La Solución Zombi
—¡Pero qué coño está tratando de decirme, Mateo!
El puño del director descendió sobre la gran mesa de ditoplástico disfrazado de caoba. El impacto agrietó el material y la onda de choque recorrió como un tsunami el perímetro oval del mueble, derramó dos vasos de agua y tres tazas de café, estremeció a una docena de hormigas y despertó al veterano Ramírez-Páez que ya dormitaba en su tradicional asiento de la extrema izquierda.
—¡De acuerdo, de acuerdo! —bramó el viejo levantando la mano.
Mateo y los otros tres ejecutivos sentados en torno a la mesa oval intercambiaron miradas divertidas y alguna que otra risilla a soto voce. El director, en cambio, ignoró la inefable demostración de unidad del veterano y continuó taladrando con la mirada al blanco de su cólera. Este permaneció impertérrito. No era la primera vez que sufría en carne propia una de las perretas del Director General y había llegado a desarrollar cierta inmunidad ante ellas. Al menos ya no ensuciaba la ropa interior como solían hacerlo los ejecutivos novatos. «Todavía está en su fase inicial, pero si lo conozco un poco, creo que hoy llega a la tercera. Debo manejar la situación con sangre fría, de lo contrario todo se irá a la mierda», pensó Mateo.
—Lo dicho, señor director general —respondió en tono resuelto—: pensamos que, a la luz de los resultados de nuestro laboratorio y los de otros grupos de investigación de punta, evitar la muerte es una quimera, vaya que no es factible.
—¿Y usted tiene la cara tan dura de decirme eso cuando llevamos más de diez años gastando a razón de millón y medio anual en este proyecto?
—Así es, doctor Cabezas —terció tímidamente el calvo sentado a la izquierda de Mateo—, pero le recuerdo, con el mayor respeto, que este proyecto no lo propusimos en nuestro departamento…
—Claro que lo recuerdo per-fec-ta-men-te —dijo el director masticando muy despacio las palabras. Precisamente eso, es lo más negro de esta situación. Esta noche tendremos que rendir cuenta a quienes financian el proyecto y a estas alturas se bajan ustedes con que no hay solución a la vista y que…
—Pero jefe… —trató de interrumpir el calvo con la expresión más lacayuna en el rostro.
—¡Pero jefe nada, Insulsa! ¡Que si esto me cuesta el puesto, ustedes dos mejor se van nadando de Cándida o se les derretirá el culo cortando marabú.
«Tengo que tomar el control, si Insulsa sigue hablando con su incoherencia acostumbrada iremos por muy mal camino».
—Doctor, déjeme terminar, por favor —dijo Mateo subiendo el tono unos decibeles—, lo que quiere decir acá el colega Jefe de Departamento es que tenemos una solución alternativa.
El director se volvió a sentar en la silla presidencial, la suspendió aproximadamente medio metro por encima del resto de sus colegas, entornó los ojos en gesto de desconfianza y apuntó a Mateo con el dedo índice.
—Habla rápido y dime como rayos vas a salir adelante con esto. Acabas de decir que no es posible lograr la inmortalidad y hasta donde yo sé ese era el único objetivo de este proyecto y son varios informes en los que he leído que estaban a punto de lograrlo.
Mateo respiró hondo. «Si no me mata ahora creo que lo llego a convencer».
—Le repito que mis palabras fueron: no es posible evitar la muerte. Y, sin embargo, esto no excluye la inmortalidad.
