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Libélula

Dragonfly. Photo by Andre Mouton on Unsplash

Dragonfly. Photo by Andre Mouton on Unsplash

Libélula

¿Ya la puedo ver?
Mírala.
Acaba de nacer.
Parece que de lo único que está hecha
es de ojos.

Acabo de despertar.
Aquí afuera es distinto.
Extrañaré el agua envolviéndome.
Estoy conforme con mi nueva esencia.

El cristal de su figura no ayuda
a esclarecer aún su carácter.
Tan breve, tan leve.
¿Cómo conseguirá resistir?

Se afanará en escapar de las tercas comparaciones
con Mariposa.
Cada quien en lo suyo.
La desproporción sofisticada será su sex appeal.
No quiere trascender;
odia los símbolos,
los nombres
y los nombretes.
Huye de la curiosidad de los naturalistas.
No entiende el motivo de sus caprichos con ella.

Piloto nivel experta.
Las maniobras de su vuelo enloquecen
al quorum que la observa.
Orgullosa de la grandilocuencia de sus antepasados.
Privilegiada de disfrutar de mar y tierra,
luce sus dotes poderosas siempre que puede.

Los naturalistas continúan atontados conmigo.
Ahora, por el color tornasol de mis alas.
Se nota que tienen tiempo suficiente.
Nada de pantanos, ríos, estanques.
Tiene que haber más.

Hace tres horas que se lanzó a volar sobre el mar.
La salinidad era una experiencia que no se podía perder.

He volado millas y millas.
Ya conozco las cosechas de arroz de una treintena de países.
Y he descansado en los jardines de cientos de lugares.
Paso veloz por esos terrenos
porque la mirada de los humanos -naturalistas y no- me acosa.

Sigo buscando la luz.
Tiemblo cuando no es suficiente.
Tengo compromisos irremplazables en mi viaje.
Como de todo lo que se me antoja.
Amo la lluvia.
Me recuerda mi primera infancia.
Tengo poco tiempo.
Carpe diem.
Carpe diem.

Soy adulta desde hace un mes.
Probablemente, no alcance a la primavera.

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