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Annie John

Annie John - Jamaica Kincaid

Annie John - Jamaica Kincaid

Resumen del libro:

En la apacible isla tropical de Antigua. Annie John vive su infancia en un entorno tradicional y sobreprotegida por unos padres posesivos. Pero en ella comienzan a producirse cambios físicos y emocionales que anuncian una nueva etapa. Annie John ya no es una niña, ya no quiere ser una niña… ¿Sera necesario que para superar este paso, se rebele contra todo lo que la oprime?…

Capítulo uno

Siluetas en la distancia

Hubo un breve tiempo, cuando yo tenía diez años, en que creí que sólo se morían las personas desconocidas. En la época en que creí eso eran mis vacaciones de verano y estábamos viviendo en las afueras, en Fort Road. Normalmente vivíamos en nuestra casa de Dickenson Bay Street, construida por mi padre con sus propias manos, pero como por entonces hubo que ponerle un techo nuevo, estábamos viviendo en aquella casa alejada de Fort Road. Teníamos únicamente dos vecinos, la señora Maynard y su esposo. Aquel verano poseíamos una cerda que acababa de tener cerditos, algunas gallinas de Guinea y algunos patos que ponían unos huevos enormes, que según mi madre eran grandes incluso para ser de pato. A mí no me gustaba comer otra cosa que aquellos enormes huevos de pato, duros. Mi única ocupación diaria era dar de comer a las aves y a los cerdos, por la mañana y al anochecer. No hablaba más que con mis padres, y a veces con la señora Maynard, si la veía cuando iba a recoger los residuos de verdura, que mi madre le había pedido que le guardase para la cerda y que eran lo que a la cerda más le gustaba. Desde nuestro corral se divisaba el cementerio. Yo no supe que era el cementerio hasta el día en que le conté a mi madre que a veces, al atardecer, mientras le daba de comer a la cerda, veía en la distancia unas figuras diminutas, unas de negro, otras de blanco, que avanzaban a saltitos como monigotes. Había notado, también, que a veces aquellas figuras como dibujitos blancos y negros aparecían por la mañana. Mi madre dijo que probablemente se tratara del entierro de un niño, puesto que a los niños siempre se les enterraba por la mañana. Hasta entonces, yo no había sabido que los niños se morían.

Yo le tenía miedo a los muertos, como toda la gente que conocía. Les teníamos miedo porque nunca podíamos predecir dónde podrían aparecérsenos. A veces se aparecían en un sueño, pero eso no era tan malo, porque por lo general sólo venían a traer una advertencia, y en todo caso de un sueño te despiertas. Pero a veces se aparecían de pie bajo un árbol en el preciso momento en que pasabas por allí. Entonces podían seguirte a tu casa, y aunque no lograran entrar contigo, podían aguardarte y seguirte donde quiera que fueses: en tal caso, no se daban por vencidos hasta que te unías a ellos. Mi madre sabía de mucha gente que había muerto de ese modo. Mi madre sabía de mucha gente que había muerto, incluyendo a su hermano.

Después que me enteré de lo del cementerio, montaba guardia fuera de la casa esperando la llegada de un entierro. Algunos días no había ninguno. «No ha muerto nadie», le decía a mi madre. Otros días, justo cuando estaba a punto de abandonar y meterme en la casa, veía aparecer aquellas figurillas. «¿Cómo es que vienen tan tarde?», preguntaba yo a mi madre. «Probablemente alguien no se resignaba a ver colocada la tapa del ataúd, y el hombre de la funeraria, como un favor especial, ha permitido que las cosas se retrasaran tanto», dijo ella. ¡La funeraria! De camino a la ciudad pasábamos por delante del local de la funeraria. Afuera, un pequeño cartel decía: «STRAFFEE & HIJOS, EMPRESA FUNERARIA – EBANISTAS». YO siempre me daba cuenta cuándo nos aproximábamos a aquel sitio por el olor a pino de tea y a barniz en el aire.

Annie John – Jamaica Kincaid

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