Aunque la obra novelística del controvertido y polémico Alberto Lamar Schweyer (Matanzas, 1902-La Habana, 1942) no es extensa, puede afirmarse que “está presidida por el signo del desastre. Desastre de un mundo feudal, aristocrático, que amengua sus pujos tradicionales; desastre de una burguesía que nació careciendo de una voluntad cohesionadora”1. La roca de Patmos (Carasa y Cía, La Habana, 1932) y Vendaval en los cañaverales (Tipografía La Universal, La Habana, 1937), se vinculan a tendencias que cobraron sistematicidad en la década del 30 —la novela urbana y la campesina. A partir de esta década se producen modificaciones en la composición de la obra: la introducción del monólogo interior, la dislocación del tiempo, la yuxtaposición de planos narrativos, la búsqueda en la memoria y la asociación de ideas que promueven un discurso figurativo y sugerente, entre otros procedimientos.
Entre los pocos y limitados acercamientos críticos a la novelística lamariana que se han hallado, se encuentra un artículo de Lisandro Otero Masdeu, el cual señala: “Era esperado —sin usar (sic.) del tropo acostumbrado en estos casos— el último libro de nuestro muy querido compañero de redacción Alberto Lamar Schweyer. Ese nuevo aporte a la literatura cubana (que) es su novela Vendaval en los cañaverales”2. En esta segunda novela los escenarios son múltiples: Niza, París, New York, Washington, a bordo del París-Lyon-Mediterráneo, un trasatlántico, o en los aviones de la PAA, y como último destino, La Habana. Estos desplazamientos espacio-temporales, que se vinculan de forma directa con esa multiplicidad de acontecimientos, dan como resultado un dinamismo interno de gran eficacia narrativa.
El primer nexo intertextual de esta obra con las anteriores del autor, es “uno de los personajes de La roca de Patmos: aquel Gonzalo Maret, doctor en picardías (…) y esgrimista de amores”3, que ahora parece reencarnar más anciano y cansado. Esta novela tuvo el mismo destino que la anterior cuando fue catalogada de impúdica. Es este hecho el que condujo a Alberto Lamar a publicar el texto “Mi novela… inmoral”4. A través del siguiente fragmento se puede apreciar este acontecimiento: “(…) a mi Vendaval en los cañaverales lo tachan de escandaloso, como antes tacharon de inmoral y pecadora su hermana mayor, La roca de Patmos”5. Las confesiones del autor con respecto a esta obra son de gran interés: “(…) Yo sólo he aspirado a pintar un contraste entre la forma en que viven bien y divirtiéndose algunos —digo algunos y entiéndase bien, porque es imprescindible esto— de los que ganan demasiado y se van a gastar sus excesos en tierras extranjeras, y la vida pobre, misérrima y opaca, de los que se quedan en los cañaverales”6. Y es que los personajes de esta novela también son seres que se divierten escandalosamente y ahogan en el placer, cavando en las sombras su existencia.
Con su lento movimiento, sus ritmos propios, su sentido del detalle, el realismo lamariano es una manera de ver, de medir, de expresar la cotidianidad. Aunque Vendaval en los cañaverales está compuesta de varios contextos, al autor le preocupaba mostrar las peculiaridades de un ambiente limitado: examinar las problemáticas socioeconómicas en un central azucarero. Además de exponer el desamparo rural de la Isla visto desde afuera, con la sobriedad de quien es capaz de anotar paso a paso los movimientos de la vida que transcurre en los bateyes y las guardarrayas, sin que la pobreza y el sufrimiento de los campesinos le impidan revelar “un mundo hecho de injusticia, de hambre, de opresión, de seres mutilados en su alma, y organismos que el dolor no deja madurar”7; y estas revelaciones son las de un hombre que no admite la infamia contra los más desposeídos, enfrentándose con esta obra a los intereses del gobierno de turno republicano, que sirve a los norteamericanos. “Vendaval en los cañaverales es una novela (…) un poco cosmopolita, del siglo XX o, para ser más exactos, no es sino el reflejo de escándalos que se han dado muchas veces, y de pecados que se cometen todos los días”8.
El central era un feudo extranjero dentro de la Isla: tenía su puerto propio, sus vías férreas, un aduanero, y otros elementos que garantizaban la organización administrativa y represiva, apoyada desde luego, por una autoridad que obedeciera sólo órdenes de la compañía americana: “(…) entidad casi mítica, tentacular, enorme y confusa, sin piedad para nadie y a la que jamás se podía hablar, ni ver, ni suplicar, sino odiar”.
Es oportuno precisar que el cultivo de la novela campesina se caracteriza, en rasgos generales, por “la localización de los elementos integradores de lo cubano en un quehacer que se vincula a lo mejor de la tradición criollista y la denuncia de las condiciones socioeconómicas imperantes en el ámbito rural”10. En Vendaval en los cañaverales también aparecen algunos de los tópicos de esta tendencia: las costumbres más entrañables, la violencia, las maniobras políticas y sus ejecutores más típicos, así como el habla campesina. Considero apropiado señalar que el mundo rural, examinado por Lamar Schweyer, es un fenómeno propio del redescubrimiento que trajo la vanguardia a la vida cultural cubana, cuando se revisaron zonas del contexto campesino. El movimiento de vanguardia de este momento se caracterizó por la búsqueda de la identidad, el rescate de valores nacionales y el desvelamiento de elementos socioculturales que posibilitaron otro camino a la formación artístico-literaria y de un arte nuevo en medio de la constante pugnacidad política.
