Alguien voló sobre el nido del cuco
Resumen del libro: "Alguien voló sobre el nido del cuco" de Ken Kesey
La acción de la novela se desarrolla dentro de un hospital psiquiátrico, en el Estado de Oregón, donde bajo la estricta dirección y supervisión de la enfermera jefe, los pacientes de la institución, clasificados por su «grado de locura», se someten pacientemente a la pétrea disciplina de las reglas establecidas dentro de un clima de aparente orden y tranquilidad. Hasta que un día llega un nuevo interno, Randle McMurphy, el protagonista principal de la historia, quien haciéndose pasar por demente consigue ser trasladado a esta institución desde una prisión de trabajos forzados. Su carácter jovial y dicharachero, y su fuerte personalidad que contrasta con la del resto de los internos, harán que poco a poco se convierta en el «líder» del grupo, desorganizando por completo la tranquila rutina a la que la enfermera jefe, conocida como La Gran Enfermera, los tenía sometidos. Desde ese momento se creará un ambiente de tensión entre los pacientes y el personal encargado de su cuidado, que nos acompañara a lo largo de toda la historia.
Están ahí fuera.
Chicos negros con trajes blancos se me han adelantado para cometer actos sexuales en el pasillo y luego limpiarlo antes de que consiga atraparlos.
Están fregando cuando salgo del dormitorio, los tres enfurruñados y llenos de odio hacia todo: la hora que es, el lugar donde se encuentran, la gente con quien tienen que trabajar. Cuando están tan llenos de odio, más vale que no me deje ver. Me deslizo pegado a la pared, sin ruido, como el polvo sobre mis zapatillas de lona. Pero están equipados con un detector especialmente sensible que capta mi miedo y los tres levantan la vista, al mismo tiempo, con las caras negras de ojos relucientes, relucientes como las lámparas de una vieja radio vista por detrás.
—Ahí viene el Jefe. El Super Jefe, chicos. El Viejo Jefe Escoba. Qué tal, Jefe Escoba…
Me ponen una fregona en la mano y me indican el lugar que quieren que limpie hoy, y allá voy. Uno me golpea las pantorrillas con el mango de una escoba para darme prisa.
—¿Habéis visto cómo la agarra? Es tan grande que podría hacerme pedazos y me mira como un niño.
Se ríen y después les oigo murmurar a mis espaldas, las cabezas muy juntas. Zumbido de maquinaria negra, que va zumbando odio y muerte y secretos del hospital. No se toman la molestia de bajar la voz para intercambiar sus secretos de odio cuando estoy cerca porque me creen sordomudo. Todos lo creen. He tenido la astucia de hacérselo creer. Si de algo me ha servido ser mestizo en esta puerca vida, ha sido para enseñarme a actuar con astucia todos estos años.
Estoy fregando cerca de la puerta de la galería cuando del otro lado se oye una llave y sé que es la Gran Enfermera porque la cerradura cede rápida, suave y familiarmente. ¡Lleva tanto tiempo rondando cerraduras! Se desliza a través de la puerta con un chorro de aire frío y luego la cierra tras de sí y veo cómo pasa los dedos sobre el acero pulido; la punta de cada dedo tiene el mismo color que sus labios. Curioso naranja. Como el extremo de un soldador. Un color tan caliente o tan frío, que si ella te toca no puedes decir con cuál.
Lleva su bolso de mimbre trenzado como los que la tribu Umpqua vende junto a la carretera en el caluroso mes de agosto, un bolso en forma de caja de herramientas con un asa de cáñamo. La he visto con él todos los años que llevo aquí. El tejido es de malla grande y puedo ver lo que lleva dentro; no hay polvera ni lápiz de labios ni cosas de mujeres, su bolso está lleno de miles de piezas que piensa utilizar hoy en sus tareas: ruedecillas y engranajes, ruedas dentadas pulidas hasta dejarlas relucientes, pastillitas que brillan como porcelana, agujas, fórceps, pinzas de relojero, rollos de alambre de cobre…
Cuando pasa a mi lado hace una inclinación de cabeza. Con mi escoba, me aplasto contra la pared y sonrío y procuro escabullirme al máximo de sus artilugios y hurtarle la mirada… no pueden adivinar tantas cosas cuando uno tiene los ojos cerrados.
En mis tinieblas oigo el eco de sus tacones de goma sobre las baldosas y el roce de su bolso de mimbre contra sus piernas se aleja de mí por el pasillo. Camina muy tiesa. Cuando abro los ojos, está en el extremo del pasillo y se dispone a entrar en la encristalada Casilla de las Enfermeras donde pasará el resto del día sentada junto a su mesa, mirando por la ventana y tomando nota de lo que en las próximas ocho horas suceda ante sus ojos, en la sala de estar. Parece complacida y apaciguada con la idea.
…
Ken Kesey. Fue un escritor y un conocido activista contracultural estadounidense que nació en Colorado en 1935 y falleció en Oregón en 2001, a los 66 años, debido a las complicaciones derivadas de una operación en el hígado. Estudió Periodismo en las universidades de Oregón y Stanford mientras escribía el libro que le dio la fama, Alguien voló sobre el nido del cuco (One Flew Over the Cuckoo’s Nest). Este se publicó en 1962 y fue un éxito inmediato entre la crítica y el público. Un año después la historia se llevó al teatro y en 1975 Milos Forman se encargó de su adaptación al cine. La película consiguió cinco premios Oscar: a mejor película, mejor actor, mejor actriz, mejor director y mejor guion adaptado. La inspiración para la historia la cogió de sus experiencias con drogas en el ensayo clínico del hospital de veteranos de Menlo Park, que resultó ser un programa financiado por la CIA.
En 1964 se subió a un autobús para recorrer el país con un grupo de amigos, The Merry Pranksters (los alegres bromistas), para la experimentación lúdica y espiritual con drogas (LSD, marihuana). Estas vivencias, antesala del movimiento hippie, las recogió Tom Wolfe en Gaseosa de Ácido Eléctrico/Ponche de ácido lisérgico (The Electric Kool-Aid Acid Test), aunque Kensey nunca respaldó su visión de los hechos.
Otras obras suyas fueron Casta invencible (que llegó a España en 2013), Sometimes a Great Notion, Caverns o Sailor Song.