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La planificación

Ilustración de chica frente a ordenador

La muchacha manca se sentó frente a la computadora SAMSUNG y decidió que la encendería para ver si funcionaba. Era la cuarta noche del año y se sentía bastante incómoda con todas las disfunciones que últimamente sacudían su existencia.

El monitor se encendió pero el teclado no.

Se puso a mirar los lomos de sus libros preferidos y notó una variedad alucinante de colores. Su pequeño librero blanco al lado del monitor le proporcionaba paz y tranquilidad.

El teclado se encendió y el monitor se apagó.

Volvió a mirar los libros y esta vez notó una variedad alucinante de palabras.

Ambas lucecitas, la del teclado y la del monitor, brillaron al mismo tiempo como dos neones verdes.

Suspiró. Bostezó. Estornudó. Expulsó algunos gases que convertían su vientre en globo. Entró a la Unidad C. Varios sectores de la Unidad C estaban dañados. Su existencia completa estaba dañada. Cualquier noche de estas la tierra se la tragaría junto con su existencia y su monitor.

Sin embargo el monitor no era suyo.

El monitor era un préstamo, como las experiencias más felices de su vida.

Abrió un Documento Word con el nombre de novela.doc. La muchacha manca tecleaba rápido, pese a que lo hacía con el dedo índice de su única mano.

Muchachos y muchachas que la conocían se acercaban fascinados por su habilidad. Aunque para la muchacha manca esto no era ninguna suerte. Escribir un libro nuevo, eso sí sería fascinante.

Cada vez que lograba teclear una página, el cursor desaparecía, el Documento Word se borraba y la pantalla se ponía oscuramente negra, sin darle tiempo siquiera a Guardar Como.

Es a lo que llamamos Daño Irreparable.

Pero incluso frente a daños de este tipo, adoptamos actitudes optimistas.

En el extremo inferior de la pantalla, la muchacha manca leyó: Para obtener Ayuda, presione F1. Y a pesar de presionar F1 sin parar, la muchacha manca no obtuvo ayuda hasta veinticuatro horas después.

Veinticuatro horas después, el dedo índice de su única mano comenzó a teclear varios párrafos de lo que sería su próximo libro. El dedo índice, alegre, saltaba entre las letras del teclado, alegre, como si fueran diez dedos, alegres, y en la habitación se respirara una alegría total.

Antes de que el cursor desapareciera, la muchacha manca Guardó Como, y apagó el monitor por el resto de la noche.

Las alegrías nunca son totales.

A esta altura de su vida, la muchacha manca continuaba enamorada de La Reina de La Prosperidad, pero La Reina de La Prosperidad había contraído matrimonio tres años y medio antes con La Mariposa Monarca y ambas vivían en México bajo el imperio de las pirámides. Otro daño irreparable: continuar enamorada de alguien que ya construyó un hogar en el cual la muchacha manca no teñía ni daba color.

Desde los doce años, la muchacha manca tenía una mariposa tatuada en su brazo izquierdo.

Que La Reina de La Prosperidad contrajera matrimonio con La Mariposa Monarca fue una realidad demasiado insoportable para su conciencia.

Si cierto pintor famoso tuvo en otro tiempo la valentía de amputarse una de sus maravillosas orejas, ella tendría en este tiempo la valentía de amputarse uno de sus maravillosos brazos.

La idea de tener una mariposa en el brazo convertía a la muchacha manca en la muchacha más desgraciada del mundo.

Era una muchacha desgraciada, no cabía duda, pero la sustracción  de la mariposa y del brazo, mermaba su desgracia un cuarenta y nueve por ciento.

La muchacha manca no quería que su nuevo libro estuviera lleno de lamentación y tristeza. Un libro triste no era exactamente lo que la muchacha manca necesitaba escribir, aunque escribir un libro estimulante y feliz le parecía casi imposible.

Dio clic en Archivo.

Seleccionó todo.

Colocó el puntaje de letra en 12 y decidió que Verdana era el tipo de letra con el cual le gustaría escribir.

Justificó los márgenes a izquierda y derecha.

Aceptó.

No puso sangría porque la sangría era un elemento prescindible.

El día que le prestaron la computadora, compró un bombillo incandescente y una lamparita de papier maché para su escritorio, puso algunas flores silvestres en la botella esmaltada, y se cortó las uñas de los dedos de los pies porque en la única mano que le quedaba, las uñas ni siquiera le crecían. Algo en toda la habitación combinaba morbosamente con su apariencia tan pálida.

