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Las playas de la dicha
LAS MADERAS
De palisandro el porche
la escalera
y el techo de la casa extraordinaria.
Barandas
celajes
los postigos que se abren al resol colonial.
Las virutas quizás del cajón de pañuelos
seguro las astillas que hoy lleva el corazón…
Su olor a palisandro.
EL CIELO PROTECTOR
Es el mismo cielo sobre Helena
el que ahora te rebasa y entrecierra los ojos:
el cielo de los dioses;
yo releo a los clásicos y paso unas amargas páginas
que viento son para ti
te despeinan.
Como antaño los ancianos murmuraban
de la que demasiado bella
y volvían los rostros
ancianos hoy crepitan
y desarmados tiemblan junto a las vidrieras:
has ido a ver las ropas.
Pasa un auto con su mascarón de proa
duplicando el mundo
se suceden los cristales de los autos
y tu imagen de vidrio asombra a los ancianos
pues igual es de temible.
Aspiraría esa droga de vidrio toda la tarde
mientras en consejo los ancianos anticipen:
“Mejor sería que no hubiese una Helena
mas es culpa de los dioses”.
La antorcha invertida del sueño pende sobre la calle,
cerrarán los comercios
y el rojizo resplandor que anticipa el incendio
pondrá su mancha en el asfalto.
En las tardes de lluvia vi yo ese resplandor
y pensé eran las luces de los autos
sobre la calle mojada,
la vida verdadera me mostraba una señal.
Dentro de la muralla el tiempo es una arena
que escurren los relojes con autoridad.
Me llega ese tiempo como las bocanadas de aire
que exhalan los interiores de invierno.
Sigo pasando páginas cual si no conociera el final.
Helena está de pie
y los ojos de los dioses son conos de luz
que se mueven por la plaza,
la máscara de la belleza cae a mis manos
como un marcador.
Abandonas la vidriera
te envuelves contra el frío que lastima tu cara.
Flores en celofán te distraen un instante
te has parado y el centro oscilante del mundo
se reajusta a ti;
los ancianos levantan confundidos los ojos.
Lilas y lavanda perfuman desde Troya
y van contra tu pecho en celofán.
Desde un iluminado interior
se escurre un villancico que te atrae
cruzas la mirada con ancianos que se mesan las barbas
no entienden su zozobra.
Quiero olvides la música
y escuches cómo está lleno de amor por ti
mi pecho homérico,
no un villancico
sino una hilera de trompeteros contra el mar
y el terrible clamor de Héctor
tres veces gritando “Troya”
que se mezcla con el claxon de los autos.
Vuelves el rostro creyendo haber oído algo.
Es el mismo cielo sobre Helena
el que ahora me rebasa y entrecierra los ojos.
Releyendo a los clásicos he llegado
a las últimas palabras del vigésimo segundo canto
me he visto entre los héroes
pues igual que sus días mis más hermosos días
dirían ellos hybris, yo apogeo,
velozmente se transmutan en memoria
van pasando.
Es el mismo cielo de los dioses
y también mi mismo cielo el que ahora te moja,
y espectadora última
has rebasado al coro de ancianos que recita:
“Así hicieron las honras de Héctor, domador de caballos”
en PRADA, bajo su marquesina navideña.
VITRALES
(con Virginia Woolf)
Confieso daban miedo los charcos irreales
que ponía la luz en las estancias
de quien niña
evitaba mojarse sus zapatos.
Rebasado el azul a duras penas
casi heladas las manos
pues los rojos cristales pegoteaban de sangre
la pared de la sala
—los Atridas coloniales remecían el sillón—.
Y de golpe amarillo.
Todo se detenía por algunos instantes,
el corazón acaso.
Acaso sabrás todo cuando crezcas
del color de la muerte.
Dulcísimo amarillo te calmaba.
DIME TÚ QUÉ AMOR YA MUERTO
Dime tú qué amor ya muerto ha tenido luz así:
estamos en una foto
en un balcón
en mitad de un palacio
y detrás se haya el mar, discretamente.
Por supuesto que el mar nos alentaba
el mar mudándolo todo en cosas aún más bellas.
En mitad de la tarde
por no llorar delante de terceros
volví el rostro.
Habíamos vivido juntas cuatro años
y fue la separación
cuando llegaba al vestíbulo de la realidad
—pero solo hasta ahí—.
Detrás se divisaban estancias mejores
mas un viento me cerró las puertas.
Yo seguía parada en el umbral sin querer confesártelo
por no verte llorando frente a extraños.
Te habías mudado a otro país.
Aquí el viento tiraba las puertas y dejaba tus fotos
pero no dije nada:
transcurría nuestra semana luego de un año
me reí de tu acento y de tus nuevas frases
juntas nos divertimos como siempre.