—Ahhh, delicioso juego de palabras, ahora resulta que el insigne Doctor en Ciencias Biológicas Andrés Mateo Zamora, es todo un catedrático en lengua española, algo así como una reencarnación de Cervantes en ambiente tropical, y se ha propuesto jugar su jueguito conmigo…
—No, no, Director, no se trata de un juego, déjeme exponer el asunto, tenga un poco de paciencia…
—¡Paciencia mis cojones! —estalló el principal mientras dejaba caer de golpe la silla presidencial y su puño —está vez el izquierdo— volvía a martillar la falsa caoba, para desvencijar esta vez el ala izquierda del infortunado mueble, lanzar una lluvia de volutas de ditoplástico por doquier y despertar por segunda vez al viejo Ramírez-Páez—. ¿Saben ustedes quién está detrás de esto? Pensé que tenían un poco de imaginación, señoritos. Esto viene de la mata, del mismísimo copito de la mata. ¿O no se han cuestionado nunca de dónde sale tanto dinero? ¿Y por qué ustedes nadan en la abundancia, la pacotilla y el derroche mientras que el resto de los departamentos anda arañando para hacer una electroforesis? ¡Nadie se va a estar con medias tintas con nosotros y ustedes, par de cabrones, me han tenido diez años como a la Bella Durmiente!
Mateo carraspeó y pasó a la segunda fase de la lucha contra huracanes: la vista clavada en las losas del piso y a esperar que amainara el viento. «Si ya llegó a la segunda fase de la perreta y aún no me mandó a guardar es porque está tan desesperado que no tiene otro remedio que escucharme hasta el final».
Al cabo de unos cinco minutos, cuando ya Ramírez-Páez dormitaba otra vez plácidamente, el director, con la compostura en parte recuperada y unos cuantos tonos púrpuras menos en sus mofletudos cachetes, le ordenó que siguiera exponiendo.
—El asunto es que, paradójicamente, la única forma de lograr la inmortalidad pasa a través de la muerte.
Mateo no se detuvo para hacer una pausa efectista como vendría al caso. El estado anímico del Director no lo aconsejaba, así que prosiguió.
—Muerte y Resurrección para seguir con la onda literaria. Aunque parezca la madre de todas las paradojas, hemos encontrado un método de recuperar el estado vital en un individuo clínicamente muerto y mantener su metabolismo en modo de bajo consumo, donde el sujeto no envejece y es, por tanto, prácticamente inmortal.
El director miró hacia arriba, se quitó las gafas y elevó ambos puños cerrados hacia el techo.
Mateo se apartó unos pasos, precavido; nunca había presenciado la tercera fase de la cólera presidencial pero le habían hablado bastante de ella.
Insulsa palideció y se escudó tras una sólida carpeta de ditoplástico probada ya en decenas de momentos como el que se avecinaba; Lilly, la secretaria ejecutiva del director se levantó de la silla dando grititos histéricos y corrió a refugiarse tras la mismísima butaca del jefe; Aurora, la Vicedirectora, que hablaba solo en caso extremo —hasta tal punto temía perder sus privilegios de alta ejecutiva—, comenzó a musitar una ininteligible cantinela que era una mezcla entre la oración contra el miedo de las bene gesserit y un monólogo de Gollum. Sólo Ramírez-Páez continuó roncando plácidamente, ajeno a lo que se avecinaba.
—¡Zombis! ¿Quieres convertir a nuestros líderes en unos jodidos zombis? —bramó el director. Pero por esta vez no descargó los dos brazos sobre la mesa como pareciera que se disponía a hacer. En su lugar apretó el botón dorado en la manilla de su ComPul. De inmediato se abrió la puerta secreta disimulada en la pulida pared tras el asiento presidencial y penetró en la habitación un personaje en guayabera, gafas oscuras y rostro inexpresivo. Sin pedir otras señas, se situó al lado del director general, levantó el plateado trozo de metal que era su brazo derecho y lo dejó caer sobre la mesa.
Cinco segundos después, Lily continuaba agazapada tras la butaca imperial; Aurora descansaba en el suelo, en posición fetal, mascullando sin cesar su interminable cantinela; Ramírez-Páez, que había sido lanzado hacia atrás por la onda expansiva, revisaba sus veteranos huesos en busca de fracturas; el jefe de Departamento había ido a parar a una de las esquinas de la habitación y se había agazapado debajo del carrito de la merienda.
