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La valija del Conde Urbino

LA VALIJA DEL CONDE URBINO (I) 

De la mejor piara de cerdos de la hacienda de Luca Mori, terrateniente de Toscana, dos ejemplares maduros fueron elegidos para sacrificio inmediato una mañana de frío diciembre. Se carnearon y despellejaron a conciencia, sin desperdiciar un solo palmo de la piel que luego iba a ser vendida a un mayorista de la ciudad. 

Los cueros llegaron a la talabartería de Enzo Di Mauro, experto en la manufactura de baúles, valijas y otros enseres de viaje. Di Mauro los eligió personalmente para confeccionar el pedido de su cliente principal, el Conde Paolo de Urbino, conocido por su afición a los viajes. A comienzos de 1914 partió hacia New York en uno de los buques de la compañía Cunard, el Lusitania, que abordó en el puerto irlandés de Queenstown. El Conde viajó acompañado por su valet y el resto de su equipaje. Pero la pieza principal de ese cargamento era la valija de cuero de cerdo de Toscana que él pensó que solo contenía ropa. 

LA VALIJA DEL CONDE URBINO (II) 

En mayo de 1915, con la guerra asolando la seguridad de los mares, el Conde decidió volver. Abordó otra vez el transatlántico Lusitania que  en las frías aguas del Atlántico norte,  cerca de Irlanda, fue torpedeado por un submarino alemán. En el naufragio murieron casi mil doscientos pasajeros. Luego del rápido hundimiento, la valija del conde flotó en el océano y fue rescatada por uno de los equipos que llegaron tarde al punto del desastre. El resto de su equipaje desapareció y los cadáveres del Conde y su valet jamás fueron rescatados. Pero la valija fabricada por Enzo Di Mauro resistió y luego fue protagonista de sucesivas tragedias que ya contaré. (Continuará)

LA VALIJA DEL CONDE URBINO (III) 

Sin ningún dato que identificase a su dueño, salvo los monogramas de los pañuelos, la valija del Conde quedó en resguardo en los depósitos neoyorquinos de la naviera, secándose con lentitud y recuperando el brillo de su cuero. Las pertenencias que contenía desaparecieron. Hasta que por fin un empleado de la empresa, se apropió de la valija.

El hombre se llamaba Joseph Kowalsky, había nacido en Lublin y ahorrado lo suficiente para viajar al sur y rencontrarse con su novia también polaca que había emigrado a Uruguay. Todo lo que necesitaba era una valija como esa, porque lo poco que iba a llevarse cabía en ella. Por alguna razón de las que se vale el destino para burlarse de los ilusos, el nuevo dueño de la maleta no tuvo en cuenta que en México se libraba una revolución y que atravesar ese país insurgente para llegar a Panamá podía ser peligroso, sobre todo en los trenes que solían ser volados por los rebeldes al mando de Pancho Villa y Emiliano Zapata. (Continuará)

LA VALIJA DEL CONDE URBINO (IV) 

Se desconoce la exacta razón por la cual la valija llegó a manos de Cecil Williams, corresponsal de The Times de Londres, que cubría la revolución y se desplazaba con mínimo equipaje por si los hechos que reportaba lo empujaban a huir sin previo aviso de los hoteles. Es probable que hubiera conocido a Pawel en el viaje en el que ambos intentaron cruzar territorios dominados por los revolucionarios y que luego de la explosión que descarriló el tren, Williams se hiciera con la valija del polaco. 
Luego de llegar a Veracruz sin un rasguño, Williams se instaló en un hotel cercano al puerto y retomó su tarea periodística redactado convincentes panoramas sobre la revolución que en parte eran ciertos y en parte inventados. La información la obtenía de los periódicos locales y él inventaba el resto. Por las noches recorría sórdidos bares en busca de una medida de whisky decente mientras fumaba un habano. No fue raro que una noche se viera envuelto en una pelea que él no había provocado y que ese malentendido le deparase las dos balas en el corazón que lo mataron en el acto.

