Rafael G. dijo en la peña literaria de Alberto J. que “lo característico de la literatura cubana actual es la levedad”. Su tesis era interesante y me dejó pensando. Yo me pude percatar de que, para argumentar su teoría, mi tocayo se había basado en Milán Kundera y el famoso capítulo inicial de La insoportable levedad del ser.
Rafael G. afirmó que, por ejemplo, Roberto Bolaño y 2666 (1128 páginas y peso neto=3 Kilogramos) son “leves” mientras Cortázar y Rayuela (598 páginas y 1,5 Kg) sí tienen “peso”.
Rafael G. no usa lo “pesado” en su sentido negativo, como algo cargante, fastidioso, aburrido, sino todo lo contrario. Luego, para él, las grandes novelas son “pesadas” y menciona Ulises, La montaña mágica, La muerte de Virgilio, Paradiso, Palinuro de México. Por tanto: lo “leve” es literatura menor.
Ariel D. preguntó sobre Cien años de soledad y mi tocayo emprendió una exposición en donde aludía, de una forma que no comprendí cabalmente, a Los monederos falsos del Premio Nóbel André Gide, hasta concluir en que también existen “pesados falsos” y “falsos leves”.
Recuerdo que ubicó a García Márquez, a Ricardo Piglia y a Thomas Pynchon en la primera categoría y a Manuel Puig y Cabrera Infante en la segunda.
Yo me quedé pensando. Y opté por invitar a Rafael G. a clasificar mis cuentos. Tenía su dirección electrónica y le envié cuatro relatos míos como ficheros adjuntos de un email en que le demandaba responderme con absoluta sinceridad.
Rafael G. tardó mes y medio en contestarme. La demora, supe al cabo, cuando recibí su correo, fue causada por su participación en la Feria de Guadalajara dentro de la delegación del Instituto Cubano del Libro.
De mis cuentos, según me expresó con la sinceridad abrumadora que le reclamé, tres eran “leves” y solo uno “de peso”.
Quedé desconcertado.
Sin embargo —le repliqué yo—, esos tres cuentos leves están incluidos en el libro mío que ganó el Premio Oriente. Mientras que el único que consideras de peso no cogió ni pa’l chicle en el concurso de La Gaceta de Cuba.
Eso sólo confirma mi opinión —alegó Rafael G. en una contrarréplica insoportablemente sincera— acerca de la preferencia por la levedad en el contexto actual de la literatura cubana.
Creo, si bien en este momento no lo tengo muy claro, que yo volví a objetarle, sin que Rafael G. continuara prestándose para la polémica. Tengo entendido que por esas fechas estuvo de viaje otra vez, invitado a la Feria del Libro en Centroamérica.
Pasó el tiempo. Y pasó un pajarito que me susurró al oído quienes serían los miembros del jurado de la nueva edición del Premio Nogueras. Entre ellos estaba Rafael G., a quien también invitan con bastante frecuencia a ejercer como jurado.
La noticia no me interesó al principio: ya había ganado en una ocasión ese concurso y no iba a presentarme a la actual convocatoria. Pero la curiosidad despertó cuando supe que habían declarado triunfadora a Leticia R.
Advierto que no es que tuviera algo en contra de Leticia R. Solo que, por no haber leído nada de ella hasta ese momento y, por ende, no poseer yo ningún juicio preconcebido sobre su escritura, me pareció el conejillo de indias ideal para poner a prueba los criterios de Rafael G.
Como tengo un amigo, David M., en el Centro Provincial del Libro, acudí a él para que me facilitara alguno de los manuscritos del cuaderno de Leticia R. ya devuelto por el jurado.
Lo obtuve y leí aquellos cuentos haciendo el balance entre “leve” y “pesado”. Mi conclusión racional, tras un análisis que me esforcé por despojar de subjetividades, se inclinó hacia la insoportable “levedad”.
Quedé desconcertado.
O yo nunca había entendido realmente la noción de Rafael G. o mi tocayo actuaba de manera inconsistente. Por tal me decidí a escribirle y presentarle mis dudas sobre su valoración del cuaderno de Leticia R.
Rafael G. no se retrasó al contestarme esa vez. Y lo hizo de un modo amable y de nuevo insoportablemente sincero. Tu apreciación es incompleta, me dijo; pues yo no me había percatado de que ese libro poseía “bazas de trascendencia”. Así puso, lo transcribo textualmente, aunque no sé por qué metió “la baza” en esa frase.
Conjeturo que Rafael G. lo que metió mal fue la mano en el teclado cuando quiso escribir “trazas”; pues más adelante señaló que el cuaderno de Leticia R. “marca la transición definitiva y necesaria desde la levedad hacia el peso en la literatura cubana actual”.
Rafael G. goza fama de crítico literario además de notoriedad como narrador. ¿Quién soy yo para seguir discutiendo con alguien así? De modo que renuncié al ciberchancleteo y, en cambio, salí a buscar la novela de Rafael G. que se había alzado con el Premio Carpentier del año anterior. Hasta aquel día yo no había leído en lo absoluto a mi tocayo.
Lo encontré fácil, en una pila altísima sobre una de las mesas de la Fayad Jamís, la nueva librería. Se nombraba Las autoridades innominables (o algo así, pues la memoria no lo fijó con certeza) y lo adquirí pagando dieciocho pesos. Bajando por la calle Obispo compré una cerveza Cacique por veinte pesos y me senté a leer en la Plaza de Armas.
Quedé desconcertado.
Y rumbo hacia el atracadero de la lanchita de Regla fui golpeándome la palma de la mano izquierda (soy zurdo), fuerte y cada vez más rápidamente, con Las autoridades innominables (que es el título que recuerdo). Bien no me puedo explicar el por qué de esa actitud, pero supongo que yo estaba intentando reflexionar y la mente se me embrollaba.
A bordo ya de la embarcación que me llevaba al otro lado de la bahía, acodado en una ventanilla y con la mirada clavada en un mar del color de la tierra, se me ocurrió una idea. Era casi absurda, pero a mi me urgía resolver ese dilema de “la levedad y el peso”.
Lancé el libro al agua y esperé. Muy poco, porque se hundió enseguida. Y entonces se me escapó un suspiro, inesperado, como de alivio.
Pero cuando iba a sacarle la vista al mar color de la tierra, de improviso, el volumen salió a flote. Le tomó un minuto lo que al cuerpo de un ahogado le cuesta tres días.
Quedé desconcertado.
(Esto es “cronificción” o “cuenticrónica”. Una suerte de falsa crónica y mentira verdadera. Tal vez conjunción de “levedad” y “peso”. Por tanto, aunque son imaginarios los personajes y hechos, cualquier parecido con la realidad ni es casualidad pura ni coincidencia simple).