Solo Mateo permanecía de pie, a un par de metros de los restos del mueble con los brazos cruzados en posición retadora. Supo que había ganado la batalla por el momento, de lo contrario el blanco del cyborg no hubiera sido precisamente la infortunada mesa.
El brazo ejecutor abandonó la habitación sin emitir un sonido. En seguida entraron cuatro camareros del servicio de protocolo empujando un carrito con otra mesa desechable que armaron en menos de cinco minutos, tras recoger los menudos fragmentos de la mesa anterior con una aspiradora-desintegradora manual.
—Bien mirada, la tecnología tiene una onda medio zombi, no lo niego —aventuró con cautela Mateo—, pero sin algunas desventajas y, además, brinda beneficios adicionales.
—Estoy ansioso por conocerlos —replicó el director en tono impaciente.
—Bueno, ¿no cree usted que ser un poco lentico es un precio menor a cambio de la inmortalidad?
—Cuando dice lentico, ¿quiere decir de entendederas o de movimientos físicos?
—De ambos, claro está, pero no creo que eso sea un problema para seguir dirigiendo el país. Con el mayor respecto, ¿conoce algo más improductivo que un jefe?
—No se propase, Mateo, improductivo va a quedar usted si lo metemos una temporada en 45 y Lungardo.
—Lo que quiero decir, Doctor, es que los que tienen que moverse rápido son los que trabajan, los que dirigen pueden tomarse su tiempo y sobre todo, tienen a otra gente para que les resuelva los problemas: Los científicos para que piensen; los obreros para que produzcan; los campesinos para que cultiven la tierra… Ah, y los artistas junto a los deportistas y las putas para divertirlos.
El director caviló unos minutos. Luego con mucho cuidado prendió un puro y le dio un par de chupadas.
—Bien, Mateo, acepto que tiene su lógica, pasemos a los efectos adversos.
—Pocos, muy pocos, aunque siempre recuerde que la práctica es la que dice la última palabra y una cosa son las pruebas con individuos aislados y otra diferente la masificación del experimento. Siempre pueden aparecer elementos nuevos…
—¿Qué hay del sexo?
Mateo sonrió. Esperaba la pregunta.
—Imagine usted que en esas condiciones un orgasmo puede durar entre dos y tres horas. Creo que mucho más incluso, si se trabaja sobre eso.
—Mmmm, interesante, sin dudas —la expresión del director comenzaba a suavizarse—. ¿Y está seguro que no hay envejecimiento?
—Lo hay pero es tan lento que resulta imperceptible. Si acompañamos el procedimiento de reseteo biológico —como lo hemos llamado familiarmente— con las terapias actualmente en boga como los baños antoxidantes, los implantes neoteloméricos, la inversión-polarización de las conexiones sinápticas y la recolección de placas amiloides, la tasa real de envejecimiento tiende a cero.
—Pero los cuerpos podrán ser físicamente destruidos.
—Bueno claro, hasta los zombies del cine, para seguir con su comparación, son destruibles, pero mire que da trabajo hacerlo, ¿no? Nuestros humanos en bajo perfil metabólico, los HUBAPEMES, para abreviar, serían mucho más resistentes a las heridas, accidentes vasculares encefálicos, trombos, cáncer, enfermedades infecciosas y otros padecimientos. Todo eso lo hemos modelado y evaluado con los primeros sujetos experimentales. Vaya, que pá matarlos habrá que darles con todo, desecharlos en menudos pedazos para que no puedan regenerarse o darles candela, como en Canción de Hielo y Fuego.
—¿Qué es eso, Mateo?
—Na, una novela antigua, jefe. Lo que le quiero decir es que nuestros dirigentes serían inmunes a casi todo.
El director sonreía ahora abiertamente.
«Es mío, ahora lo que falta es que lo acepten los de arriba», pensó el investigador.
—Está todo bien documentado aquí —dijo y colocó un U-chip encima de la mesa.
—Veamos los detalles —contestó Cabezas con recobrado entusiasmo— Esta noche tengo un despacho al más alto nivel y debo memorizar todos los elementos.
