—Tolia, deberías aceptar ese traslado.
—¿Qué dices, Veroshka?
—Digo que deberías aceptar el traslado a Moscú.
—¡Qué cosas tienes! ¡A esta hora!
—Lo he estado pensando todo el día. Sería lo mejor. El pequeño Mitia iría a una mejor escuela, e incluso Masha podría ir a la universidad allí.
—Veroshka, querida ¿por qué no lo dejas para mañana?
—No quiero. Quisiera hablarlo ahora.
—¡Ay, Veroshka, qué cosas tienes! Es muy tarde ¿Por qué no duermes?
—No tengo sueño, Tolia. Además, no sé, siento que deberíamos irnos de aquí cuanto antes.
—¿Qué tiene de malo aquí? Yo estoy bien en la fábrica. Tú tienes un buen trabajo en la policlínica. Mitia y Masha van a buenas escuelas. Tenemos un buen apartamento… ¿Qué más puedes querer?
—Tolia…, mírame, por favor ¿Acaso piensas que lo único que importa en la vida es el trabajo? Este lugar me agobia. Siento que estoy envejeciendo. Necesito algo más, salir, ir al teatro ¿No recuerdas cuando éramos estudiantes?
—Aquellos fueron tiempos gloriosos. Kiev, la universidad… Sí, fueron tiempos gloriosos en verdad.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos?
—Sí, lo recuerdo. Recuerdo cuando nos presentó tu hermana. Pensar que no me miraste durante toda la noche en el restaurant…
—Sí que te miraba, pero tú estabas borracho.
—No lo estaba. Había bebido solo un poco, con Arkadi, antes de llegar al restaurant.
—Los dos llegaron borrachos. Apestaban a alcohol.
—Imposible. Habíamos bebido solo un poco. Además, el vodka no apesta.
—Pues ustedes apestaban. Mi hermana ya estaba acostumbrada a las cosas de Arkadi, pero yo no te conocía.
—Sí, aquellos fueron tiempos gloriosos…
—Pues ahí tienes al propio Arkadi Semiónovich. Hoy día es un importante ingeniero en Moscú ¿Por qué has de ser menos? Tú eras el mejor expediente de tu año.
—Sí, es cierto. Incluso ayudaba a Arkadi. Una vez casi lo reprueban.
—Ahí lo tienes. Y hoy, mira a dónde ha llegado. Tienen un apartamento de cincuenta metros en el centro de Moscú. Salen todas las noches…
—Eso es lo que te cuenta tu hermana.
—¿Y por qué habría de mentirme? Ella es feliz con Arkadi. Incluso se ve más joven que yo.
—Vera, Veroshka mía, eso no es cierto. Tú hermana es mayor que tú. Solo se arregla más.
—¿Para qué quieres que me arregle en este sitio? No hay más que polvo, en todas partes.
—Es por la central.
—Eso, la maldita central.
—No hables así. Gracias a ella tenemos luz eléctrica. Y no solo nosotros.
—No me vengas con estadísticas. Yo solo digo que lo llena todo de polvo.
—Bueno, en fin. La cosa es que me cuesta un poco dejar lo mío… ¿sabes? Aquí me necesitan.
—Aquí te necesitan. Aquí te necesitan ¿Y qué hay de ti, Tolia? ¿Y qué hay de los chicos? ¿Y yo, Tolia? ¿Nunca piensas en qué necesito yo?
—No seas injusta, Veroshka. Eso es egoísmo.
—No es egoísmo, Tolia. Yo lo que digo es que en la fábrica bien podrían encontrar otro ingeniero… uno joven, sin mujer ni hijos.
—¿Pero qué dices, Vera?
—Es cierto. Este lugar no es para tener una familia, criar hijos…
—¡Y yo que pensaba que eras feliz en la policlínica!
—El trabajo en la policlínica no es malo. No es que lo sea, no. No es eso ¡Ay, Tolia, no pienses que yo… que soy superflua!
—Te conozco. Sé que no eres superflua.
—Lo que sucede es que me aburro, Tolia querido. Siento que en este sitio estoy malgastando los mejores años de mi vida. Además, el polvo…
—¿Y tus compañeros de trabajo? ¿No son buenos?
—Lo son. No son malas personas. Aunque… ¿sabes? creo que Aniushka me tiene un poco de envidia. Lo noto en la forma en que me mira.
—¿Qué Aniushka? ¿La enfermera?
—Ella misma. Annia Fiódorovna. A veces siento que me espía, y que luego le va con el cuento al camarada Jósif Stepánovich.
