Jorge Enrique Lage, nacido en La Habana en 1979, está viviendo en la edad de la Crucifixión. “¿33? Eso es tiñosa”, me respondió el bolitero cuando lo vi recogiendo apuestas en la panadería. Puede pensarse que 2012 es para Lage un año “cagado de aura”. Y curiosamente, hace pocos meses el escritor presentó en la UNEAC un libro suyo de título carroñero: Vultureffect (vulture es buitre en inglés, aclaro).
¿Jorge Enrique Lage tendrá conciencia de este asunto? No lo sé. Tampoco voy a preguntárselo. Hablaremos de otras cuestiones… Que para seguirle la rima a la manía del escritor, voy a enumerarlas en lengua anglosajona.
QUESTION NUMBER ONE
—Aparece un brontosaurio muerto en la esquina de Línea y Paseo junto a unos niños que juegan (“Diario de un asesino en el Jurásico”). Nada menos que Stephen King viene a La Habana para un simposio de literatura donde participan enfermos psiquiátricos (“Pure fiction days”). Un joven escritor quiere publicar su primera novela y se encuentra con que las editoriales de libros ya no publican libros (“Quince mil latas de atún y no tenemos como abrirlas”). De tal madera están hechos tus cuentos y no dudo que a muchos lectores les intrigue poderosamente cómo funciona tu imaginación. ¿Podrías explicarles a ellos el proceso que opera en ti a la hora de concebir esas historias?
—No sé. Supongo que una vez que desechas el realismo (pero también esa otra forma codificada de realismo conocida como ciencia-ficción), la verosimilitud, los personajes creíbles y todo eso, puedes trabajar con cualquier cosa. De un tiempo para acá he venido pensando los cuentos como si fueran instalaciones: agregas un elemento, luego otro, amarras por aquí, copias y pegas por allá, vas probando e intercalando materiales…, y esperas que se cierre algún circuito, que aparezca alguna corriente de sentido. Yo le llamaría “proceso de montaje”.
QUESTION NUMBER TWO
—¿De qué manera definir la literatura de Jorge E. Lage? A todos los críticos les interesan las clasificaciones y he visto que te asocian con la literatura del absurdo, con dadá y el surrealismo… Como “un isótopo ilegible en la Isla del Realismo Raso”, te describe Orlando Luis Pardo Lazo. Simplemente diferente, alegan otros. Y yo, aunque sin ánimo de fundar una nueva etiqueta, pienso tu literatura como realismo “excéntrico”. En los dos sentidos del término; o sea, tanto por la índole extravagante de tus narraciones, como por la desterritorialización y la falta de anclaje en una realidad fácilmente distinguible. Pero, ¿has pensado tú alguna vez en una manera de definir tu propia literatura? ¿Qué dirías al respecto?
—Te voy a decir lo que a menudo dicen los peloteros cuando no tienen nada que decir: “El terreno dirá la última palabra”. Y aquí estoy incluyendo, por supuesto, las fallas del terreno.
QUESTION NUMBER THREE
—La Bioquímica, carrera que en su momento estudiaste, es en sí misma una combinación de ciencias; y a su vez es alquimia, conocimiento sobre mezclas. ¿Crees que exista alguna relación entre esa vocación primera y la mixturación de niveles de realidad, de escenarios geográficos, de influencias literarias junto a las del cine, la televisión, la música, y el crisol de géneros: fantasía, policial, ciencia ficción, terror y otros, que se encuentra en tus relatos? ¿Cómo ves esa continuidad, o quizás ruptura, entre el jovencísimo Jorge bioquímico y el Lage escritor de hoy?
—De una de las asignaturas del quinto año de la carrera, Toxicología, recuerdo el siguiente precepto: No hay sustancias inocuas, sólo maneras inocuas de utilizar las sustancias. Algo así. Donde dice utilizar podemos poner también mezclar, combinar, agitar… Si existe alguna continuidad/ruptura, me gustaría ubicarla por ahí. No escribas de manera inocua, me digo hoy a mí mismo, intenta escribir de la manera menos inocua posible. Fracaso la mayoría de las veces, pero es una idea que me persigue: la toxicidad de la ficción.
QUESTION NUMBER FOUR
—Un crítico cubano de arte (¿o crítico de arte cubano?), no recuerdo si fue Gerardo Mosquera, dijo que los cubanos padecemos una “neurosis de identidad”. Aunque yo sea de los que piensan que el mapa genético de un escritor hay que buscarlo en su biblioteca personal y no en el origen nacional, de todos modos no voy a sustraerme a la tentación de hacerte la pregunta estándar. ¿Cuál es la postura de Lage en cuanto a ser representado como “escritor cubano”?
—Ningún problema con el gentilicio. Es la marca de un origen —geográfico, familiar, cultural— y un contexto. El terror empieza cuando se oyen variaciones del tipo: “verdaderamente cubano”, “auténticamente cubano”, “más cubano”, “cubanísimo/cubanidad/cubanía”, “lo cubano en…”, “soy cubano, soy…” Y la lista es interminable. Eso ya no es neurosis de identidad, es la psicosis nacionalista que tan bien conocemos.