Ese día traía puesta una ropa interior azul que acrecentaba su palidez.

No necesitaba escribir la Obra Maestra de la literatura contemporánea, pero sí una promesa de amor eterno para La Reina de La Prosperidad.

Cada vez que se sentara a escribir un fragmento de su novela, encendería la lamparita de papier maché.

La ropa interior azul no se la quitaría hasta que la última línea de la novela no fuera escrita.

Las flores silvestres en la botella esmaltada adornarían su habitación desde ese momento.

Como casi toda la literatura actual, su novela iba a ser escrita en primera persona, aunque la muchacha manca añadiría con sutileza varios capítulos en segunda persona. Para ser más exacta, habría un capítulo en primera persona y un capítulo en segunda persona. Uno sí y uno no.

A la muchacha manca no se le daban muy bien los diálogos, así que en la novela prevalecerían las descripciones y los monólogos interiores, técnicas para colmo bastante usadas pero ella sabría darles provecho.

Esta era su táctica y su estrategia, aprovechar los lugares más comunes en su propio beneficio de manera que parecieran lugares inhabitados.

Una novela de amor, como casi toda la literatura actual, aderezada con los típicos tópicos actuales: sociedad, familia y espíritu.

La sociedad, la familia y el espíritu deberían estar atrapados en un universo oscuro como el monitor SAMSUNG donde la muchacha manca, a partir de hoy, escribiría su novela.

Dos personajes bastaban y sobraban para dar forma a una historia signada por el desarraigo.

Existencial.

Despedazado.

Manco.

Cualquier semejanza con hechos reales correría a cargo de la muchacha manca, pues la novela sería autobiográfica, como casi toda la literatura actual.

Esta era su táctica y su estrategia, aprovechar lo más mínimo: palabras, colores, gestos, aromas, ruidos, imágenes, nombres propios.

Como la táctica y la estrategia de casi todos los escritores jóvenes. De casi todas las jóvenes promesas.

Una ampolla prominente en la punta del dedo índice de su única mano.

La muchacha manca escribió sin detenerse una docena de capítulos seguidos.

Corrigió la ortografía y miró su ampolla.

Se sentía entre las nubes. Se sentía una escritora verdadera. El término “verdadera” siempre le había parecido dudoso. Hasta qué punto son verdaderos los escritores. Hasta qué punto los libros dan pruebas fehacientes de la verdad.

Dio clic sobre la X superior del Documento Word, dio clic sobre la X superior de la carpeta que llevaba su nombre, dio clic sobre la X superior de la Unidad C, dio clic sobre Mi PC, dio clic sobre Inicio, dio clic sobre Apagar Sistema. Luego apagó el monitor y por último apagó la fuente.

Sonó el teléfono. Era La Reina de La Prosperidad. La “verdadera” Reina. Quería saber cómo estaba de salud la muchacha manca, porque había tenido un mal presentimiento, una angustia.

La muchacha manca estaba bien, mejor que todos los días de su existencia hasta ahora. Cuando La Reina de La Prosperidad se fue para México, pensó que no lograría escribir mucho más. Hasta ahora.

Una angustia “verdadera”, repitió La Reina de La Prosperidad en la distancia.

El acento de La Reina de La Prosperidad había cambiado, pero el timbre de su voz era el mismo.

La muchacha manca se alegró de haberla oído.

Se alegró mucho.

Se alegró muchísimo.

Comenzó a sentirse triste.

Las nubes se transformaron en tierra.

La tierra se transformó en agua.

La muchacha manca comenzó a ahogarse y la tristeza la consumió.

Cincuenta y siete minutos más tarde, la muchacha continuaba enamorada de La Reina de La Prosperidad y continuaba sentada frente al monitor con los ojos abiertos, mirándose en el monitor y concluyendo que con este monitor tan exclusivo no necesitaría espejos.

Sin embargo el monitor era un préstamo. Los espejos eran suyos.

La ampolla se reventó en su dedo y recordó la docena de capítulos seguidos que una hora y media antes su dedo había tecleado. Sin detenerse.

El agua se transformó en tierra.

La tierra se transformó en nubes.

Veinticuatro segundos más tarde, la muchacha manca se quitó su ropa interior y abrió la ducha del éxtasis.

No existía ningún vínculo entre la habitación de la muchacha manca y La Casa. Excepto que en La Casa vivía La Familia. Excepto que en La Casa estaba el cuarto de baño. Excepto que la puerta de la habitación de la muchacha manca todavía no tenía pestillo, ni candado.

