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Aguas profundas: Relatos de terror y misterio en el mar

Aguas profundas: Relatos de terror y misterio en el mar

Aguas profundas: Relatos de terror y misterio en el mar

Resumen del libro:

El mar es mutabilidad, misterio, movimiento. ¿Qué tiene el mar que nos seduce tanto? ¿Acaso sentimos una atracción atávica, irrefrenable, por volver a su seno porque de él surgieron nuestros más remotos ancestros? Pero el mar también ha sido siempre un lugar peligroso, una entidad implacable, hermosa pero implacable, indiferente a nuestras vidas, pensamientos o emociones. Los hombres, no obstante, se han aventurado en sus aguas desde la más remota antigüedad y las han surcado con la esperanza de encontrar nuevas tierras y paraísos soñados.

Una voz en la noche

Era un noche oscura y sin estrellas. La falta de viento nos tenía detenidos en el Pacífico norte. No sé cuál era nuestra posición exacta, pues durante un semana fatigosa y jadeante el sol había permanecido oculto detrás de un tenue neblina que parecía flotar sobre nosotros, más o menos a la altura de nuestros calcés, aunque a veces descendía para envolver el mar que nos rodeaba.

Ante la falta de viento, habíamos sujetado en posición firme la caña del timón y yo era el único hombre que se encontraba en cubierta. La tripulación, que consistía en dos marineros y un grumete, dormía en su camarote de proa, mientras Will —mi amigo y a la vez patrón de nuestra pequeña embarcación— se hallaba en su litera de popa, en el lado de babor.

De pronto, surgió un llamada de entre las tinieblas que nos rodeaban:

—¡Ah de la goleta! —Fue tan inesperada, que la sorpresa me impidió contestar inmediatamente.

Volvió a oírse la llamada; un voz curiosamente gutural e inhumana nos llamaba desde alguna parte del mar tenebroso, por el lado de babor.

—¡Ah de la goleta!

—¡Eh! —grité, después de reponerme un poco de mi sorpresa—. ¿Qué sois? ¿Qué queréis?

—No temáis —contestó la voz extraña, que probablemente había captado cierto tono de confusión en la mía—. No soy más que un hombre… anciano.

La pausa resultó extraña, pero hasta más adelante no le encontraría sentido.

—Si es así, ¿por qué no atracas a nuestro costado? —pregunté con cierta sequedad, pues no me gustaba la insinuación de que me había mostrado un tanto confundido.

—No… no puedo. Sería peligroso. Yo…

La voz enmudeció y todo volvió a quedar en silencio.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, cada vez más asombrado—. ¿Por qué sería peligroso? ¿Dónde estás?

Escuché durante un momento, pero no hubo respuesta. Y entonces, un sospecha súbita e indefinida, aunque no sabía de qué, se apoderó de mí. Me acerqué rápidamente a la bitácora y saqué la lámpara encendida. Al mismo tiempo golpeé la cubierta con el tacón para despertar a Will. Luego me aproximé de nuevo al costado y proyecté el haz de luz amarilla hacia la silenciosa inmensidad que había más allá de nuestra borda. Al hacerlo, oí un grito leve y sofocado y luego un chapoteo, como si alguien acabase de sumergir los remos precipitadamente. Pese a ello, no puedo decir que viera nada con certeza, excepto, me pareció, que el primer destello de luz había iluminado algo en el agua, allí donde ahora no había nada.

—¡Eh! —llamé—. ¿Qué broma es ésta?

Pero lo único que oí fueron los confusos ruidos de un embarcación que se alejaba de nosotros y se internaba en la noche.

Entonces oí la voz de Will que venía de popa.

—¿Qué pasa, George?

—¡Ven aquí, Will! —dije.

—¿De qué se trata? —preguntó, cruzando la cubierta. Le conté el raro incidente que acababa de producirse. Él me hizo varias preguntas; luego, tras un momento de silencio, hizo bocina con las manos y llamó:

—¡Ah del barco!

