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Lectura para quedarse en La Habana

La autora de los trece relatos que integran el volumen Cuentos para huir de La Habana no es Zulema de la Rúa Fernández, una enfermera —en realidad una Licenciada en Enfermería— que apenas rebasa los 30 años, a quien no me he topado nunca en una peña literaria (de esas que tienen lugar cada semana en cualquier rincón de la ciudad) y a quien mucho menos he visto aparecer en una revista (reseñada por algún periodista importante) o en la terraza de tertulias del vespertino Hola, Habana, al que tantos artistas glamurosos acuden para promocionar su obra.

La autora de los trece relatos que integran el volumen Cuentos para huir de La Habana (Premio Calendario de Narrativa, 2010; Casa Editora Abril, 2011) es simplemente Zulema de la Rúa Fernández, una escritora anónima que tal vez se las arregla —no me imagino cómo— para repartir su tiempo entre el cuidado de enfermos y la creación literaria, en medio de una precariedad material que nos atañe a todos (escritores o no) y una apatía general entronizada, tanto en los sujetos que intervienen en la gestión editorial como en quienes detentan la responsabilidad de garantizar un servicio (sin importar la esfera).

Al respecto estoy desarrollando un mero ejercicio especulativo, se entiende. No conozco a Zulema de la Rúa Fernández. Ni siquiera sé si trabaja o no como enfermera en alguno de los deteriorados hospitales de la capital cubana, o en algún policlínico de la periferia. Lo que sí es seguro es que sus Cuentos para huir de La Habana dan cuenta, no de su competencia como profesional de la salud, sino de sus cualidades como narradora, con indiscutibles posibilidades expresivas y una imaginación exultante.

Cuando leí “Bomba sexual” —lo hice en voz alta, para compartir la lectura con mis interlocutores, inmersos en una conversación trivial— no pude menos que echar la carcajada, a cuyo contagio sucumbieron mis desconfiados oyentes (la desconfianza es una plaga bastante extendida entre los catadores de literatura cubana, sobre todo la producida por jóvenes). El cuento empieza así: “No es fácil ser una bomba sexual. Menos aún si vives en La Habana y caminas lentamente por cualquier acera. No es fácil tener un súper culo bamboleante. Los hombres se te acercan: ‘Abusadorcita. Locota. A ti lo que hay es que llenarte toda de leche’.”

A alguien —todavía quedan lectores puritanos— pudiera sonarle grosera una expresión de ese tipo llevada a la escritura. Nada más alejado de la realidad. “Bomba sexual” no es un relato vulgar. Sensual, eso sí. Muy sensual. Igual de inteligente a la hora de deconstruir el mito de la sexualidad masculina, con toda su carga simbólica de posesión y de dominación excluyente. Una historia tal, contada por un hombre, apenas tendría significado. En cambio, Zulema de la Rúa logra convencernos. Mejor aún: conmovernos. El final es apoteósico.

En lo personal, pienso que varios de los relatos incluidos en el libro merecían un tratamiento más extenso, más profundo. Un ahondamiento, por decirlo de alguna manera, habida cuenta del ingenio desplegado y del interés que aviva la lectura de los primeros párrafos. Es solo una impresión. Me quedé con ganas, por ejemplo, de continuar leyendo “Celos” o “Nada”. Pero también funcionan como una suerte de microrrelatos, a los que resulta forzoso añadir cierta dosis de construcción propia y coparticipar en la culminación de una trama que desborda ab initio las fronteras del texto. Repito: es solo una impresión.

Otros cuentos —estoy pensando en “Un muchacho muy joven con unas alas pequeñas”, “Pornográfica” y especialmente “Último ciclo en la sala oscura”— no merecen otra cosa que el calificativo de excelentes. Historias redondas, contadas con precisión y desenfado (signos que identifican el estilo de Zulema de la Rúa en sus mejores momentos) y que nos dejan —como lectores— esa sensación de placer y plenitud que solamente nace de las buenas narraciones.

Una aclaración necesaria: a mi ejemplar de Cuentos para huir de La Habana le faltan tres de los relatos anunciados en el índice: “Chicas”, “Bailando en la claridad” y “Retazos del reciclaje”. Defecto que, de incumbir a la generalidad de la tirada, constituye una verdadera tragedia y que, caso de haberme tocado a mí el cuaderno incompleto, revela que soy un consumidor tremendamente fatal. El asunto es que me quedé sin disfrutarlos y tal vez no haya sido este humilde servidor el único.

Cuentos para huir de La Habana no es el primer libro publicado por su autora. En la contracubierta del tomo se aclara que antes recibió otros premios: el Luis Rogelio Nogueras 2008 y el Ernest Hemingway de Cuento 2009. No he leído ninguno de los dos; no sé dónde pudiera encontrarlos. A juzgar por el efecto producido en mí por Cuentos para huir… pienso que valdría la pena echarles al menos una ojeada. Por lo tanto, hago el necesario llamado:

—Zulema, por favor, ¿me prestarías alguno? Prometo cuidarlo. No voy a poner aquí mis señas, mi dirección postal, mi teléfono, esas cosas… Je-je. Aunque de todas formas, tengo plena conciencia de que nada en esta Habana, de la que tus cuentos convidan a huir, es secreto. Te dejo, no obstante, mi localización electrónica, a disposición de todos los miembros de la familia de Isliada: editorial@isliada.org

Me queda todavía algo que añadir: “Mundos de viento”, el último de los trece cuentos para huir de La Habana, se desvía un tanto de la ruta seguida por la narradora en los relatos que anteceden. ¿Intencionalmente? ¿Lo utilizó como relleno, como una de esas canciones que los intérpretes de música popular suelen incluir hacia la mitad del disco para completar el tiempo exigido por los productores? ¿Se le escapó a la escritora? ¿Al jurado? ¿A la buena amiga Malvis Molina, editora del cuaderno? ¿O por el contrario, se trata de un cierre pensado con lucidez y diseñado para adentrar al lector —al lector entrenado— en los vericuetos por que habrá de transitar una creadora en pleno estadio de maduración y perfeccionamiento como profesional de la escritura? Hay algo de alucinación en el tono de esa historia —de consistencia onírica— que parece anunciar una ruptura; mostrar la punta del iceberg que pudiera estar tomando cuerpo bajo las aguas turbulentas en que siempre se mueve un artista, cuando le asiste el talento.

En “Mundos de viento” el acento desprejuiciado y no exento de humor se trasmuta en sobriedad, ensoñación y desaliento. Zulema de la Rúa tiene mucho que decir, no albergo la menor duda. Al tiempo corresponderá, como siempre, el dictamen final. De momento, Cuentos para huir de La Habana constituye un prometedor avance.

Para ponerlo fácil: el libro me gustó, más allá del análisis estructural o estético.

Cuánto cuesta que algunas personas confiesen que les ha gustado algo.

Y es tan simple.

Y tan reconfortante.

Aunque en el horizonte se vean “treinta o cuarenta molinos de viento, con las aspas deshechas”. Las aspas —justamente las aspas— son una invitación indeclinable para quedarse en La Habana.

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