«Ya sabía yo que él sería el que participaría de la reunión; mejor así, no se puede negar que el viejo tiene una excelente memoria y capacidades de comunicador, si él no los convence entonces nadie lo haría, además se está jugando el cargo».
Hacía mucho tiempo que los miembros de la junta de gobierno no escuchaban a los de la base. Para eso estaban los cuadros intermedios como el director, entrenados en decir las palabras exactas que los de arriba querían escuchar y callar los asuntos incómodos. En realidad, Mateo siempre había pensado que se requería un talento poco usual para mantenerse en un puesto intermedio como ese. Siempre en un equilibrio inestable, sorteando las amenazas de los subalternos ambiciosos y la cólera de los grandes, aparentando iniciativa pero sin arriesgar nada, pues solo aquellos capaces de perpetuar el status quo tenían derecho a perdurar en el puesto.
Suspiró una vez más, proyectó la holo-conferencia y comenzó a explicar.
Eran las tres de la madrugada y Andrés Mateo no podía dormir. Las órdenes habían sido claras: No debía abandonar el instituto esa noche por si se requería su presencia. Cenó junto a sus asistentes, Ronald y Soraya, y los puso al tanto de los resultados de la reunión. Había seleccionado investigadores jóvenes, de toda su confianza, y sin familia, porque sabía los riesgos implícitos si las cosas no salían cómo estaba previsto. Luego se recluyó en su cuarto dentro del bloque habitacional del instituto y trató en vano de conciliar el sueño.
No acudió a somníferos, pues si lo llamaban necesitaría que su mente estuviese lo más aguda posible. Sabía que a la hora en que llegara, Cabezas lo llamaría para comunicarle los resultados de su entrevista. «No es fácil dormir con tanto en juego, la verdad». Recordó el aria de ópera que tanto le gustaba a su abuelo, Nessun dorma, y sonrió. «Sí, es difícil dormir en vísperas de la batalla». Se preguntó si su abuelo habría dormido algo la noche previa a la huelga general del 95 y si tuvo alguna presciencia de su muerte aquel día. «Esto es también por ti, abuelo y por tantos otros como tú…».
El zumbido lo sacó de sus cavilaciones; era el ruido incómodo con que asociaba las llamadas del Director. Diez minutos más tarde volvía a encontrarse con su jefe. Esta vez cara a cara en su oficina; bueno, es un decir, la silla del jefe siempre flotaba con aires de superioridad por encima de su cabeza. La sonrisa amplia sobre la flácida papada de Cabezas delataba los buenos resultados de su entrevista. «Control Andresito, control, tienes que mantener la sangre fría».
—Y bien, Doctor Cabezas, como salió todo…
—Mucho mejor de lo que esperaba Mateo, confieso que subestimé tu genialidad.
El funcionario pulsó otra vez la manilla de su ComPul y entró un asistente con una botella y dos copas.
—Licor añejo, veinte años, edición única por el doscientos aniversario, regalo de la autoridad máxima de la República de Cándida por su brillante idea. ¡Brindemos!
El ron era una maravilla; a pesar de la tensión Mateo lo degustó muy despacio, como si besara a una mujer largo tiempo deseada.
—Entonces, ¿aceptaron nuestro plan?
—Mucho más que eso, mucho más…
—No entiendo. ¿Qué otra cosa puede haber además de brindarle la inmortalidad para toda la junta militar, los protectores de la patria y todos los funcionarios de nivel alto e intermedio del país?
—Querido Mateo, nuestros líderes sí que piensan en grande, por eso están allí desde hace tanto tiempo. Déjeme anunciarle que pasaremos a la historia de Cándida como los precursores del gran advenimiento.
—Sí, imagino, pero… ¿de qué?
—¡De la primera República Zombie del mundo!
Mateo cayó sentado en la silla.