—Pero el camarada director de la policlínica te aprecia. Él mismo me lo ha dicho: “querido Anatoli Vladimírovich, su esposa es una excelente profesional.” Así me dijo un día. Confesó que sin ti no marcharían las cosas tan bien como lo hacen.
—¿Dijo eso? El buen Jósif Stepánovich… Aunque, ¿sabes, Tolia?, el camarada es un poco inepto. Pero eso sí, muy buena persona.
—¿Inepto? ¿Y cómo es posible que haya llegado a director?
—Ay, Tolia. Entre tú y yo, sabemos cómo funcionan las cosas. Él es un buen ciudadano, miembro del partido, y tiene sus influencias…
—¿De qué me hablas, Veroshka?
—No te hagas el ciego. Sabes muy bien que es así. Mira en tu propia fábrica ¿Crees que tu jefe, el camarada Semión Afanásievich, es idóneo para el cargo de director?
—¡Pero, Veroshka! ¿Acaso crees…?
—Tú mismo lo has dicho, Tolia, ¿no recuerdas?
—Bueno, es cierto. El camarada Semión Afanásievich no es muy brillante. Si no fuera por nosotros, por Pável y por mí…
—Ahí tienes. Pues lo mismo sucede en otros sitios.
—¿Tú crees?
—Ay, Tolia mío. A veces pecas de muy ingenuo. Sin ir más lejos, está la camarada Marfa Antónovna, nuestra presidenta del comité de vecinos.
—Sí, es cierto. La camarada es incompetente, y deberíamos hacer algo.
—¿Hacer qué, Tolia? Tú mismo votaste por ella en la asamblea del comité de vecinos.
—Tú también votaste, si mal no recuerdo.
—Lo hice. Pero entre ella y el camarada Matvéi Ilich… era un mal menor.
—¡Ay, Veroshka! ¿Cómo puedes decirlo tan tranquilamente? ¿Te imaginas si… si nuestra central nuclear también estuviera en manos de un incompetente?
—Es muy probable que lo esté, tal como andan las cosas. Incompetentes, intrigantes, envidiosos. Así son todos en este pueblo, y todos los que vienen a parar aquí también lo son. Nosotros mismos terminaremos así. Por eso quiero marcharme, Tolia. ¿Acaso no comprendes?
—Pero, Veroshka, ¡en Moscú será igual!
—No. Allá la gente es más responsable, estoy segura. Allá hay más gente. Aquí… ¿sabes?, las presiones del partido…
—Ay, Veroshka. No todo es tan malo como lo pintas. Es verdad que no hay mucha gente de nivel, la mayoría se va a Kiev o a Moscú. Sin embargo, malas personas no son.
—Yo no estaría tan segura, Tolia.
—¿Por qué lo dices?
—Porque lo sé. Me he dado cuenta. Todo son falsas sonrisas, hipócritas. La gente se pasa la vida espiando a los demás.
—Eso pasa en todas partes, Vera.
—En Moscú no. Hay demasiada gente.
—Bueno, somos una ciudad pequeña, qué remedio.
—Aquí mismo en el edificio. La gente conspira, ¿sabes? Muchas veces he sorprendido a los vecinos escuchando tras las puertas, en los pasillos.
—Veroshka, ¿no estarás inventando todo eso?
—No estoy inventando nada. Es la pura verdad. Los he sorprendido, y entonces fingen estar haciendo otra cosa, y sonríen con sus caras hipócritas. Y lo peor, si pillan algo raro enseguida van con el chisme a la presidenta.
—¿Es cierto eso?
—Certísimo. Tal como te digo. Tolia, querido, no quiero que nuestros hijos crezcan en un lugar así, viendo esas cosas.
—Está bien, has ganado. Mañana mismo hablo con el camarada Semión Afanásievich lo del traslado. Nos mudaremos a Moscú. Pero, por favor, ¡duérmete ya!
—Tolia, querido… ¿escuchaste ese estruendo?
—¿De qué hablas ahora?
—Del ruido hace un momento… ¿no escuchaste? Pareció una explosión.
—Veroshka, deja ya los nervios. Ven a la cama. Mañana hablo con el camarada.
—No, querido. Lo escuché muy claro ¡Algo ha pasado!
—Sal de la ventana, Veroshka. Ven a la cama.
—¡Tolia, querido, algo ha pasado! ¡Hay un incendio en la central!
—¿Pero qué dices?
—¡Sí, Tolia, en la central! ¡Veo las llamas alzarse! ¡Ha habido una explosión y el fuego llega hasta las nubes!