Reseña

La vida en silencios

Leer Silencios (Letras Cubanas, 2007) de Karla Suárez, me hizo caer en que por la misma fecha (1998) que la autora estaba urdiendo su novela, andaba enredado yo en una tarea semejante, que a la postre abandoné, sin compasión por las ya más de 100 cuartillas escritas, y movido por razones tal vez similares a las que incidieron para que ella sí diera término a la suya. Yo paré por escrúpulos; y por mis propios apotegmas sobre la misión literaria; no seguí porque las historias que relataba se me estaban pareciendo demasiado a la vida misma; el protagonista y los personajes y condiciones circundantes mucho tenían de mi, de mis amigos, y del contexto que nos envolvía. Poco había de imaginación, me dije; y casi nada de artificio. Eso, creí, no podía ser literatura. No en balde un par de años más tarde permuté el afán de novelista por el periodismo. Ahí sí, la realidad lo vale todo, pensaba.

Ahora, diez años después, me enfrento a un libro cuyo título, Silencios, se me vuelve paradójico tras las primeras páginas. Porque nada calla su chica protagonista; poco quiere de sí dejar velado, ni de los seres o el momento que la moldea; al tiempo que saca episodios íntimos de la memoria —o narra sincrónicamente (¿quién sabe?)— para completar su novela de aprendizaje de la vida. De bildung roman, acuñaría el libro de Karla un clasificador: un relato de transcurrir y crecimiento individual, sin lugar a dudas; pero con singularidades que lo desvían del molde clásico: no hay aquí un viaje decisivo (ascenso a mágica montaña o periplo al otro lado del espejo); tampoco un Maestro, ese hombre mayor, displicente, que entregue a la pupila las claves de la existencia. Tan sólo asistiremos a trasiegos cotidianos y familias con adultos comunes: proclives al secreto, esquivos al desnudo del alma. Por tanto la chica de intenso azul en los ojos y pelo rebelde, que no nos dirá su nombre (será “Dulce niña”, “Marimacho”, “Nena”, “Flaca”, “Gata mía”, según quien la aluda), capta a trompicones, descubre, observa e interpreta, rellena los silencios del fin del dúo de Papá y Mamá; acata los silencios de los otros y atisba “el pecado” del Tío, se entera de las vergüenzas ocultas de la Abuela y la Tía; ataca el lado débil de El Ruso, adolescente abusador; sopesa las virtudes de los amigos: Cuatro Ojos, el Poeta, el Merca; funda su oasis entre los libros y una casa vaciada; y del áspero entorno social de un Período intitulado Especial, se desentiende para perfilar una actitud y un rostro suyo, en lugar de enturbiarse y cubrirse de máscaras como los demás.

Qué tanto se parece ésta a la vida de muchos. ¿Cuántos de los de mi generación —y de otras edades— no encajamos como personajes de esta novela? Aunque proclame mi hartura con la avalancha de actos confesionales que arrasa en la literatura cubana de los últimos años, no puedo ocultar que me conmovieron las páginas de Silencios. Mala disposición, lo sé, para disertar desde la altura de la crítica literaria. Apenas me alcanza la razón pura para detectar la transparencia y fluidez del relato, la ausencia de malabarismos de lenguaje o de rompecabezas con el tiempo y los puntos de vista narrativos: Karla cuenta en primera persona; aristotélica y cronológicamente; sin caprichos vanguardistas; lo cual va a resultarle un acierto grande, si aceptamos que no aguijoneó a la autora la voluntad de mayores pretensiones, además de lo bien que se ajusta el tono y estilo a la historia que nos presenta y a su protagonista.

Pero si algo habría de temerse con este limpio ejercicio de la narradora en sus comienzos, es que lo degüellen pronto los tenaces huracanes del olvido. ¿Acaso en los archivos de la memoria personal —la de todo lector— no habrán de almacenarse demasiados documentos de la vida propia, como para dejar resquicios a reminiscencias de existencias ajenas que, encima, no difieren mucho de las nuestras? Intuyo que a la vuelta de unos meses, enfriada la emoción de la lectura, y como mismo me sucedió con las páginas borradas de aquella (mi) novela trunca, conservaré de Silencios, a lo sumo, unos pocos detalles. Como que había una gata llamada Frida; que el escritor bohemio llevaba el nombre de Dios, y también esta sentencia extrema: “Las verdades a medias o la absoluta verdad; ¿de qué color será la verdad?; carmelita, imagino, como la mierda”.

Rafael Grillo. (La Habana, 1970). Escritor y periodista.

Rafael Grillo (La Habana, 1970): Escritor y periodista. Jefe de Redacción de la revista El Caimán Barbudo y fundador de la web literaria Isliada. Licenciado en Psicología y Diplomado en Periodismo. Imparte cursos de técnicas narrativas en la Universidad de La Habana y otras instituciones. Ha publicado las novelas Historias del Abecedario y Asesinos ilustrados (Premio Luis Rogelio Nogueras 2009), los libros de ensayo Ecos en el laberinto y La revancha de Sísifo y el volumen de crónicas Las armas y el oficio (Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2008). Incluido en numerosas antologías; las más recientes: El silencio de los cristales. Cuentos sobre la emigración cubana; Tres toques mágicos. Antología de la minificción cubana y Island in the Ligth / Isla en la luz (bilingüe, publicado por The Jorge Pérez Foundation, Miami). Como antologador participó en L@s nuev@s caníbales. Antología del microcuento del Caribe Hispano (2015) y es el responsable de la “Trilogía de las Islas” conformada por Isla en negro. Historias de crimen y enigma (2014); Isla en rojo. Historias cubanas de vampiros y otras criaturas letales (2016); Isla en rosa. Historias cubanas del amor y sus desdichas (2016). En 2018 recibió con Isla en rojo el Premio del Lector, que se entrega a los libros más leídos del año. En 2020 participó en la novela colectiva Mirar, sufrir, gozar… La Habana y vio la luz su volumen de relatos Revolicuento.com.