“¿Colección G por Gilberto?”, le preguntan. “¿Y por qué no?”, responde con una sonrisa taimada, y argumenta que “en Cuba hay muchas editoriales, pero no hay editores”. Él tiene para todo una respuesta Punzante. “El ambiente editorial cubano es demasiado ecuménico, igualitarista, no permite distinguir las diferencias”. Por sus columnas de crítica literaria en OnCuba y en Hypermedia Magazine, queda claro que Gilberto Padilla es un tipo sin Pelos en la lengua. Ante la ausencia de sellos liderados por personalidades que le impriman una visión y estrategia propia, y que aporten vectores estéticos y criterios individualizados, él defiende a Colección G como una suerte de “proyecto de autor”, un territorio de inclusiones y exclusiones delimitadas por una mirada muy personal acerca de la literatura cubana contemporánea. Quizás la G, entonces, resulte una consonante harto noble; y debió haber escogido la P, de Puñal. Y también, P de Padilla, ese apellido suyo que lo emparenta con Heberto, el poeta hereje de Fuera de juego y protagonista del caso más sonado en toda la historia literaria en la isla.
Gilberto cuenta la historia de su Colección G al público reunido en la Embajada de España en La Habana, el lunes 16 de enero de 2017. La razón para que el encuentro transcurra en ese lugar, es que lo acompaña Ignacio Rodríguez, representante de Ediciones La Palma, un sello con sede en Madrid que se ha asociado a Padilla para la impresión y distribución en el mercado ibérico de los títulos del naciente catálogo.
Colección G debutó en 2014 con la antología Malditos bastardos, recopilación de “diez narradores cubanos que no son Pedro Juan Gutiérrez ni Zoé Valdés ni Leonardo Padura ni…”, según reza en el atractivo llamado de portada. Con este volumen, Padilla buscó desmarcarse de los nombres más socorridos y exponer a un conjunto de autores desconocidos para el lector internacional, cuya obra, en su opinión, además de valiosa por su rigor escritural, representa un “cambio de tendencia”, despojada de “localismos” y tópicos “exóticos”, en consonancia con una “sensibilidad más global”.
Al escoger a Ahmel Echevarría, Jorge Enrique Lage, Osdany Morales, Raúl Flores, Michel Encinosa, Abel Fernández Larrea, Erick J. Mota, Legna Rodríguez, Anisley Negrín y Orlando Luis Pardo Lazo, todos nacidos entre 1971 y 1984, se hizo patente la predilección por el grupo etario hoy reconocido como “Generación Año Cero” —etiqueta de la cual Padilla, sin embargo, intenta prescindir—, cuyas narraciones asaltaron el panorama literario cubano con la entrada del siglo XXI.
El interés que define a Colección G se hace todavía más ostensible cuando se revisan las propuestas aparecidas a continuación de esos Malditos bastardos. Tras la antología sacada con el dígito 0, se publicó en 2014 y bajo la curiosa numeración 0.5, la novela La autopista: The movie, “distopía” con tono paródico firmada por Jorge Enrique Lage; luego vino el 1, en 2015, reservado para No sabe/ No contesta, de Legna Rodríguez, volumen definido como “15 historias para perder el juicio”; y el último hasta el momento, en 2016 y con la cifra 2, Días de entrenamiento, de Ahmel Echevarría; libro que, sin miedo a la desmesura, Gilberto califica de esta manera: “Todo parece indicar que la mejor novela cubana del presente ha sido escrita por alguien con una edad ridícula: cuarenta años”.
A la contra de lo que pudiera pensarse por sus planes con la Colección G, no anima a Gilberto Padilla el propósito del “Parricidio” contra los autores de mayor edad. En todo caso, y así lo aclaró a los asistentes a la cita en la embajada, su motivación es “Pedófila”.
Por si alguien no entendiera lo que él quiso decir, sépase que la clave está en una frase colocada en función de obertura a Malditos bastardos: “¿Qué es quemar una biblioteca comparado con fundarla?”
LEA EN ISLIADA UNA MUESTRA DE LA ANTOLOGÍA MALDITOS BASTARDOS: