Ensayo

La Ciencia Ficción en Cuba y la etapa del Quinquenio Gris

En los estudios realizados por autores nacionales con el propósito de establecer las etapas del desarrollo de la literatura de ciencia ficción cubana (González, 2000; Sánchez, 2002; Noroña, 2004; Román, 2005), se hace referencia a un período comprendido en la década de 1970 que constituye una zona de penumbra en relación con su pertinencia como etapa. Período directamente relacionado con lo que en Cuba se ha denominado “Quinquenio Gris”, mencionado en todos los estudios consultados, pero otorgándosele poca o ninguna relevancia en los análisis.

González (2000) plantea la existencia de un período desde 1972 a 1977 sin obras cubanas debido a la política cultural de la época, que buscaba “una literatura que permitiese al pueblo sentirse un protagonista más inmediato de la lucha por la nueva sociedad” y “la radicalización del proceso revolucionario” (4). Este autor presenta un antes, en los años 60, y un después, que comenzaría hacia finales de década del 70, a los que denomina etapas, comparándolas en base a la riqueza estilística e imaginativa de los autores. Un poco después, Sánchez (2002), coincide con González en el año donde ponen fin a la primera etapa, 1971, y en la incidencia negativa del llamado Quinquenio Gris sobre el género, a lo que agrega lo relativo a la sustitución editorial de la ciencia ficción por el policiaco en esos años; pero plantea el comienzo de la segunda etapa en 1979, con el Premio David otorgado a Los mundos que amo, de Daína Chaviano.

Noroña (2004), por su parte, también considera la primera etapa desde 1964 hasta 1971, signada por el mismo final que los demás autores. No obstante, para explicar el silencio editorial del período siguiente, expone condiciones un tanto menos ambiguas como lo incipiente del género, el prejuicio político y la desigual competencia con la producción de las editoriales soviéticas. Le da comienzo a una segunda etapa en 1978 con la reaparición de títulos de ciencia ficción cubana. En su libro Universo de la ciencia ficción cubana, Román (2005, pp. 65-69), de forma especialmente imprecisa, define una de las llamadas “épocas de silencio” en la década del 70, condicionándola a la sustitución de la ciencia ficción por el policiaco y sumando la influencia del bloqueo norteamericano.

Los autores antes citados pasan a vuelo de pájaro sobre este período o “época de silencio” sin tomar en cuenta la posible influencia, literaria o no, de la etapa anterior sobre este. Cuando más, se aventuran en hipótesis sobre las que no profundizan. Cierto también es que todos enfocaron su estudio sobre la ciencia ficción hecha en Cuba, dejando a un lado el análisis de otras influencias. Pero, basándonos principalmente en el estudio del panorama editorial de esos años con respecto al género, se obtiene una visión diferente de este período que nos hace dudar sobre su duración, e incluso nos induce a clasificarla como etapa en el desarrollo de la ciencia ficción cubana. No obstante, para poder profundizar en los particulares que propiciaron su existencia debemos tener claros los antecedentes, tanto desde el punto de vista del surgimiento de la literatura de ciencia ficción cubana como de su desarrollo inicial, lo mismo analizando el volumen de títulos como considerando otras variables menos artísticas.

Antes de 1959 la ciencia ficción en Cuba era un género casi inexistente. Algunos libros de autores extranjeros editados en España y Argentina principalmente, sobre todo de la etapa pulp norteamericana, y unos pocos cuentos de autores cubanos publicados en revistas, como “El día que Nueva York entró en el cielo”, de Ángel Arango, aparecido en la Revista Carteles en 1958 (Román, 2005, pp. 213-214), es lo que ha llegado a nosotros.

Fuera de nuestro país, en las décadas del 50 y 60, se publican obras de gran relevancia que reflejaron y trascendieron el momento sociohistórico que las vio nacer.1 Pocos de estos títulos se publicarían en Cuba, con gran retraso, en las décadas del 70 y el 80.

Con el triunfo de la Revolución la libertad creativa da un salto al fundarse nuevas instituciones culturales y editoriales, las primeras fueron la Casa de las Américas y la UNEAC, con su respectiva editorial, ambas en 1959; en 1960 se funda el ICRT, y más adelante llegaron las editoriales Arte y Literatura y Gente Nueva, las dos en 1967. En este panorama, reforzado enormemente por la Campaña de Alfabetización de 1961, el libro se vuelve un objeto de masas. Y más aún luego del discurso pronunciado por Fidel en 1961 denominado Palabras a los intelectuales, con el propósito de atraer la confianza de estos hacia el proceso revolucionario que se estaba llevando a cabo. Como colofón, Yuri Gagarin sube al espacio en abril de ese mismo año, desbordando la imaginación y las expectativas de toda la humanidad y, por supuesto, de los cubanos. ¿Qué más se podría pedir para que la ciencia ficción se hiciera un lugar entre las creaciones de los escritores del país?