LA VALIJA DEL CONDE URBINO (V) 

Luego de que la policía investigara sin éxito la muerte violenta del pasajero Williams, la valija quedó otra vez sin dueño hasta que un empleado del hotel la encontró en la habitación del muerto. No había nada valioso dentro de la valija, salvo un tomo con poemas de Dante Gabriel Rossetti y la fotografía de una mujer hermosa tomada en Hyde Park. El empleado se guardó el libro, arrojó la foto y las escasas mudas de ropa a una lata de basura y preguntó al dueño del hotel si podía quedarse con la valija. El dueño dudó, pero luego se encogió de hombros y lo autorizó.  

La creación de Enzo Di Mauro tenía la capacidad suficiente para guardar todos los desastres imaginables de los sucesivos dueños que había tenido y los que habría de tener. Fue así que la valija del Conde Urbino  ―que el empleado del hotel creía vacía― volvió a llenarse otra vez de mala suerte renovada y ciega.

BIG-BANG 

Era tan grande que no cabía en sí mismo por lo cual un día decidió expandirse y produjo el Big-Bang, que no fue otra cosa que la universal expresión de su ego. Luego de vagar por los espacios interestelares vacíos y en permanente caos decidió organizarlos y creó planetas para que rotasen en torno a las estrellas. Les otorgó agua y previó atmósferas. No obstante, se sentía vacuo, inútil y aburrido. Entonces creó a alguien a su imagen y semejanza e hizo al hombre. Como las feministas protestaron concibió a la mujer. Ahí se le complicó todo porque al formar la pareja el  error se reprodujo. Se enteró la prensa y escribieron la Biblia. Después intervino un tal Nietszche que decidió matar al Creador. Pero ya era tarde para señalarle el malentendido y la Creación estaba fuera de control. Finalmente, luego de la Gripe Española, Hitler, Stalin, la bomba atómica, la televisión, el teléfono celular y el calentamiento global, fastidiado y quizá arrepentido, nos mandó el Covid-19.

EL BARBIJO 

Delante de la pantalla el viejo profesor escuchó otra vez la palabra barbijo, que el diccionario definía como “cinta de cuero que va adherida al borde interior del sombrero y que sirve para sujetarlo debajo de la barbilla”. Pero el que la había pronunciado, un joven periodista que llevaba puesto un tapabocas que no le cubría la nariz, pensaba que el barbijo era eso que él mal utilizaba porque le tapaba la boca pero no su prominente apéndice nasal. El profesor volvió a sufrir por ese disparate semántico y por la ignorancia que implicaba. Luego vio al entrevistado, que usaba el mismo adminículo que el periodista, salvo que este estaba enganchado a sus orejas y enrollado bajo su prominente papada, precisamente como un barbijo. Entonces el profesor comprendió que la pandemia también era capaz de modificar el nombre de las cosas y que era inútil fastidiarse por el mal uso del idioma.

EL SUEÑO OLVIDADO
Federico Fellini, director cinematográfico, fue visitado tres veces en sueños por Pablo Picasso. Nunca se habían visto antes. Coincidieron una vez en la alfombra roja en el festival de Cine de Cannes en 1958 pero no se encontraron. En el primer sueño, fechado el 22 de enero de 1962, acompañado por su esposa Giluletta Massina, Fellini visita la casa del pintor y se reúnen en una cocina. “Era una enorme cocina repleta de comida, de cuadros, de colores… Hablamos toda la noche”, consigna el director en su Libro de los sueños. El siguiente encuentro onírico se produjo el 18 de enero de 1967. “Soñé toda la noche con Picasso ―cuenta Fellini― Éramos muy amigos, me mostraba un gran cariño, como un hermano mayor, un padre artístico…” El tercer sueño, del 30 de marzo de 1973, se ha perdido, porque como suele suceder con lo que soñamos, Fellini lo olvidó. Para colmo, Picasso murió muy pocos días después, el 8 de abril, por lo que no fue posible preguntarle qué había hecho en ese sueño de Fellini.

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