Cuando la Dra. Ana Cairo, en su libro La Revolución del 30 en la narrativa y el testimonio cubanos (1993), hace un balance de las temáticas en el ciclo narrativo de la Revolución del 30, no incluye11 ninguna de las novelas de Lamar Schweyer entre las que denuncian problemas sociales y, como se ha ejemplificado, la novela Vendaval en los cañaverales sí denuncia problemas sociales, manifestados en la realidad bárbara de un central azucarero, donde los obreros y campesinos eran tratados como esclavos. Las probables causas son que la investigadora haya considerado a las novelas como piezas menores, o que su exclusión se deba a la imagen politizada que existía y existe de Lamar Schweyer.
El núcleo central donde se manifiesta la revelación de los problemas sociales es la huelga12 que se produce en el central donde los obreros demandan cosas imprescindibles para trabajar y sobrevivir. La respuesta de los organizadores es enérgica: cerraron la entrada y salida del batey a todos los que no fueran trabajadores, por lo que estaban incomunicados; ejercieron la censura al no permitir que se enviaran mensajes ni recibir diarios que dieran noticias de la huelga; además, esto se recrudecía al prohibirse de manera permanente los velorios, y los obreros sólo podían adquirir alimentos en la bodega de la propia compañía a través de vales, fichas y créditos, es decir, una verdadera dictadura. La segregación a que son sometidos los cubanos se aprecia en el siguiente fragmento: “En su tierra al cubano se le puede hacer todo, pero ¡vaya usted a maltratar a un jamaiquino! Salta el Ministro y hay que indemnizarlo (…). El único sin protección es el cubano, porque si a los unos los defienden y amparan sus legaciones, a la compañía la protege la Embajada (…)”13. Esta discriminación tiene como base la oposición que existía a la entrada de braceros antillanos14 por parte de los trabajadores cubanos. Lo más apropiado para las compañías, hacendados y colonos cubanos, era un trabajador sin alternativas de empleo, cuya condición discriminada lo mantuviesen disponible para realizar las más duras faenas en el cañaveral.
Al describir con precisión toda la estructura organizativa y la problemática socioeconómica del campesino de los años 30, Vendaval en los cañaverales puede figurar al lado de cualquiera de los altos exponentes de la novela de tendencia campesina hasta finales de esa década.
NOTAS
1. G. González Contreras: “Lamar Schweyer, novelista”, en: El País, martes 23 y 24 de noviembre de 1937, p. 2.
2. Lisandro Otero Masdeu: “Una novela para hombres”, en: El País, jueves 4 de noviembre de 1937, p. 2.
3. G. González Contreras: Ob. cit.
4. Alberto Lamar Schweyer: Ob. cit., en: El País, jueves 11 de noviembre de 1937, p. 2.
5. Ibídem.
6. Ibídem.
7. Ibídem.
8. Ibídem.
9. Alberto Lamar Schweyer: Vendaval en los cañaverales (Tipografía La Universal, La Habana), p. 122.
10. Instituto de Literatura y Lingüística: Historia de la Literatura Cubana. La Literatura Cubana entre 1899 y 1958. La República, t. 2 (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2003) p. 516.
11. Las novelas que propone son: Contrabando (1938), de Enrique Serpa y Hombres sin mujer (1938), de Carlos Montenegro.
12. Antonio Penichet con Alma rebelde (escrita en 1919 y publicada en 1921) y La vida de un pernicioso (1921), junto al Carlos Loveira de Los inmorales (1919), Generales y doctores (1920) y Los ciegos (1922), inician casi simultáneamente la temática de la lucha de clases entre obreros y burgueses. El capítulo tercero de Los inmorales presenta una huelga ferroviaria en Camagüey, considerándose un antecedente de este hecho dentro de la novelística. “Cuando se hace un balance de la huelgas registras (sic.) en los ingenios durante los años 1932 y 1933, el Sindicato Nacional de Obreros de la Industria Azucarera, reconocía que en estas marchas y concentraciones, como en todo el curso de la huelga, apareció con caracteres vigorosos la combatividad y capacidad de lucha de los obreros jamaiquinos y haitianos, que mantuvieron firme la huelga, mostrándose dispuestos a llevarla hasta las últimas consecuencias”, en: Instituto de Historia del Movimiento Comunista y la Revolución Socialista: El Movimiento obrero cubano. Documentos y artículos (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977) p. 112.
13. Alberto Lamar Schweyer: Vendaval en los cañaverales, p. 246.
14. “La inmigración de braceros antillanos en Cuba entre 1913 y 1930 constituye el principal fenómeno migratorio intracaribeño en la primera mitad del siglo XX. En poco menos de dos décadas unos 300 000 trabajadores provenientes de Haití, Jamaica y las Antillas Menores ingresaron a Cuba para vender su fuerza de trabajo a la gran plantación azucarera”, en: Oscar Zanetti Lecuona: La República: notas sobre economía y sociedad (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana) p. 34.