Agnes Grey
Resumen del libro: "Agnes Grey" de Anne Brontë
Las tribulaciones de una institutriz victoriana. La primera novela de la menor de las hermanas Brontë. Cuando su familia queda empobrecida tras una especulación financiera desastrosa, Agnes Grey decide colocarse como institutriz para contribuir a los escasos ingresos familiares y demostrar su independencia. Pero su entusiasmo se apaga rápidamente al tener que luchar contra los difíciles hijos de los Bloomfeld y el doloroso desdén con que la trata la familia Murray. Inspirada directamente en las infelices experiencias de la autora, Agnes Grey describe las temibles presiones a que se sometía a las institutrices en el siglo XIX.
I. La rectoría
EN todas las historias verdaderas hay enseñanzas, aunque puede que en algunas nos cueste encontrar el tesoro, o cuando lo encontramos es en cantidad tan exigua que el fruto tan seco y marchito apenas compensa el esfuerzo de romper la cáscara. Si este es el caso de mi historia, no soy competente para juzgarlo; a veces creo que puede resultar útil para algunos y entretenida para otros, pero que la juzgue el mundo: protegida por mi oscuridad y por el transcurso de los años, no tengo miedo de arriesgarme y expondré cándidamente ante el público cosas que no revelaría al amigo más íntimo. Mi padre era un clérigo en el norte de inglaterra, que se ganó el respeto de todos los que lo conocían, y en sus años de juventud vivió holgadamente de los emolumentos combinados de una pequeña prebenda y unos bienes propios. Mi madre, que se casó con él en contra de los deseos de los suyos, era la hija de un hacendado y una mujer de carácter. En vano le dijeron que, si se convertía en la esposa del pobre rector, debía renunciar a tener carruaje propio y doncella personal y todos los lujos y finuras que eran para ella algo menos que lo esencial de la vida. Un carruaje y una doncella personal eran grandes comodidades; pero, gracias a Dios, ella tenía pies para caminar y manos para atender a sus propias necesidades. No eran desdeñables una casa elegante y un amplio jardín, pero ella preferiría vivir en una casucha con Richard Grey que en un palacio con cualquier otro hombre del mundo.
Viendo que sus argumentos no surtían ningún efecto, su padre finalmente dijo a los enamorados que se casaran si querían, pero que si lo hacían, su hija perdería cada penique de su fortuna. Confiaba en que esto enfriaría el entusiasmo de la pareja; pero se equivocaba. Mi padre conocía de sobra lo mucho que valía mi madre, hasta el punto de darse cuenta de que era una fortuna valiosa por sí misma; y si ella consentía en adornar su humilde hogar, él estaría encantado de aceptarla bajo cualquier concepto. Ella, por su parte, prefería trabajar con sus propias manos que separarse del hombre al que amaba, cuya felicidad le encantaría procurar y que ya se fundía con ella en corazón y alma. De modo que su fortuna fue a engrosar la dote de una hermana más sensata, que se había casado con un ricachón, mientras que ella acabó enterrándose en la sencilla rectoría aldeana, para sorpresa y pesadumbre de todos aquellos que la conocían. Y sin embargo, a pesar de todo esto, y a pesar del fuerte carácter de mi madre y los caprichos de mi padre, creo que no se encontraría una pareja más feliz aunque se buscase por toda Inglaterra.
De seis hijos, mi hermana Mary y yo fuimos las únicas que sobrevivimos a los peligros de la infancia y la adolescencia. Al ser yo cinco o seis años más joven, siempre se me consideraba la niña, la mimada de la familia; padre, madre y hermana se ponían de acuerdo para consentirme todo, no con una necia indulgencia que me hiciera díscola e indisciplinada, sino con una incesante amabilidad que me hizo desvalida y dependiente, inepta para soportar los golpes de las preocupaciones y tribulaciones de la vida.
A Mary y a mí nos educaron en el más absoluto aislamiento. Mi madre, que era una mujer a la vez de muchos talentos, bien educada y trabajadora, se hizo cargo ella sola de nuestra educación, con excepción del latín, que se encargaba de enseñarnos mi padre, de modo que ni siquiera íbamos al colegio; y como no había gente de nuestro rango en los alrededores, nuestro único contacto con el mundo consistía en una solemne merienda con los más importantes agricultores y comerciantes de la zona de vez en cuando, para evitar que nos tildaran de demasiado orgullosos para asociarnos con nuestros vecinos, y una visita anual a casa de nuestro abuelo paterno, donde las únicas personas que veíamos eran este, nuestra querida abuela, una tía soltera y dos o tres damas y caballeros mayores. A veces nos entretenía nuestra madre con historias y anécdotas de su juventud, las cuales, aunque nos divertían muchísimo, frecuentemente despertaban, por lo menos en mí, un vago deseo secreto de ver algo más del mundo.
