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Animales y más que animales

Libro Animales y más que animales, relatos de SAKI

Resumen del libro:

“Animales y más que animales” de Saki, seudónimo de H. H. Munro, se erige como un fascinante compendio de relatos que fusiona con maestría el humor macabro y la aguda crítica social. Saki, considerado por Graham Greene como el mayor humorista inglés del siglo XX, despliega en cada cuento una destreza narrativa que, aunque breve, impacta de manera contundente en el intelecto del lector.

La singular habilidad de Saki para tejer historias breves que van desde lo humorístico hasta lo terrorífico convierte este libro en una experiencia literaria única. Sus cuentos son afilados cuchillos lanzados al intelecto del lector, provocando risas y estremecimientos por igual. Es un maestro en la economía narrativa, logrando en unas pocas páginas lo que otros autores no podrían expresar en extensos volúmenes.

La influencia de Saki es palpable en sus discípulos, como Tom Sharpe y Roald Dahl, quienes reconocen la irresistibilidad de sus relatos. Sharpe afirma que empezar un relato de Saki es adentrarse en una experiencia adictiva; una vez que se comienza, es imposible detenerse hasta llegar al final. La memorable impronta de los cuentos de Saki reside en la capacidad de perdurar en la memoria del lector, dejando una huella imborrable.

La agudeza de Saki, que según Borges impregna de una suerte de pudor a relatos de íntima trama amarga y cruel, evoca la delicadeza de las comedias de Wilde. Esta levedad y ausencia de énfasis dotan a sus relatos de un tono particular, permitiendo que la crítica social y la ironía se deslicen de manera sutil, pero impactante.

En “Animales y más que animales,” Saki nos invita a explorar un universo literario donde la brevedad se convierte en virtud, y la maestría narrativa se manifiesta en la capacidad de provocar una amplia gama de emociones en el lector. Cada cuento es una joya literaria que resuena con la genialidad de un autor cuya influencia perdura a través del tiempo.

LA LOBA

Leonard Bilsiter era una de esas personas que no han conseguido que este mundo les resulte atractivo o interesante, por lo que han buscado la compensación en un «mundo oculto» sacado de su experiencia o imaginación… o de su invención. Los niños hacen muy bien esas cosas, pero se contentan con convencerse a sí mismos y no vulgarizan sus creencias intentando convencer a los demás. Las creencias de Leonard Bilsiter eran para «los elegidos»; es decir, para cualquiera que estuviera dispuesto a escucharle.

Su afición por lo oculto no le habría llevado más allá de los lugares comunes del visionarismo de salón de no ser por un accidente que aumentó su repertorio de saberes místicos. Acompañado de un amigo que tenía intereses mineros en los Urales, había hecho un viaje por Europa oriental en el momento en que la gran huelga de los ferrocarriles rusos pasaba de la amenaza a la realidad. Su estallido le dejó atrapado, durante el viaje de regreso, en alguna zona del otro lado del Perm, y mientras aguardaba un par de días en un apeadero, en un estado de locomoción suspendida, trabó conocimiento con un comerciante en guarniciones y arreos metálicos que entretuvo provechosamente el tedio de la larga detención iniciando a su compañero de viaje inglés en un fragmentario sistema de conocimientos y tradiciones populares que él mismo había recogido de los comerciantes y nativos del Transbaikal. Leonard regresó a su círculo doméstico hablando sin parar sobre su experiencia de la huelga rusa, aunque se mostró muy reticente con respecto a determinados misterios oscuros, a los que aludía con el título sonoro de magia siberiana. La reticencia cedió en una o dos semanas, ante la influencia de la falta total de curiosidad general, por lo que Leonard empezó a hacer alusiones más detalladas sobre los enormes poderes que esa nueva fuerza esotérica, por utilizar el término con que la describía, confería a los escasos iniciados que sabían cómo manejarla. Cecilia Hoops, su tía, que quizás era bastante más amante del sensacionalismo que de la verdad, le hizo una publicidad más clamorosa de la que cualquiera podía esperar al ir repitiendo por ahí la historia de cómo había transformado Leonard, delante de los ojos de ella, un calabacín en una paloma torcaz. La historia, en cuanto que manifestación de la posesión de poderes sobrenaturales, fue rechazada en algunos círculos debido a la idea que tenían acerca de la capacidad imaginativa de la señorita Hoops.