La Familia estaba formada por: La Sorda, El Sordo, Candil de La Calle y Dorremí.

Cuando la muchacha manca nació, a Candil de La Calle le gustó la idea, pero cuando la muchacha manca creció, a Candil de La Calle no le gustó la idea. Continuó lavando su ropa como mismo lavaba la ropa del resto de La Familia, porque para Candil de La Calle todo era una cuestión de canon.

La Sorda y El Sordo criaron a la muchacha manca desde que la muchacha tenía pocos meses. La muchacha manca se acostumbró a ellos mucho más que a sus propios padres, aunque luego se dio cuenta de que en esto consistía la existencia: una lenta sucesión de posiciones que adoptamos para asimilar las circunstancias reales.

Por eso, de La Familia, a quien más quería la muchacha manca, era a La Sorda.

Cuando Dorremí nació, a Candil de La Calle le dio lo mismo, pero cuando Dorremí creció, Candil de La Calle padeció un entusiasmo que duraría toda la vida.

Cuando Dorremí nació, a la muchacha manca le gustó la idea, y cuando creció, le siguió gustando. La muchacha manca era muy estable en sus gustos, y también en sus ideas.

Mientras la muchacha manca escribía su libro, Dorremí se aprendía el areoso de Bach y La Muerte del Angel, de Astor Piazzola, al mismo tiempo.

Mientras Dorremí estudiaba, Candil de La Calle soñaba con verla vestida de negro entre los primeros atriles de La Escala de Milán.

Mientras Candil de La Calle soñaba, La Sorda se caía con muletas y todo junto a la mesa del comedor.

Mientras La Sorda se caía con muletas y todo, El Sordo cepillaba su prótesis en el cuarto de baño. Como no veía de cerca y tampoco de lejos, dejaba la prótesis sucia.

Mientras El Sordo cepillaba su prótesis, la muchacha manca enviaba lo escrito al disco de tres y media, a las 8:22 am, y salía corriendo a recoger a La Sorda del suelo, antes de que otra cosa pasara.

La computadora SAMSUNG estuvo bloqueada más de diez días, pero la muchacha manca no se atrevió a decir nada.

La muchacha manca estaba sola en este mundo, y la computadora SAMSUNG igual. Una era para la otra, y la otra era para una.

Así que la muchacha manca también estuvo bloqueada más de diez días.

No escribió.

No tuvo nuevas ideas respecto a su nuevo libro.

No leyó.

No escuchó música.

No comió mucho y parecía más flaca.

No vio ninguna película.

Y, sobre todo, no pensó en La Reina de La Prosperidad.

Que la muchacha manca no pensara en La Reina de La Prosperidad, hizo que La Reina pensara demasiado en la muchacha manca.

Por eso, el día número once, cuando la muchacha manca salió de su habitación y se dirigió a revisar correo, después de que la computadora SAMSUNG iniciara Word milagrosamente, encontró en su cuenta once correos electrónicos exactos, con asuntos favorables al amor.

Asuntos como: “me abandonaste en las tinieblas de la noche”, y “estas son las santas horas que no sé por los aires que voló”, y “cojone, dónde estás”, corroboraron las dudas de la muchacha manca. La Reina de La Prosperidad la quería. De que la quería, la quería. Y como mismo la computadora SAMSUNG había iniciado Word, la muchacha manca había iniciado la felicidad.

Quería irse.

Eso era lo que quería.

Aunque también quería escribir un libro.

Aunque también quería comprarse una bicicleta.

Aunque también quería leer todas las novelas de Kurt Vonnegut Jr. Y todas las de Samuel Becket. Y todas las de Margaret Atwood. Por solo citar algunas.

Aunque también quería comerse unos espaguetis con champiñones, y carne, y queso, y salsa de leche.

Aunque también quería acceder al messenger y conversar mucho rato con la Reina de la Prosperidad.

Quería sobre todas las cosas escribir un libro y conversar mucho rato con La Reina de La Prosperidad. Aunque se pusiera nerviosa y no dijera ni esta boca es mía.

Sin embargo irse era un deseo que lo superaba todo.

Llegar a México y decirle a La Reina vamos, que para luego es tarde.

Pero no, espérate.

Vamos, que para luego es ya demasiado tarde.

Este cuento fue seleccionado para integrar las antologías Malditos bastardos (Colección G, 2014) e Isla en rosa (Casa Editora Abril, 2017)

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