Yo pensaba que ella había debido de ser muy feliz; pero nunca parecía echar de menos el pasado. Sin embargo, mi padre, cuyo temperamento no era tranquilo ni alegre por naturaleza, a menudo se angustiaba pensando en los sacrificios que había hecho por él su querida esposa y se devanaba los sesos ideando un sinfín de proyectos para aumentar su pequeña fortuna, por ella y por nosotras. Mi madre le aseguraba en vano que estaba totalmente satisfecha, y que si ahorraba un poco para las hijas, tendríamos todos más que suficiente, ahora y en el futuro. Pero ahorrar no era el fuerte de mi padre; no contraía deudas (por lo menos mi madre cuidaba mucho de que no lo hiciese), pero cuando tenía dinero, tenía que gastarlo; le gustaba tener comodidad en la casa y ver a su esposa y a sus hijas bien vestidas y bien atendidas; además, era de disposición caritativa y le gustaba dar a los pobres según sus posibilidades o, pensaban algunos, por encima de ellas.
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Anne Brontë. La benjamina de la célebre familia literaria Brontë, nació el 17 de enero de 1820 en el pintoresco pueblo de Thornton, Yorkshire del Oeste. Su infancia estuvo marcada por la sombra de la tragedia, con la pérdida temprana de sus hermanas mayores, María y Elizabeth, a causa de la tuberculosis. Esta dolorosa experiencia dejaría una huella indeleble en la sensibilidad de Anne, influenciando profundamente su futura obra literaria.
Bautizada el 25 de mayo de 1820, Anne creció en el hogar de los Brontë, una familia que emanaba una riqueza literaria inigualable en el Reino Unido. Su padre, Patrick Brontë, fue nombrado vicario perpetuo en Haworth, lo que llevaría a la familia a trasladarse a esta localidad. A raíz de la muerte de su madre, María Brontë, un año después de su nacimiento, Anne encontró en la cercanía y apoyo de sus hermanos, especialmente de Charlotte, una fuente de consuelo y orientación.
La salud frágil de Anne la mantuvo mayormente en el hogar, donde recibió educación y cuidado por parte de Charlotte. Sin embargo, entre octubre de 1835 y diciembre de 1837, Anne asistió a una escuela para niñas en Roe Head, cercana a Mirfield, donde su hermana ejercía como maestra. Estos años marcaron su desarrollo y nutrieron su aprecio por la educación.
La carrera literaria de Anne comenzó como institutriz en la familia Ingham en Blake Hall, Mirfield, desde abril de 1839 hasta finales del mismo año. Estas vivencias serían plasmadas magistralmente en su primera novela, "Agnes Grey", una obra que revela las vicisitudes de la vida de las institutrices de la época.
Posteriormente, Anne se desempeñó como institutriz en Thorp Green Hall, cerca de York, en enero de 1843, donde impartió enseñanzas a un joven llamado Edmund. Tras dejar su puesto en junio del mismo año, Anne fue testigo del tumultuoso episodio entre su hermano Branwell y el señor Robinson, un evento que dejó una marca indeleble en la familia.
Hasta su fallecimiento, Anne Brontë se dedicó con pasión a la escritura y al arte del dibujo. Tras la partida de su hermano Branwell y, posteriormente, de su hermana Emily en 1848, su salud se resintió gravemente. Incluso un intento de recuperación en Scarborough en mayo de 1849 no pudo detener el avance de la tuberculosis. Anne Brontë falleció el 28 de mayo de 1849 en Scarborough, dejando tras de sí un legado literario de profunda introspección y valentía.
La pluma de Anne Brontë, aunque a menudo eclipsada por las de sus célebres hermanas, es una voz que merece ser escuchada. Su obra perdura como un testimonio de la fortaleza y la sensibilidad que caracterizaron a los Brontë, una familia que dejó una huella indeleble en la literatura británica.