“Soy Leticia, heroína legendaria y defensora de los desgraciados, las viudas y los pajaritos. Mi nombre es conocido en cada polo, mis hazañas atraviesan los tres mares y mi valor es cantado por cada bardo en cada taberna. Las mujeres besan mi blanca armadura de largas mangas y fuertes correas, los hombres me admiran por mi castillo de acolchados interiores y los niños me suplican que regale mi embudo yelmo de brillante plata. Al oír mi nombre… los dragones huyen a sus cavernas, los demonios tiemblan, los espíritus regresan a sus tumbas y los ogros se cagan encima. Soy Leticia, domadora de monstruos de cien cabezas, la luchadora sin par y sin rival. Libre como el viento, potente como el rayo, fuerte como el mar y modesta como Dios. Causo envidia a las mujeres y lujuria a los hombres, y a veces… viceversa. Pero hoy no es día para cumplir encargos y recolectar fama, ¡no! Hoy es el día en que abriré mi corazón a mi prometido, le pediré su mano a su madre… o a su padre, o a su abuela ¡o a quién sea! Bajo la sombra del ébano nos prometeremos amor eterno. ¿Porqué los cielos y sus ángeles no tocan suaves melodías de arpas y trompetas? Es que no deben saber que se casan Leticia y Manolo. Por eso debo ir a derrotar al basilisco. Sólo él guarda entre sus tesoros la necesaria joya para tal ocasión. Es casi tan bella como mi amado, sé que le gustará.
Entro en su morada y le veo agazapado contra la pared de su fría caverna. Sabe qué vengo a buscar y adivino que oculta la brillante gema. Le digo “dame la alhaja que escondes entre tus garras y tu vida será perdonada”, pero la bestia cree poder combatir conmigo y osa desafiarme. Su boca escupe fuego, sus ojos veneno y su piel apesta a… El combate fue arduo, el basilisco se defendió con toda su fuerza y poder, pero la batalla era, para él, causa perdida. Tengo al fin el anillo y ya vislumbro la mansión de mi prometido. La puerta de su alcoba está grandemente abierta y su doméstico brilla por su ausencia. Este momento debe ser inolvidable: me arrodillo, poso una mano sobre la fría coraza que protege mi corazón y con mi otra mano presento la joya del basilisco, de tan brillante hermosura como terrible era la fealdad de su dueño”.
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“Leticia, ¿me puede decir qué hace de rodillas y por qué me enseña ese alambre enroscado?”, dijo el doctor tras un breve instante de silencio. “La noto un poco excitada, ¿Está tomando sus medicamentos?”.
“Esto para usted es luna de mi luz”, respondió tímidamente la desaliñada paciente. “Soy Leticia, legendaria heroína y desgraciada de los… defensora de los…”
El médico se levantó de su sillón y examinó a la enferma, luego la alzó y la llevó hasta un asiento. Allí la auscultó mientras ella continuaba exhibiéndole bajo sus narices los anillados hilos metálicos. “No tienes nada de grave”, explicó el médico al mismo tiempo que le hacía señas a un enfermero para que se acercase.
“Gustavo”, dijo el doctor cuando hubo llegado el asistente. “Hágame el favor de llevar a la paciente a su cuarto, sólo tiene una leve fiebre pero mejor nos encargamos de ella antes de que empeore y le sigua causando más alucinaciones”.
“Mi amor eterno amor, mi eterno amor eterno”, repetía Leticia durante su traslado, pero su amado ya no le oía y más nadie le escuchaba.
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“Soltadme rapaz cancerbero, no veo viento poder mi espada probaríais”, susurraba Leticia sobre el lecho de sus acolchados aposentos. Impotente, amarrada con firmeza a su cama, sólo le quedaba murmurar divagantes amenazas al celador mientras éste le inyectaba un potente tranquilizante.
“¿Cómo va todo? ¿Alguien está dando problemas?”, preguntó otro corpulento enfermero apoyado contra la puerta.
“Es Leticia de nuevo”, respondió, “ésta vez atacó al ‘cagao’ para quitarle un pedazo de basura. Le pegó tan fuerte que hubo que trasladarlo al ala de cuidados intensivos”.
“¿De verdad? No me lo puedo creer”, exclamó el segundo.
“Sí”, repuso el otro en lo que cerraban la puerta y apagaban las luces, “desde que le dejan ver los canales de bio-TV del planeta Tierra-6 se cree que es humana”.
Entonces, los burlones enfermeros salieron del lugar con rápidos movimientos de sus placas de reptación, dejando a Leticia a oscuras en su gelatinosa cama, con sus veinte tentáculos oculares bañados en lágrimas.