Era muy blanco el muelle
con blancas farolas sucediéndose
el terrado, las sillas,
doquier pusiese los ojos blanco y blanco.
“Molesta el resplandor”, fingí ante los extraños.
Ya la foto estaba hecha,
sin salir de la pantalla la había celebrado
sin salir de la pantalla dolía concretamente
como duelen tus fotos.
Si acaso te hablo mucho
del pesar que me ha causado esta separación
pues no me creas;
Shakespeare cantaba a un ahogado
con perlas en los ojos y coralinos huesos
pues la alquimia del agua trocó en joya lo muerto.
Asimismo este amor, ya sin aliento,
un don ha recibido
de las playas que juntas contemplamos:
se llama permanencia.
Aquí te la regalo: una foto, una joya,
no le pidamos más
ya que el pasado es nuestro
la semana
y los mares del mundo
donde tú no estarás o no estaré
pero así basta.
HABANA 1791
El amor declinante asociado al sándalo.
Palillos suntuosos magdalena de Proust,
en la trastienda de Habana 1791
unas manos hermosas me vendieron
lo que no puede ser devuelto.
SOBRE UNA ALMENDRA ROJA
El interior del carro
olía como el cine de mi infancia:
asientos de cuero ceniza clandestina:
detalles de lo provisorio que no molestan.
Allí subimos
a hacer más breve una distancia
que merecía eternidad
pues éramos felices,
lo repito de nuevo.
Desde Neptuno a Línea
una almendra roja descascarada
bajaba y subía por inercia.
Era la hora crítica en que la muchedumbre
intenta a toda costa
regresar a los sitios del consuelo
y el cielo es espejo horizontal
donde manchas de pájaros nos imitan
sin violencia.
La hora de la zozobra exceptuando a nosotros
que debimos haberla caminado.
LAS PLAYAS DE LA DICHA
I
Algo en mí supuso la fatalidad de esa discreta tarde.
El ascensor nos colocó suavemente
íbamos vestidos de verano
y salimos los cuatro tan ligeros.
Pudiera alzar la mano a quien fui y advertirle:
esto no durará.
Pero ya lo sabía.
Era la costa de La Habana y verano
habíamos llegado un poco tarde al verano y a la playa.
Ya no quedaba nadie, solo nosotros cuatro
(dos éramos tú y yo).
Sentados sobre las rocas
conversamos de cosas sin importancia.
Pocillos cavados por el agua contenían secretos:
joyas náuticas
minucias que compondrían una naturaleza muerta;
tú habías comprado un búcaro raro
que ahora está en nuestra casa
y yo me entretenía de pocillo en pocillo,
saqueaba para llenarlo.
Ya sé que para siempre recordaré dos playas
azules y sonoras,
así han de ser las playas que aspiran a memoria
aunque allá se hagan sepia.
Levanté la cabeza
los vi hermosamente sentados
nunca sabré qué hacer en medio de ese instante
que aún está sucediendo y ya sé para siempre.
Les grité unas palabras
ya no al aire livianas y remotas,
cayeron como piedras,
joyas náuticas también esas palabras
que no eran importantes.
Pesarosa hube de recogerlas.
Asombra en ciertos recuerdos su arbitraria permanencia
así que no hay razón
para que cambie el memorioso sepia
desde el azul al rojo,
para este olor a algas.
Algo en mí supuso la fatalidad de esa discreta tarde,
no sé si la recuerdas mas qué importa:
conservo dentro de mí tu instante con cuidado.
El tercero de nosotros me dio una mariposa
para también poner adentro del cristal.
No sé por qué no la quise
algo en mí suponía la fatalidad
de ser esta naturaleza muerta.
II
Llegamos a la habitación cuando empezaba la tarde.
Siempre la tarde es cruel
y más cruel en las playas,
la matinal belleza del mar cuando está frío
y recién se acostumbran las gaviotas
recrudece con las horas
y obliga al mediodía a entornar los ojos
cuando merma la luz son las seis de la tarde:
la luz ya no nos mira fijamente
y sus oblicuos ojos son el hechizo peor.
Toda criatura tiene de sí misma noticia a esa hora.
Cuando llegamos a la habitación empezaba la tarde
descorrí la cortina sobre el vidrio
y entró francamente la de oblicuos ojos:
así era mejor.
Encendí la televisión
pasaban una película sobre la playa.
Eran dos playas:
la una en la pantalla la otra tras la terraza
no supe desde cuál miraban con más furia
los oblicuos ojos.
Las muchachas del surf
se animaron en inglés unas a otras
y yo atenué de la pantalla el demasiado color
pero el demasiado color persistía tras la baranda.
