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Aline y Valcour, o la novela filosófica

Portada del libro Aline y Valcour, o la novela filosófica, de Marqués de Sade

Resumen del libro:

La “Historia de Aline y Valcour” es una novela epistolar escrita por el filósofo francés Marqués de Sade, publicada en 1795.

La trama sigue a Aline y Valcour, dos jóvenes amantes de diferentes clases sociales que se ven separados cuando el padre de Aline la obliga a casarse con un hombre mayor y rico. Valcour intenta salvarla, pero es arrestado por las autoridades y llevado a la prisión de la Bastilla. Desde allí, Valcour escribe cartas a Aline para contarle sus experiencias y reflexiones en la prisión, mientras que ella le responde desde el convento donde su padre la ha encerrado.

La novela es una crítica social y política a la sociedad francesa de la época, especialmente a la corrupción y el abuso de poder en el sistema judicial y carcelario. También aborda temas como la libertad, la justicia y la opresión social y sexual.

La obra es conocida por su estilo literario complejo y su contenido controvertido, incluyendo escenas explícitas de violencia y sexo. Aunque fue censurada en su época y durante mucho tiempo fue considerada inapropiada para su publicación, hoy en día se valora como una obra importante de la literatura francesa del siglo XVIII.

CARTA PRIMERA

Déterville a Valcour

París, 3 de Junio de 1778

Ayer cenamos, Eugénie y yo, en casa de tu divinidad, mi querido Valcour… ¿Qué hacías tú?… ¿Eran los celos?… ¿El enojo?… ¿El temor?… Tu ausencia fue para nosotros un enigma que Aline no pudo o no quiso explicarnos y cuya clave nos costó mucho esfuerzo descifrar. Iba a solicitar noticias tuyas cuando dos grandes ojos azules que reflejaban a la vez el amor y la decencia, vinieron a fijarse en los míos rogándome que disimulase… Me callé; poco después me acerqué; quise inquirir la razón de ese misterio. Las únicas respuestas que obtuve fueron un suspiro y un signo con la cabeza. Eugénie no fue tampoco más afortunada; no presionamos más; pero Mme. de Blamont suspiro y yo la oí, esa mujer es una madre deliciosa, amigo mío; no creo que sea posible tener mas ingenio, un alma mas sensible, tanta gracia en los modales ni tanta amenidad en las costumbres. Es extremadamente raro que con tantos conocimientos alguien sea al mismo tiempo tan amable. He observado casi siempre que las mujeres instruidas tienen en el mundo una cierta rudeza; una especie de afectación que hace que se compre muy caro el placer de su compañía. Parece como si solamente quisiesen mostrar su ingenio en su gabinete o que, al no encontrarlo nunca en cantidad suficiente en aquellos que las rodean, no se dignasen rebajarse a mostrar el que ellas poseen.

¡Pero qué diferente de este retrato es la adorable madre de tu Aline! En verdad no me extrañaría que una mujer así despertase aun grandes pasiones, a pesar de haber alcanzado los treinta y seis años.

Por lo que hace a M. de Blamont, ese indigno esposo de una mujer demasiado digna, fue tajante, sistemático y desabrido como si estuviese administrando justicia en nombre del rey; desencadenó una serie de invectivas contra la tolerancia , hizo la apología de la tortura, nos habló con una especie de regocijo de un desgraciado a quien sus colegas y él iban a infligir, al día siguiente, el suplicio de la rueda ; nos aseguró que el hombre era malo por naturaleza y que no había nada que debiera evitarse para hacerlo encadenar; que el temor era el resorte más poderoso de las monarquías y que un tribunal encargado de recibir delaciones era una obra maestra de la política. Seguidamente nos habló de unas tierras que acababa de comprar, de la sublimidad de sus derechos y, sobre todo, del proyecto que abriga de instalar en ellas una casa de fieras de las que, te lo garantizo, él será el animal más peligroso.

Pocos minutos antes de que fuese servida la cena llegó otro individuo, corto y cuadrado, cuyo espinazo se adornaba con una casaca de paño verde oliva, guarnecida de arriba a abajo con un bordado de ocho pulgadas de anchura cuyo dibujo me recordó al que llevaba Clovis en su manto real. Este hombre pequeño poseía un pie muy grande asentado sobre unos tacones altos en medio de los cuales se apoyaban dos piernas enormes. Si se intentaba buscar su cintura no se encontraba más que un vientre. ¿Interesaba una idea de su rostro? no se percibía más que una peluca y una corbata de cuyo centro se escapaba a veces un falsete discordante que permitía dudar si el gaznate del que emanaba era efectivamente el de ser humano o el de una vieja cotorra. Este ridículo mortal, absolutamente fiel al retrato que de el he trazado, se hizo anunciar como M. Dolbourg.

Un capullo de rosa que, en ese mismo instante, Aline lanzaba a Eugénie, vino a perturbar desafortunadamente las leyes de equilibrio que se había impuesto el personaje con la intención de deducir de ellas su reverencia de entrada. Tropezó con el capullo de rosa y definitivamente llegó hasta nosotros con la cabeza por delante. Este golpe inesperado, este súbito derrumbamiento de las masas, descompuso un poco sus postizos atractivos, la corbata voló por un lado, la peluca por otro y el infeliz, desparramado y desguarnecido de esta guisa, provocó a mi loca Eugénie un ataque de risa tan espasmódico que nos vimos obligados a conducirla a una sala contigua en donde llegue a creer que se desvanecería… Aline se contuvo, el presidente se enfadó, Mme. de Blamont se mordía los labios para no reventar de risa y se deshacía en señas de interés… Dos lacayos levantaron al hombrecillo que, como una tortuga volteada, no podía recobrar la elasticidad necesaria para restablecer su verticalidad. Se le enfundó en su peluca y se rehizo artísticamente el nudo de su corbata, Eugénie apareció y el anuncio de la cena vino a restaurar el orden general al obligar a cada cual a ocuparse en una sola idea.

Las exageradas cortesías del presidente hacia el hombrecillo, la noticia que recibí ulteriormente de que tenía cien mil escudos de renta, cosa que hubiera apostado con sólo verle la cara; el fastidio de Aline, el gesto afligido de Mme. de Blamont, los esfuerzos que hacía para distraer a su querida hija, para impedir que los demás percibiesen el malestar que la embargaba; todo me convenció de que ese desgraciado banquero era tu rival y rival tanto más peligroso por cuanto me pareció que el presidente estaba entusiasmado con él.

La Historia de Aline y Valcour de Marqués de Sade

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