Ciencia Ficción

La misión

La llegada no fue fácil. Había sobrevivido el descenso al planeta, pero algo salió mal y todos sus recuerdos se borraron. Por más que lo intentó, no pudo encontrar nada que lo atara a un pasado o a un futuro, aunque sentía que su presencia allí no era casual. Los nativos de la zona llegaron hasta él atraídos por la inesperada aparición. Lo atacaron. La superioridad física y evolutiva del recién llegado se impuso. El combate terminó pronto. El sabor de la victoria le fue agradable, al igual que el de la carne de sus víctimas. Por suerte ya no tendría que preocuparse por comida.

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—¡Oh, gran César! —exclamó el afligido senador— Grandes catástrofes se ciernen sobre nuestras legiones en las provincias cercanas.

—¿Qué pasa ahora, Cayo Claudius? —preguntó el Emperador— ¿Otra vez problemas con los rebeldes?

—Algo mucho peor, oh César. Cerca de uno de nuestros campamentos, ha aparecido una extraña bestia que está devastando a nuestras tropas.

—¿Extraña dices? Explícate mejor.

—Nadie sabe con certeza, pero cuentan que es un remolino de colmillos y garras, capaz de destrozar a varios hombres en un pestañear.

—¿Así que una fiera extraordinaria? —el Emperador caminó unos pasos, reflexionando— Creo que podemos sacarle provecho a esta situación. Alista a nuestros mejores cazadores. ¡Quiero a esa bestia viva!

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Los días resultaban monótonos. Sólo encontraba entretenimiento a la hora de la comida. Para él se había vuelto una costumbre observar la conducta de sus presas. Ciertamente eran interesantes estos seres, pensó. Al principio quisieron matarlo, luego trataron de buscar refugio para resistir lo mejor posible sus incursiones. En este estado podía vivir eternamente esperando a que los recuerdos volvieran.

El sorpresivo ataque rompió sus pensamientos. Cuando quiso reaccionar era demasiado tarde. Confiado en la rutina diaria, sus sentidos de percepción del peligro no estaban activados. El factor sorpresa y la abrumadora superioridad del enemigo fueron determinantes. Envuelto en una maraña de redes, cadenas y lanzas, incontables golpes le hicieron perder el sentido.

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La enorme y bulliciosa multitud abarrotaba cada rincón del coliseo. Una inusual jaula cubría toda la arena.

Desde su estrado, el César saludaba alegremente al populacho.

—”Pan y circo”, senador; “pan y circo”. No existe mejor forma para tranquilizar a la plebe.

—Cierto es. Nunca he visto el circo tan lleno, oh César. Pero, estoy ansioso por ver la gran sorpresa que has anunciado.

—Paciencia, Cayo, pronto tendrás tu respuesta.

El Emperador alzó sus brazos para dirigirse al público.

—¡Pueblo de Roma, hoy disfrutarán de un espectáculo nunca antes visto! ¡La Bestia de las Provincias del Sur contra… La Criatura de las Montañas!

Las puertas se abrieron. Al salir, una de las bestias pareció afectada por la luz del sol; la otra atacó inmediatamente. Ambas criaturas se entrelazaron en un abrazo mortal. Garras, colmillos y espinas destrozaban sin piedad los cuerpos. La gente chillaba de placer ante cada desgarramiento.

—¿Dos bestias? —preguntó extrañado el senador.

—Fue capturada hace un tiempo, algo me dijo que no podía ser la única, y la mantuve en secreto para una ocasión especial como esta —respondió sonriente el César—. Ahora, siéntate y disfruta del espectáculo.

—La idea fue genial —dijo el senador admirado—. El pueblo está contento.

Las apuestas iban de un lado a otro. De pronto, los cuerpos ensangrentados se desplomaron jadeantes. Ambas criaturas comenzaron a hincharse exageradamente, hasta explotar, regando con sangre todo el circo.

—¡Puaf! Qué asco, nos han salpicado a todos —dijo el senador con un gesto de repulsión—. Pero la gente se ve satisfecha, César. Ya podemos retirarnos.

—Sí —respondió complacido el Emperador—, todo salió como esperaba. Nos hemos librado de dos peligrosas fieras y el pueblo se ha divertido. Ojalá todos los días fueran así.

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Cuando se recuperó, todo era estrecho y oscuro. Los sentidos de percepción estaban a tope, como si fueran a estallar. Las señales de alerta venían de todas partes. De pronto, se abrió una compuerta. El instinto de libertad lo impulsó a salir. La luz lo cegó momentáneamente, una fuerza inesperada arremetió contra él. El contacto con la otra criatura llenó el aire de un aroma familiar. De momento la misión se hizo clara en su mente. Encontrar la hembra de su especie. Ahora sólo tenían que ligar sus fluidos sexuales para luego morir en un explosivo orgasmo. La sangre de ambos se esparció lo más lejos posible, contaminando con larvas parásitas a todo ser vivo que encontrara a su alrededor. Así quedaba asegurado el desarrollo de cientos de miles de crías que pronto gobernarían ese mundo.

Eric Flores Taylor. La Habana, 1982. Narrador

Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. En el año 2004 obtuvo el Premio Arena del Taller Espiral y resultó finalista del Concurso de Minicuentos El Dinosaurio. Ha obtenido varios premios en el concurso convocado por la revista Juventud Técnica. En el año 2010 ganó el Premio Oscar Hurtado de Fantasía del Taller Espacio Abierto y en 2011 mereció también el Casa Tomada. Relatos suyos han sido publicados como parte de las antologías Axxis Mundi y En sus marcas, listo, futuro (Editorial Gente Nueva). Ha sido incluido también en Tiempo 0 (Compilación de Cuentos de Ciencia Ficción a cargo de Raúl Aguiar), presentada en la XXI Feria Internacional del Libro por la Casa Editora Abril.