiría con ella por la noche, y no tendría ya sueños tan locos como éste…

–¡Date prisa!– le murmuró, desvaneciendo aquella leve esperanza – Tenemos el tiempo justo para coger unas cuantas cosas. . . Pero, por el amor de Dios, mujer si la quieres – señaló la cuna –, ¡vístela en seguida!

Tosió nerviosamente sobre la mano y comenzó a sacar cosas de los cajones de su cómoda, y a apilarlas de cualquier manera en un par de viejas maletas.

Ella despertó a Baby LaVon, moviendo a la pequeña de la forma más suave posible. La niña, de tres años, se mostró irritable y desconcertada al verse despertada a mitad de la noche, y comenzó a llorar mientras Sally le ponía unas bragas, una blusa y un pelele. El sonido de los sollozos de la niña la dejó más asustada que nunca. Lo asoció con las otras veces en que Baby LaVon, por lo general, el más angelical de los bebés, se había puesto a llorar de –noche: cambiarle los pañales, dolor de dientes, toses, cólico. El miedo se le mudó en ira al ver a Charlie casi atravesar la puerta corriendo con una gran brazada de su propia ropa interior. Las cintas de los sujetadores arrastraban detrás de él como las serpentinas de los juerguistas en Nochevieja. Los arrojó a una de las maletas y la cerró con violencia.

El reborde de su mejor braguita quedó colgando, y se percató de que se había desgarrado.

–¿Pero qué pasa?– gritó y el tono alterado de su voz tuvo como consecuencia que Baby LaVon irrumpiese en un nuevo acceso de llanto mientras ella misma empezaba a sorber – . ¿Te has vuelto loco? ¡Mandarán a los soldados detrás de nosotros, Charlie! ¡Soldados!

–Esta noche no podrán – respondió él, y fue tal la seguridad que había en su voz que resultó horrible – Mira, cariño, si no meneamos el trasero jamás estaremos fuera de la base. Ni siquiera sé cómo diablos he salido de la torre. Algo funciona mal en alguna parte, supongo. ¿Por qué no? Todo marcha mal.

Y profirió una profunda y lunática carcajada que la asustó más de lo que ya estaba. – ¿Está vestida la niña? Estupendo. Pon algunas ropas suyas en esa otra maleta. Emplea la bolsa del armario para el resto. Luego, saldremos pitando. Creo que la cosa irá bien. El viento sopla de Este a Oeste. Gracias sean dadas a Dios.

Tosió de nuevo encima de la mano.

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