Desde mucha distancia nos llegó débilmente un réplica y mi compañero repitió su llamada. Al poco, después de un breve silencio, el sonido apagado de unos remos fue acercándose a nosotros y, al oírlo, Will volvió a llamar.

Esta vez hubo respuesta.

—Apagad la luz.

—Que me cuelguen si la apago —musité, pero Will me dijo que hiciera lo que ordenaba la voz, así que metí la luz debajo de las amuradas.

—Acercaros más —dijo Will. Siguieron oyéndose los remos. Luego, cuando parecían estar a un media docena de brazas, cesaron de nuevo.

—¡Atracad al costado! —exclamó Will—. ¡A bordo no tenemos nada que deba daros miedo!

—Promete que no mostrarás la luz.

—¿Qué te pasa? —pregunté—. ¿Por qué sientes ese temor infernal a la luz?

—Porque… —empezó a decir la voz y enmudeció de repente.

—Porque ¿qué? —pregunté en seguida. Will me puso un mano en el hombro.

—Cállate durante un minuto, viejo —dijo—. Ya me encargo yo de él.

Se inclinó más sobre la borda.

—Oiga usted, señor —dijo—. Todo esto es muy extraño…, acercarse a nosotros de esta manera, en medio del bendito Pacífico. ¿Cómo vamos a saber que no se trae algo raro entre manos? Dice que está solo. ¿Cómo podemos saberlo si no le vemos? ¿Cómo… eh? ¿Qué tiene contra la luz, si puede saberse?

Cuando Will terminó de hablar, volví a oír el ruido de remos y luego la voz, pero ahora procedía de más lejos y su tono reflejaba una desesperanza y un patetismo tremendos.

—Lo siento… ¡Lo siento! No quería molestaros, pero es que tengo hambre…, y ella también.

La voz se apagó y hasta nosotros llegó el ruido de los remos sumergiéndose irregularmente.

—¡Alto! —gritó Will—. No quiero ahuyentarte. ¡Vuelve! Esconderemos la luz, si a ti no te gusta.

Will se volvió hacia mí:

—Todo esto resulta muy extraño, pero creo que no hay nada que temer.

Había un interrogante en su tono y le contesté:

—Yo tampoco. El pobre diablo habrá naufragado por aquí cerca y se habrá vuelto loco.

El sonido de los remos iba acercándose.

—Vuelve a guardar la lámpara en la bitácora —dijo Will; luego se inclinó sobre la borda y aguzó el oído.

Dejé la lámpara en su sitio y volví a su lado. El ruido de los remos cesó a un docena de metros aproximadamente.

—¿No quieres atracar de costado ahora? —preguntó Will con voz tranquila—. He vuelto a meter la lámpara en la bitácora.

—No… no puedo —repuso la voz—. No me atrevo a acercarme más. Ni siquiera me atrevo a pagar las…, las provisiones.

—Eso no importa —dijo Will, titubeando luego—. Coge toda la comida que quieras…

Volvió a titubear.

—¡Eres muy bueno! —exclamó la voz—. Que Dios, que todo lo comprende, te recompense por tu…

La voz se quebró roncamente.

—¿La… la señora? —dijo de pronto Will—. ¿Está…?

—La he dejado en la isla —dijo la voz.

—¿Qué isla? —tercié yo.

—No sé cómo se llama —contestó la voz—. Ojalá… —empezó a decir, pero se calló súbitamente.

—¿No podríamos enviar un barca en su busca? —pregunté a Will.

—¡No! —dijo la voz con un énfasis extraordinario—. ¡Dios mío! ¡No! —Hubo un breve pausa; luego, en un tono que hacía pensar en un reproche merecido, añadió—: Me he aventurado a causa de nuestra necesidad… Porque su agonía me atormentaba.

—¡Soy un bruto despistado! —exclamó Will—. Aguarda un minuto, seas quien seas, y en seguida te traigo algo.

Al cabo de un par de minutos volvió con los brazos cargados de los más variados comestibles. Se detuvo ante la borda.

—¿No puedes acercarte a recogerlo? —preguntó.

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