Me di por vencida.
Tablas de surf corrían ante mis ojos
llevando a muchachas que se me parecían.
Tú saliste un momento a la terraza
y me dijiste algo:
yo lo supe claramente de nuevo aquella tarde
como antes lo supe en la costa de La Habana,
no me preguntes qué.
Ignorar ciertas cosas es un don en cualquier hora,
mucho más en la hora de los oblicuos ojos.
Entraste de nuevo
y llevaste contigo tu visión
y eso hizo a estas cosas mucho más soportables.
Pasaron toda la tarde
las muchachas del surf por la pantalla
sobre sus frágiles tablas lamidas por el mar
y pasó toda la tarde tras la baranda.
No te dije palabra
porque te había amado en esas breves horas
más allá de toda posible palabra.
Cerré las cortinas
cuando daban miedo las frágiles tablas de mi sueño
lamidas por la noche vasta.
RETRATO JUNTO AL CASTILLO DE LA FUERZA
Donde debió estar el otoño de 1999
esa foto.
Ella miraba hacia nada suavemente.
Pudo ser más que una foto
un miniado camafeo,
una joya mineral equilibrándome el pecho.
Sin embargo, una foto.
BAJO EL PODERÍO DEL MIRIÑAQUE
La banda sonora ahoga toda respiración.
Te has dormido en mitad de la trama
cuando atentos los ojos persiguen en la pantalla
al flotante miriñaque.
Alguien enciende un cigarro
y lo pasa al de su lado, luego otro.
El humo ayudaría al animal
a esconder su predominio tras las finas columnillas grisáceas.
Minúscula es tu mano medida contra mi mano.
Dormida aún retienes tu poder como una reina muerta.
El imperio del miriñaque
trasciende el cuadrado de vidrio.
Debajo de la franela acaricio mis músculos
todo posible sonido es disonancia
junto al compás de tu respiración
que acaso nadie escucha excepto yo.
Si no me vigilo estiraré una mano
a esa silente densidad,
al expuesto nacimiento de tu espalda
que admiro de soslayo.
Deberás abrir los ojos
para que junto al filoso acantilado
el animal se duerma y yo exhale libremente.
Me vuelvo a la trama
pero el deseo antepone figuras más extrañas que el humo.
El deseo es un collar incandescente
que oprime mi garganta.
Toda la noche podría mirarte
y al amanecer indescriptible seguirías.
Así mismo te vi entrando
en la antigua fonda de los chinos
los faroles de pergamino se encendieron de súbito
con una luz distinta
y oí gritos que ordenaban sopas y otros platos
pero ya la violenta actualidad
explotaba como un fuego de artificio sobre nosotros.
Vi tu salida y era imposible la idea de perderte
en la ordinaria multitud de Chinatown.
Toda la noche te estuve mirando
sin la esperanza de esta noche.
Al otro día las cosas hermosas me asumieron
florecía lo adventicio
como si fuese la ciudad su estación
y el barrio de los chinos
giraba sus esquinas para encontrarnos.
Asomarse a la baranda
era verte pasar con los crípticos papeles bajo el brazo;
yo buscaba la tramoya tras estos accidentes
y bajo la certeza de predestinación.
Las arañas de tu sala se encendieron
bajaste los peldaños de dos en dos hasta la calle
y ya era la segunda noche.
La trama se volvía imprevisible,
mi sustancia estaba en vilo como ahora.
Sé que sabes el final
mientras cruzan por tu sueño flashazos de la ficción.
aun en su mudez temible es el poder de un miriñaque
que escapa de la pantalla
y cuelga sobre nosotros como una emplomada lámpara.
Despiertas cuando apagan sus cúpulas los cigarros
y sales a la noche de Chinatown.
Del torso del animal asciende la marea de los créditos.
Isaily Pérez González. Santa Clara, 1975. Poeta y editora
Licenciada en Letras por la Universidad Central de Las Villas. Directora de Ediciones Sed de Belleza, Santa Clara. Obtuvo el Premio Calendario 2007 por su poemario Una tela sobre el bosque (Casa Editora Abril, 2008); el Premio-Beca de Creación Dador del Instituto Cubano del Libro 2002. Ha sido antologada en las muestras sobre la más reciente poesía cubana: Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo (Editorial Letras Cubanas, 1999); Los Parques (Ediciones Reina del Mar y Editorial Mecenas, 2003); Queredlas cual las hacéis. XXI poetisas cubanas del siglo XXI (Casa Editora Abril, 2008). Textos suyos han aparecido en las revistas literarias El Caimán Barbudo y La Gaceta de Cuba, entre otras.