Pero por muy dividida que pudiera estar la opinión acerca de la cuestión de si Leonard era un hacedor de maravillas o un charlatán, lo cierto es que llegó a una fiesta en casa de Mary Hampton con fama de preeminencia en una u otra de esas profesiones; y no estaba dispuesto a volverle la espalda a la publicidad que pudiera corresponderle. Las fuerzas esotéricas y los poderes inusuales formaban el grueso de cualquier conversación en la que participaran su tía o él, y las cosas que él había hecho, tanto las pasadas como las potenciales, constituían el tema de misteriosas sugerencias y oscuras afirmaciones.

—Me gustaría que pudiera convertirme en un lobo, señor Bilsiter —dijo su anfitriona en el almuerzo, al día siguiente de su llegada.

—Mi querida Mary —intervino el coronel Hampton—, no te conocía deseos de ese tipo.

—Evidentemente me refería a una loba —siguió diciendo la señora Hampton—. Resultaría demasiado confuso cambiar de sexo al mismo tiempo que de especie.

—No creo que deba bromearse con estos temas —contestó Leonard.

—Si no estoy bromeando, le aseguro que hablo totalmente en serio. Pero no lo haga hoy mismo; sólo disponemos de ocho jugadores de bridge y se desharía una de nuestras mesas. Pero la fiesta de mañana será más grande. Mañana por la noche, después de la cena…

—Dada nuestra actual comprensión imperfecta de estas fuerzas ocultas, creo que habría que abordarlas con humildad y no con burla —comentó Leonard con tal severidad que se abandonó inmediatamente el tema.

Durante la discusión acerca de las posibilidades de la magia siberiana, Clovis Sangrail había permanecido sentado e inusualmente silencioso; tras el almuerzo, acompañó a Lord Pabham a la sala de billar, donde se dedicó a investigar un asunto.

—¿Tiene una loba en su colección de animales salvajes? ¿Una loba de temperamento moderadamente bueno?

—Está Louisa —contestó Lord Pabham después de pensarlo—. Un ejemplar bastante hermoso de loba gris. La conseguí hace dos años a cambio de algunos zorros árticos. Consigo que casi todos mis animales estén bastante domesticados antes de que lleven conmigo demasiado tiempo; creo que puedo decir que Louisa tiene un temperamento angélico, para ser una loba. ¿Por qué quiere saberlo?

—Me estaba preguntando si me la prestaría mañana por la noche —respondió Clovis con esa solicitud descuidada del que pide prestado un botón para la camisa o una raqueta de tenis.

—¿Mañana por la noche?

—Así es, los lobos son animales nocturnos, por lo que la noche no le sentará mal —respondió Clovis con la actitud de aquel que lo tiene todo bien pensado—. Uno de sus hombres podría traerla desde el parque Pabham después de anochecer, y con un poco de ayuda podría conseguir introducirla en el invernadero, sin que la vean, en el mismo momento en que Mary Hampton salga a escondidas de él.

Lord Pabham se quedó mirando fijamente un momento a Clovis con un asombro comprensible; después su rostro se cubrió de arrugas mientras lanzaba una carcajada.

—Ah, ¿de modo que ése es su juego? Va a realizar un pequeño acto de magia siberiana por su cuenta. ¿Y estará de acuerdo la señora Hampton en ser su compañera de conspiración?

—Mary me ha prometido hacerlo si usted garantiza el temperamento de Louisa.

—Respondo del animal —contestó Lord Pabham.

Al día siguiente el grupo de invitados había alcanzado proporciones mayores y el instinto publicitario de Bilsiter se había expandido debidamente, ante el estímulo del aumento del público. Durante la cena de aquella noche se explayó sobre el tema de las fuerzas ocultas y los poderes no comprobados y mantuvo su impresionante elocuencia mientras servían el café en la sala de estar, antes de que se produjera una migración general hacia la sala de juegos. Su tía era la garantía de que escucharan respetuosamente sus palabras, pero el alma de aquélla, amante del sensacionalismo, suspiraba por algo más espectacular que la simple exhibición verbal.