—Pero, eso no tiene sentido —balbuceó—. ¿Quién generará la riqueza si los trabajadores y los campesinos todos se vuelven HUBAPEMES?
—Qué mas dá, Mateo, ya hace rato que nuestros obreros trabajan como zombis, hacen lo menos posible y se la pasan tratando de robarle al Estado. En cuanto a los campesinos, es cierto que caerá la productividad, pero en un país de zombis no se necesita mucha comida. Usted mismo lo dijo, ¿no? Metabolismo disminuido en mil veces, es igual a mil veces menos consumo. Y si se mueren de hambre unos cuantos, el país lo va a agradecer, ya sobra bastante gente aquí en Cándida.
—Pero ¿y el ejército? —terció Mateo— ¿quién va a defender el país del enemigo externo?
—Un país de zombies se defiende solo, ¿quién va a ser tan loco para invadirnos? Además está todo pensado: Crearemos las invencibles milicias zombies.
—Hay un problema práctico, ¿cómo vamos a enfrentar esta masificación de un procedimiento tan complejo? No hay recursos disponibles para…
—Los habrá, querido colaborador y amigo, los habrá, me acaban de dar carta blanca para usar todo lo que sea preciso para lograr la zombificación del país en saludo al próximo día de la Patria. Tenemos diez meses y catorce días para eso y lo haremos de forma escalonada. Lo primero será zombificar a los presos, a los disidentes y a cualquier sospechoso de disidente para que no se la pasen de listos. Con eso podremos además reducir la población penal de este país, que es escandalosamente alta, porque con los problemas de la comida y la vivienda resueltos, más los beneficios adicionales de la condición de zombi, perdón de HUMAPEME, ya no tendrá sentido que haya ni delincuentes ni disidentes en Cándida. ¿Se dá cuenta usted, Mateo que vamos a construir el verdadero paraíso? La utopía con que soñó Tomás Moro, esa sociedad perfecta por la que hemos luchado durante tantas generaciones. ¡El hombre nuevo será zombi, Mateo!
—HUBAPEME, señor director.
—Claro, disculpa, Mateo, tienes razón, tenemos que glorificar el término y zombi es una palabra con connotaciones muy negativas, aunque para serte sincero, el HUBAPENE ese tuyo, me suena bastante feo también.
—PEME, director, no PENE.
—Eso mismo, igual suena como el culo. Una de las primeras cosas que tenemos que hacer es buscar un término ideológicamente correcto y adecuado para nuestros propósitos.
—Tiene toda la razón, director.
—Seguimos con el plan general. A continuación le tocará el turno a las fuerzas armadas y la policía, excepto unos pocos efectivos seleccionados entre los de mayor integridad para garantizar el orden de la operación. Como esto se hará por ordeno y mando, es siempre lo más fácil de lograr. El que se rehúse, lo fusilamos por traición a la patria y punto.
»Luego comenzaremos por los civiles de buena conducta e integrados al sistema. Para esta etapa se van a crear condiciones en cada una de las provincias; y habrá que capacitar aceleradamente al personal que ejecutará la campaña. Eso sí, hay que hacerlo todo sin mucho ruido, para que no se enteren en el extranjero antes de tiempo. Cada ciudadano de Cándida deberá firmar su compromiso con la patria de forma voluntaria y unánime, claro está, para que después no haya lío.
—¿Y si alguien se niega? —la voz de Mateo era trémula.
—¿Es una pregunta retórica, Mateo? Ya dije que debía ser unánime.
—Entiendo.
—Hay un detalle importante, Mateo. Junto con la zombificación habrá que esterilizar a los ciudadanos comunes, para regular la natalidad, porque si no se va a morir casi nadie, es obvio que no podremos seguir naciendo muchos más. Solo los altos dirigentes se encargarán de perpetuar la raza.
—Ya veo —dijo Mateo lacónico.
—Solo cuando haya quedado transformada toda la población, incluidos los niños, y se hayan podido verificar a esa escala los efectos reales del procedimiento, pasaremos a la inmortalización de nuestra junta directiva y de nosotros mismos. ¿Alguna duda?
