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La Flor Extraña

Flores, de Claude Monet

I

Desde el infierno proveniente del sur más profundo que he conocido, cruzando mis piernas embrujadas, hoy me declaro la más extraña de todas las flores.
Una flor de lis rosada, una orquídea azul, un jazmín dorado, soy la belleza que sucumbió al espejo de la sal marina y fría, y se vio, se vio en todo su esplendor repulsivo.
Contempló sus uñas turquesas rozando su potente tejido eréctil, tan potente como para volver impúdica a la mismísima Eva, hermosa leona reprimida, cuyo vestido rasgado es la libertad guiando al pueblo.
La flor extraña, hembra de pura intuición animal, es heredera de la gran Lilith, de la Venus roja, de la sacerdotisa Delphine.
¿Acaso puedes respirar mi perfume de trenzas, mariposa felina posada en el hombro de la bella de pelo carbón, cuya voz huracanada se estrecha en mi pecho de gacela?
Soy la fuerza cósmica de lubricaciones fucsias, todos los dolores se vuelven míos, porque soy milagro; Dios y el Diablo funden sus estrellas sobre mis pies,  los rayos de Urano ciegan mis ojos de luna dispuesta a la muerte, a la muerte del nacimiento.
Una serpiente de nieve y rojo se estremece entre mis piernas, soy hija de Hipatia,  agua de Magdalena incrustada en un verso de Safo, en el que corro; corro todo el tiempo por la lengua de cabello verde, cuya curva de fuego es una orquídea llamada María.

II

No en vano te molestan mis extravagancias, pequeño anfibio, te retuerces sobre mi corazón húmedo, negándome el nacimiento, pero no me inquietas, mi lucha se erige sobre este odio de voluptuosidad fantástica.
Mis tacones negros golpean tu diminuto cerebro, mediocre charlatán. Te daré una muerte de toro, gloriosa y violenta, una muerte de hombre.
La bandera se agita como una mariposa eterna y decadente; sobre tu cráneo de luz azulada brota el vicio de mi sangre, fluyendo en huracanes amarfilados. Los gusanos se esfuman, desde sus vísceras multicolor surge el rey, dorado, bello, poderoso y limpio, el olor a no ser se desvanece.
Las rosas grises de tu amor narcisista, miel enardecida y rota, invocan a las tijeras de los suburbios del Hades, como serpientes de magnanimidad empantanada, donde se eleva tu envidia.
Ya no honrarás ni a tu padre ni a tu madre, bestias benévolas y estúpidas; ya no eres, ahora soy yo, bella, felina, perfumada y solitaria.

III

Mi furia no se aplaca, crece en bocanadas de melancolía, rastros verdes de una noche invertida descansan sobre el metal de mi piel.
Un vaho rosa se adentra; suspiro en las rodillas de la confusión, mientras mis  trenzas se humedecen los pezones, símbolos de paz inconclusa.
Acarició suavemente a mis gatos, tierna, me entrego al fuego metálico y frío de la asesina del miedo, mística enferma que se retuerce en mi boca y me parte el labio inferior.

IV

Bebo del acuario de los dioses. Soy un licántropo florido, una bella Belcebú.
¿Por qué mis lágrimas rubias se ahogan en alaridos de nostalgia?
Vive aquí, Reina, gacela química, hazte océano, vierte tus lubricaciones sobre las arenas del Axharexhí, que tus brazos marciales se inflamen de caos.

V

Temblando en catorce mil besos orientales, juego con mi abanico. Soy una Eris de Francia, una gamberra de Egipto.
¿Qué recuerdos brillantes acechan tus laureles de flor inconclusa, muñequita extraña que no pudiste ser?, si enlazabas el índice en tus ondas de Dios rojo.

VI

Las cicatrices maternas son surcos de vida, sus pechos me crecen, veneno que limpia mi pus de Catrina.

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