—¿Por qué no haces algo para convencerles de tus poderes, Leonard? —suplicó ella—. Cambiar algo de forma. Puede hacerlo, ¿saben? Sólo necesita quererlo —informó al grupo.

—Oh, hágalo —exclamó sinceramente Mavis Pellington, petición que fue repetida por casi todos los presentes. Incluso los que no creían en ello en absoluto deseaban entretenerse con una exhibición de conjuros ejecutada por un aficionado.

Leonard comprendió que esperaban de él algo tangible.

—¿Alguno de los presentes tiene una moneda de tres peniques o un objeto pequeño sin ningún valor…?

—¿No pensará hacer desaparecer monedas ni realizar algo tan primitivo? —preguntó Clovis despreciativamente.

—Me parecería muy poco amable por su parte no llevar a cabo mi sugerencia de convertirme en loba —añadió Mary Hampton mientras cruzaba el invernadero para darles a los guacamayos el tributo habitual sacado de los platos de postre.

—Siempre le he advertido contra el peligro de considerar estos poderes con actitud de burla —respondió Leonard con solemnidad.

—No creo que pueda hacerlo —contestó Mary riendo provocativamente desde el invernadero—. Le desafío a que lo haga si puede. Le desafío a convertirme en una loba.

Tras decir esto se ocultó de la vista tras un macizo de azaleas.

—Señora Hampton… —empezó a decir Leonard con una solemnidad cada vez mayor, pero se detuvo. Una corriente de aire helado recorrió la sala al mismo tiempo que los guacamayos empezaban a lanzar gritos ensordecedores.

—¿Qué diablos les pasa a estos pobres pájaros, Mary? —exclamó el coronel Hampton en el mismo momento en que un grito de Mavis Pellington, todavía más estremecedor, hizo a todo el grupo levantarse de sus asientos. En diversas actitudes, que iban desde el horror de la indefensión a la defensa instintiva, se encontraron frente a un animal gris y de aspecto malvado que les miraba desde un punto situado entre los helechos y las azaleas.

La señora Hoops fue la primera en recuperarse del caos general producido por el espanto y el asombro.

—¡Leonard! —gritó con voz aguda a su sobrino—. ¡Vuélvela a convertir en la señora Hampton enseguida! Podría lanzarse sobre nosotros en cualquier momento. ¡Hazlo!

—No… no sé cómo… —contestó titubeando Leonard, que parecía más asustado y horrorizado que nadie.

—¡Cómo! —gritó el coronel Hampton—. ¡Se ha tomado la abominable libertad de convertir a mi esposa en una loba y ahora se queda aquí tranquilamente diciendo que no puede volver a convertirla en persona!

Para hacer estrictamente justicia a Leonard, hay que decir que la tranquilidad no fue un rasgo distinguido de su actitud en ese momento.

—Le aseguro que no convertí a la señora Hampton en un lobo; nada estaba más lejos de mis intenciones —protestó.

—¿Entonces, dónde está ella, y cómo entró ese animal en el invernadero? —preguntó el coronel.

—Desde luego tenemos que aceptar su seguridad de que no convirtió en lobo a la señora Hampton —intervino Clovis cortésmente—. Pero estará de acuerdo en que las apariencias están en su contra.

—¿Es que vamos a dedicarnos a recriminarnos mientras ese animal está ahí, dispuesto a despedazarnos? —se quejó Mavis con indignación.

—Lord Pabham, usted sabe mucho de animales salvajes… —sugirió el coronel Hampton.

—Los animales salvajes a los que estoy acostumbrado me han llegado, con sus credenciales apropiadas, de comerciantes bien conocidos, o han sido criados en mi propia casa de fieras —contestó Lord Pabham—. Nunca me he visto frente a un animal que sale despreocupadamente de detrás de un macizo de azaleas al tiempo que desaparece una encantadora y conocida anfitriona. Por lo que cabe juzgar de las características exteriores, tiene la apariencia de ser una hembra adulta de lobo gris norteamericano, una variedad de la especie común canis lupus.

—Vaya, no importa cuál sea su nombre latino —gritó Mavis cuando el animal se adentró uno o dos pasos en la sala—. ¿No puede intentar sacarlo con comida y encerrarlo donde no pueda hacer ningún daño?

“Animales y más que animales” de SAKI

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