QUESTION NUMBER FIVE
—Ahora, hablando de literatura cubana no ya en el espacio sino en el tiempo… Tu primer libro, Fragmentos encontrados en La Rampa, es de 2004; luego, generacionalmente caes dentro del grupo identificado como “Año 0”. Este asunto de “las generaciones literarias”, ¿cómo lo entiende Lage? ¿Cuál es para ti la marca de los autores cubanos del nuevo milenio?
—La última vez que resultó funcional hablar en términos de generación fue para referirse a aquellos escritores que empezaron a publicar y a acaparar la atención a finales de los 80 y principios de los 90. Los llamados “novísimos” en sus distintas tendencias, el grupo Diáspora(s), los nuevos modos de pensar la escritura y lo social, etc. Allí empezaba el poscomunismo. En comparación con esto, el cambio de siglo y de milenio no representa nada, más allá de la movida informática que por demás ha sido bastante limitada en Cuba (¿quién me ha robado el siglo XXI?, se pregunta Joaquín Sabina en una canción, y uno no puede menos que escucharlo con una sonrisa). Casi todos los autores de los “años 0”, o al menos los narradores, cuando se sientan a escribir no hacen otra cosa que sumarse a la resaca de aquella ola, dos décadas atrás.
“La generación a la que a mí me gustaría pertenecer sería aquella que se dedique a prolongar el impulso contenido en La estrella bocarriba, de Raúl Aguiar, y La sombra del caminante, de Ena Lucía Portela. Dos novelas publicadas en 2001, en el cambio de siglo. Dos novelas de marcado carácter político, extrañas, incómodas, radicales, hoy inencontrables o desaparecidas. Dos novelas que, cada una a su modo, concluyen algo y abren una puerta al vacío. Creo que ese es el vacío al que vale la pena saltar. Pero no me parece que saltar hacia alguna parte sea la ambición de la mayoría de mis coetáneos. Si hay que aventurar un rasgo común entre todos ellos —y aquí soy injusto con algunos, pero qué le vamos a hacer— yo lo resumiría en una palabra: docilidad”.
QUESTION NUMBER SIX
—“La literatura cubana actual tiene su parte de vitrina. Pero detrás de la vitrina está el cajón oculto de esos escritores, muertos y vivos”. Estoy citando algo que tú mismo dijiste en una entrevista y a partir de ahí quiero que me des una valoración general, incluyendo tanto los noveles como los mayorcitos de edad, sobre la literatura que se escribe hoy en Cuba, o la escrita por cubanos, no importa dónde vivan, si tienes referencia de ella…
—Con eso de la vitrina y el cajón me estaba refiriendo a grados de visibilidad de la literatura cubana en el mercado editorial, en particular la narrativa. Ahora, debo decir que a mí en general me desagrada la narrativa cubana actual, tanto de noveles como de mayores, desde el uso del lenguaje hasta las mismas historias. Hay, claro, excepciones interesantes; el problema es ese, que son excepciones.
“He leído muy poco de la ficción cubana que no se publica en Cuba, pero tampoco me parece que haya mucho que buscar ahí. En el planeta literario que más me interesa, la especie inteligente son los narradores como Juan Abreu, autor de dos novelas —Garbageland y Orlán Veinticinco, ambas en Mondadori— que a mi modo de ver reformulan brillantemente la herencia de Reinaldo Arenas. Pregúntales a los lectores habituales de novedades cubanas, dentro o fuera de la isla, a ver cuántos saben quién es Juan Abreu.
“Desde hace tiempo considero que el género que más fuerza tiene dentro de lo que se escribe hoy en Cuba es la poesía. Oscar Cruz, Legna Rodríguez, Leymen Pérez, entre otros. Esa es la generación que hay que seguir. Ojalá los narradores jóvenes los lean y aprendan de ellos. ¿Pero aprender qué?, me pregunto. No estoy seguro. Habrá que averiguarlo”.
QUESTION NUMBER SEVEN
—En un gesto de cooperación intergeneracional y entre colegas del gremio, bastante poco frecuente en estos días, se vio a Alberto Garrandés como presentador de tu libro Vultureffect en la sala Villena (lanzamiento en el que fui testigo de la escasa afluencia de otros escritores, y de público en general); y recíprocamente, tú pronunciaste en ese mismo lugar las palabras de presentación de Las nubes en el agua, última novela de Garrandés. ¿Se te ocurre alguna explicación sobre las causas de la falta de solidaridad entre escritores y también la soledad del escritor en la Isla?
—Mi experiencia no ha sido la falta de solidaridad. De hecho, a veces me parece que es lo único que hay. Igual es curioso que empleemos esa palabra, solidaridad, apunta a que hay muchas cosas torcidas en el interior del campo literario cubano.
“La soledad del escritor en la isla la veo más bien como soledad del lector. Habría que hacer una encuesta: preguntarle a una serie de escritores de todo el país cuáles han sido los mejores libros que han leído en los últimos meses, y cómo llegaron a sus manos, y si han leído a X, Y y Z. Creo que podemos empezar a hablar de la soledad a partir de ahí. ¿Causas? Está claro que el confinamiento político y económico en que vivimos.”
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