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La red en la cueva de la araña

Por Pino Daeni

Aceptamos la realidad, acaso porque
sabemos que nada es real.
Jorge Luis Borges.

Caminaba de un extremo al otro de la habitación, mientras yo intentaba maquillarme.

—Me prometiste que nunca te irías, por el amor de Dios.

No me digné a contestarle. Desde que le pago con silencios, le ha dado por conversar con el Altísimo: lo mentaba a toda hora. Primero opuso resistencia, pero no es fácil decir que no a Dios.

—Estás loca. Tómate una pastilla o algo—dije.

Continuaba desnuda luego de nuestra sesión de despedida.

—¡Cúbrete, vejestorio!—me molestaba ya hasta mirarla. Tendría que haberme negado desde el inicio, al final…¿quétiene ella de interesante? Aparte de la casa, el pasaporte y el dinero, claro.

Recuerdo el día que la conocí. Salí a buscar un fotógrafo, pero antes me detuve a tomar un café en la galería. Fue ella la que se sentó al lado mío y empezó a hablar de arte y luego de pintura. “Es pintora” —pensé. Luego supe era fotógrafa.

—Y tú, ¿qué haces?

—Escribo.

—¿Tienes algo que hacer ahora?

—La verdad es que no.

—En ese caso… ¿vamos a un lugar más tranquilo?

Su casa lucía limpia y recién remozada. Me sirvió una copa de whisky y encendió un incienso.

—¿Te excita esto? ¿Ir al piso de una desconocida?

—Supongo.

Aunque me gustan los hombres, soy una acaparadora de sensaciones. Vamos, que mis sentimientos y mis pensamientos andan por rumbos perpendiculares y me importa un bledo lo que sientan los demás. “Es lo que les pasa a las sociópatas”—diría mi psiquiatra, si tuviese alguno.

A pesar de mis tambaleantes prejuicios, no rechazo la idea de tener ahora mismo una amante. Claro que la ocasión nunca se había presentado hasta hoy. Ella me desnudó despacio, estudiando mi cuerpo. Sea lo que fuere lo que vio en mí, decidió no apresurarse, algo que mi virginidad en estos asuntos agradeció.

De alguna manera, presentí que para ello nos habíamos encontrado. Me acariciaba y yo miraba a la cámara, porque me excitaba que me sacaran fotos desnuda. Me daba igual que fuese un hombre, un fantasma o un alíen o un enano o el conejo de pascua. A mí me sirve cualquiera, tenga pinga o no.

Lo bueno es que fue una sesión de fotos increíble. Lo malo, que el momento pasó y viene ahora la parte incómoda, en que ella intenta que me aprenda su nombre y comparemos estilos de vida a ver si somos compatibles. Yo, con ganas de irme ya al carajo.

—¿Así que escribes? —su voz sonaba melosa. Tan pegajosa como la misma miel.

—Sí.

—¿Qué es lo que escribes?

—Cuentos.

—Deben ser buenos.

—Me acabas de conocer. No puedes saber si escribo bien o no.

—En ese caso, me das algo y ya lo leemos juntas.

No sé porque acepté. Pasaron días de mucho sexo y buen ocio. Luego fueron años compartiendo casa, fotos y más. No puedo negar que la lente constante me sirvió de musa y me animó a escribir  como posesa. Hasta publiqué dos novelas. Luego me aburrí y comencé a preparar todo para largarme sin avisar.

Supongo que el Dios con que habla le aconsejará que mi partida es lo más apropiado. Sólo que no quiere escucharlo. Mucho menos a mí.

—No quiero que te vayas—murmura desde su desnudez. Apenas le oigo.

—¿Cómo dices?

Ella sube el tono cien decibeles.

—¡No puedes hacerme esto! ¡Dios me lo ha dicho! ¡No te vayas!

Pasa del grito al llanto, estrujándose las manos y agitándose entre sollozos. Nunca me ha sentado bien tanto drama. Soy más de comedia.

—Ya me aburrí de este juego, así que tengo que irme. Busca alguien que te quiera, que el tiempo te está sentando mal.

—¡No te voy a dar las fotos!

—Si te sirven para masturbarte, bien por ti. Quédatelas.

Ya no solloza. Sonríe con macabra determinación y agita su celular en mi cara.

—¡Eres una puta! Tengo aquí todas y cada una de tus sesiones: con hombres, con otras mujeres, con animales…conmigo.

—Todos sabrán que eres mi perra entonces.

—Si cruzas esa puerta, todos tus amiguitos de Facebook las verán. ¿Dónde va a quedar tu dorado prestigio entonces? ¿A quién vas a engañar entonces?

—Hazlo. Me parece bien.

Nada puede interferir mi equilibrio. El balance es un talento que se adquiere con la práctica, así que este es el último acto que no quería hacer. Pero ni modo, hay que respetar las buenas costumbres: brilla el cuchillo por un momento fuera de mi manga y se apaga hundido en su cuello.

Entre mis cuentos ella aparece de vez en cuando, tendida mirando al cielo bajo el rosal. La recuerdo cuando de sus huesos florece algún pimpollo. Las fotos en papel ya no me dan para masturbarme con mi propia belleza, así que las quemé. He resuelto dejarlo todo como está: pongo el cartel “se vende” a la entrada de la casa y me voy.

Salgo a buscar un fotógrafo, pero antes me detengo a tomar un café.

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