—En lo absoluto, doctor —la voz del investigador pareció recuperar su anterior tono de resolución—, un plan genial a todas luces… ¿Cuándo empezamos?
Cabezas miró su ComPul.
—Nos vemos a las diez horas en punto en el salón de reuniones, para comenzar la selección del personal y elaborar el primer cronograma de la Operación Zombi. Vaya y duerma un poco, que luce usted de espanto.
Mateo se bajó de un trago lo que quedaba de añejo en el vaso, luego se sirvió otras dos líneas y las bebió también, saboreándolas con los ojos cerrados y disfrutando el calorcillo que bajaba por su garganta. «Qué cosa rica que es este licor, lástima que tan pocos puedan disfrutarlo», pensó pero no pronunció una palabra. Se despidió del director con una inclinación de cabeza y se retiró de la oficina con paso enérgico.
De vuelta a su laboratorio Mateo llamó sus dos asistentes.
Los dos llegaron en seguida —se veía que tampoco habían logrado pegar un ojo esa noche— y lo miraron con rostros expectantes.
—¿Jefe, y en qué paró la cosa? —preguntó Ronald.
—Demasiado bien, compadre, creo que se nos fue la mano.
Y les contó.
—¡Qué horror! —susurró Soraya, pálida— Y entonces, ¿qué hacemos?
—¿Se acuerdan del plan B?
—¿Le metemos mano? —preguntó Ronald.
—Pá luego es tarde, señores. Ronald, libera el virus ahora mismo, esta gente no se puede empatar con esa información en cien años por lo menos. Tú, Soraya, vete ahora mismo para Solimar y ve cuadrando lo de la lancha. Cuando Ronald me dé la señal, yo activaré el explosivo para destruir las muestras. De aquí a las diez tenemos todavía unas seis horas para salir pitando de Cándida. Luego se va armar la gorda y no hacen falta tres nuevos mártires para este país.
Gaceta de Cándida, jueves 18 de febrero del 2121
Información Oficial
En las primeras horas del día de ayer se produjeron una serie de graves incidentes, aun no del todo esclarecidos, en un importante centro de investigación de nuestro país. Un explosivo dañó las instalaciones del laboratorio de genética humana causando daños considerables. Un extraño virus informático penetró en la red local y provocó pérdidas irreversibles de información confidencial en el instituto. Una copia del mismo virus logró infectar los bancos de seguridad informática localizados en instalaciones secretas del Ministerio de Ciencias. Nuestros agentes del orden y la seguridad trabajan día y noche para esclarecer estos hechos que estamos seguros forman parte de un plan del enemigo externo para entorpecer los planes de desarrollo científico y social de nuestro país. Jamás lo conseguirán. Más temprano que tarde recuperaremos el terreno perdido y conseguiremos la victoria final y la trascendencia de nuestro querido pueblo hacia un futuro aún más luminoso y feliz que el presente que disfrutamos.
Junta de Gobierno de la República de Cándida
ESTE CUENTO PERTENECE AL LIBRO CALIDOSCOPIO CON VISTA AL FUTURO, A LA VENTA EN CUBALIBROS
Carlos Duarte. La Habana, 1962. Narrador
Doctor en Ciencias Biológicas. Premio en el Primer Concurso Internacional Sinergia, Realidades Alteradas, 2008. Un relato suyo fue seleccionado para Fabricantes de Sueños 2008, de la AECFT. Primer Premio del Concurso de CF de la revista Juventud Técnica, 2008. Mención Especial en el Concurso Luis Rogelio Nogueras de Ciencia Ficción, 2010. Finalista en el III Certamen Internacional de Poesía Fantástica miNatura 2011. Es uno de los fundadores del Taller de Literatura Fantástica Espacio Abierto y uno de los editores de la revista digital Korad. Cuentos suyos han aparecido en antologías de Argentina y Cuba, en diferentes ezines.