Resumen del libro:
Pedro Juan Gutiérrez, reconocido por su emblemática Trilogía sucia de La Habana, regresa con “Animal Tropical”, una obra que se adentra en las profundidades de la psique humana a través de la historia de un hombre marcado por sus propios demonios. En esta novela, seguimos los pasos de Pedro Juan, ahora en la cincuentena, quien se debate entre la escritura de una novela que no se atreve a comenzar y su vida en La Habana, donde se sumerge en amores con dos mujeres muy distintas: Agneta, una sueca que perturba su rutina ordenada, y Gloria, su vecina de Centro Habana, una mulata de treinta años con una intensidad de vida desbordante y una filosofía singular.
Agneta representa la antítesis del entorno de Pedro Juan, con su vida aséptica y meticulosa, mientras que Gloria encarna la esencia misma de La Habana, con su vitalidad y sus raíces profundas en el barrio. Pedro Juan se enfrenta a la dualidad de estas dos mujeres, cada una con su propio peso en su vida, y a su vez lucha consigo mismo para encontrar el valor de enfrentar su verdadera vocación, mientras intenta que Gloria deje atrás su pasado en el mundo del cabaret para encajar en su propia visión del futuro.
La prosa vertiginosa y desesperada característica de Gutiérrez impregna cada página de “Animal Tropical”, arrastrando al lector en un torbellino de emociones y situaciones límites. La novela, al igual que sus predecesoras, revela una trama superficial que encierra un entramado denso y complejo, como un laberinto subterráneo que se despliega bajo la superficie de la historia principal. Es en estas capas ocultas donde el autor despliega su maestría, creando una obra que invita a múltiples lecturas y descubrimientos en cada nueva revisión.
“Animal Tropical” es más que una simple historia de amor y lucha interna; es un reflejo crudo y visceral de la vida en La Habana, con todos sus contrastes, contradicciones y pasiones desbordantes. Gutiérrez nos invita a sumergirnos en el corazón mismo de la ciudad, donde la realidad se mezcla con el deseo y el dolor, en una exploración profunda de la condición humana. Con esta obra, el autor reafirma su lugar como uno de los más importantes narradores contemporáneos de la literatura cubana, cautivando una vez más a sus lectores con su estilo inconfundible y su capacidad para capturar la esencia misma de la vida en la isla.
1.
Una universidad sueca quería invitarme a unos seminarios de literatura que realizan cada primavera. No me interesan los seminarios, y mucho menos los estudios de literatura, pero podía aprovechar la ocasión y conocer Suecia con gastos pagados. Por algún motivo que ahora no quiero recordar —creo que la socialdemocracia sueca desagradaba a quienes tenían que autorizar mi viaje— no pude dar el paseíto escandinavo. Entonces comencé a intercambiar llamadas telefónicas y correspondencia con Agneta, la coordinadora de aquellos cursos. Cada vez era más cálido. Estuvimos un año con ese jueguito. Le envié algunos de mis poemas. Después compró por correo la Trilogía sucia de La Habana. Se la enviaron desde Barcelona. Cuando comenzó a leer aquellos cuentos me llamó cada día, trastornada. Tartamudeaba en el teléfono y ya todo comenzó a tener un matiz mucho más íntimo.
Debido a una conjunción de caminos que se entrecruzaron muy bien, pasé la Navidad de 1998 en los Alpes. Estuve con una amiga fotógrafa en una cabaña de madera en medio de las montañas, lo cual puede parecer un invento de novelita romántica. Pero no. Fue exactamente así. Una tarde nublada, gris y con viento, bebí unos cuantos whiskies mientras mi amiga me tomaba fotos. El alcohol se me subió al cerebro y empecé a quitarme la ropa. Siempre me sucede: cuando me miran desnudo se me para. Y mucho más si es con una cámara. Normal. Las fotos quedaron muy buenas: yo en la nieve, totalmente desnudo, con la verga tiesa. Mi amiga las imprimió en sepia y realmente quedé tan juvenil, con el ego tan erecto y atractivo, que no me resistí y envié una de aquellas fotos a Agneta como regalo de Navidad.
Soy un seductor. Lo sé. Igual que existen los alcohólicos irredentos, los ludópatas, los adictos a la cafeína, a la nicotina, a la mariguana, los cleptómanos, etcétera, yo soy un adicto a la seducción. A veces el angelito que llevo dentro intenta controlarme y me dice: «No seas tan hijo de puta, Pedrito. ¿No te das cuenta de que haces sufrir a esas mujeres?». Pero entonces salta el diablito, y lo contradice: «Sigue adelante. Así son felices, aunque sea por un tiempo. Y tú también eres feliz. No te sientas culpable».
Es un vicio. Yo sé que la seducción es un vicio igual que otro cualquiera. Y no existen los Seductores Anónimos. Si existieran tal vez pudieran hacer algo por mí. Aunque no estoy seguro. Seguramente me inventaría pretextos para no acercarme por sus sesiones y tener que pararme a cara dura delante de todos, colocar la mano sobre la Biblia, y decir serenamente: «Mi nombre es Pedro Juan. Soy un seductor. Y hoy hace veintisiete días que no seduzco a nadie».
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