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¿Adónde vas, Manzanita?

¿Adónde vas, Manzanita? - Leo Perutz

¿Adónde vas, Manzanita? - Leo Perutz

Resumen del libro:

En 1919 un joven oficial austríaco hace jurar a unos compañeros de armas, mientras regresan en tren desde Rusia, que matarán a Seljukov, el sádico comandante del campo de prisioneros de guerra que los expuso a humillaciones. Pero una vez en Viena, los demás olvidan esos rencores; sólo Georg Vittorin renuncia a todo para iniciar una complicada odisea por varios países: será revolucionario y contrarrevolucionario, chulo, jugador y pordiosero…

Llega el día

El control inesperado en la gran enfermería de la estación había sido el último suceso emocionante. Desde Moscú, el viaje transcurrió sin ninguna otra clase de incidente. Cuando Kohout sacó del bolsillo la baraja medio rota y, haciendo observar que se le debía una revancha, propuso una partida de veintiuno, todos estaban allí presentes, incluso Feuerstein, que en la estación había sufrido un desvanecimiento durante la lectura de los nombres y apellidos.

El doctor Emperger, que se encargaba del dinero del viaje, bajó en Tula y compró pan, huevos y té caliente, consiguiendo incluso comprar dos tabletas de chocolate. Cuando volvió, dijo que se había despedido definitivamente y para siempre de Rusia y que había pisado el suelo ruso por última vez en su vida. Según él, en efecto, desde ahora se encontraba ya propiamente en suelo neutral, porque no podía considerar aquel tren de socorro sanitario como algo que perteneciera a Rusia.

El rostro de Vittorin se ensombreció. Pensaba para sus adentros: ¿es que el doctor Emperger ya no quería volver jamás a Rusia? Y si la elección recaía sobre él, ¿qué ocurriría entonces? ¿Es que se ocultaba algún propósito detrás de sus palabras? ¿Quería anunciar al fin y al cabo, indicar de modo hábil y discreto que no se sentía unido al acuerdo establecido?

Alzó la vista de las cartas. Pero no halló en el rostro del doctor Emperger, con sus ojos saltones y totalmente inexpresivos, nada que pudiera confirmar su sospecha.

¡Era imposible! Los cinco habían dado solemnemente su palabra de honor. «Juro como oficial y como hombre de honor…», había sido la fórmula para establecer el acuerdo. Ya no había manera de volverse atrás. Quizás el doctor Emperger no se había dado cuenta del alcance de su observación, quizás había hablado sin reflexionar en absoluto sobre lo que decía. En tal caso, se trataba de hacerle una reprensión en un tono enteramente amistoso.

Vittorin soltó las cartas y se abrochó la americana. Sin embargo, mientras reflexionaba todavía, se le adelantó el teniente Kohout.

—¡Eh, tú, amigo! —dijo a Emperger—. Me parece que quieres escabullirte. Uno de nosotros ha de volver, ya lo sabes. ¿Quién te dice que no serás tú?

—No me has entendido bien, Kohout —explicó el doctor Emperger—. Uno de nosotros ha de volver, por supuesto. Pero la santa Rusia no me verá ya más como prisionero de guerra. Si vuelvo, será como hombre libre. Supongo que reconocerás que se trata de algo completamente distinto.

—Retendré bien en mi memoria el nombre de Seljukov —dijo Feuerstein—. No olvidaré este nombre hasta el fin de mis días. Podéis contar conmigo.

—Hace tiempo que este asunto quedó resuelto —dijo gritando desde la ventana el profesor Junker—. ¿Quién ha vuelto a empezar con ello? ¿Por qué vamos a estropear con el recuerdo de ese capitán del Estado Mayor este magnífico viaje en un vagón de tren tan espléndido y de aspecto casi europeo?

¿Adónde vas, Manzanita? – Leo Perutz

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