Aparentemente, el primer libro de ciencia ficción que circuló en Cuba luego de 1959 fue Un huésped del cosmos (Ediciones en Lenguas Extranjeras, URSS, 1962), una antología con la que comienza la influencia soviético-socialista en la literatura cubana del género (Aguiar, 2008), luego reeditada por Gente Nueva en 1977. Otra influyente obra soviética aparecida en Cuba en 1965 fue la novela La Nebulosa de Andrómeda, de Iván Efremov (Ediciones en Lenguas Extranjeras, URSS), que luego sería reeditada por Arte y Literatura en 1969 y vuelta a traer por la Editorial MIR en 1973. Por la parte anglófona tenemos que en 1967 se editó, por Ediciones Granma —responsable también de varios títulos cubanos—, la novela de Ray Bradbury El hombre ilustrado; y en 1968, Arte y Literatura edita su primer libro para el género, La guerra de los mundos, de H.G. Wells. Dos excelentes historias escritas por dos maestros. El último libro extranjero de la etapa fue Guianeya, de Gueorgui Martinov, primer libro traído por la Editorial MIR a Cuba en 1967 y luego en 1974, novela muy pobre en cuanto a calidad temática y artística; no obstante, en esa época fue llevada a la radio en una versión libre (Aguiar, 2008, p. 10).

Es en 1964, justo con el comienzo de la New Wave (Acosta, 2012), que llegan los primeros libros de autores del patio: A dónde van los cefalomos, de Ángel Arango; La ciudad muerta de Korad, de Oscar Hurtado y, según Román (2005, p. 47), la antología de autores cubanos Cuentos de ciencia ficción, compilada por el propio Hurtado; todos editados por Ediciones R, dentro de la colección Cuadernos R. En 1966 se publica El libro fantástico de Oaj, de Miguel Collazo, a través de Ediciones UNION, que ha sido catalogada por Encinosa (2001) como la mejor obra de la etapa.

La ciencia ficción permitía llevar la imaginación a campos temáticos inexplorados por la literatura cubana, asimilar nuevos conceptos y generar puntos de vista distintos a los usualmente empleados. Como en todo género literario que comienza a desarrollarse, sus autores usaron todas las variantes de estilos que pudieron crear o captar. Algunos, como Carlos Cabada y Agenor Martí, toman sobre todo de la Pulp Science Fiction norteamericana; Juan Luis Herrero y Ángel Arango, con mucho mejor dominio literario, parecen más bien influenciados por la corriente campbeliana, no obstante el segundo se inclina hacia el New Wave en El planeta negro, de 1966 (Noroña, 2004).

Arnaldo Correa, principalmente un escritor de policiacos, aportó su toque personal mezclando ambos géneros, quizá estimulado en el hacer del “buen doctor” Asimov; Miguel Collazo, en quien se nota la influencia New Wave tipo Bradbury (Noroña, 2004; Sánchez, 2002), antepuso el fenómeno social al hecho científico, apostando por un estilo que empleaba elementos del costumbrismo y la farsa (Encinosa, 2001), que utilizaba locaciones nacionales y características de la sociedad cubana y de los cubanos de la época, como vehículos principales para describir la interacción con la otredad.

Por último, pero no por ello menos importante, está el creador de las colecciones Cuadernos R —primer sello editorial que difundió la obra de ciencia ficción cubana—, y Dragón, que aún permanece activa y ha traído a la isla una miríada de autores extranjeros: Oscar Hurtado (EcuRed, 2012). Este autor desarrolla principalmente la poesía y algo que podríamos llamar documento-ficción (Chaviano, 1983) que utiliza para cuestionar los supuestos límites del género, en cualquier orden. Hurtado emplea su vasta cultura para mezclar ciencia ficción, fantasía y realismo mágico, y generar lo que para él exigía el lector moderno: “una prolongada serie de maravillas sucesivas”. No obstante, su obra fue escasa, el título de Padre de la Ciencia Ficción Cubana (EcuRed, 2012), se debe más a su intensa labor promocional a favor del género, de la que podemos citar, como su mejor exponente, la voluminosa antología Cuentos de ciencia ficción, editada por Arte y Literatura en 1969 dentro de la colección Biblioteca del Pueblo.

Desde el punto de vista editorial, esta fue una etapa rica y diversa para los autores cubanos, con una influencia potencial de altísima calidad dentro del género. Ediciones UNIÓN fue la editorial más influyente con cuatro títulos, seguida de cerca por Ediciones R y Ediciones Granma, ambas con tres. La producción editorial para la ciencia ficción hecha en Cuba se mantiene estable a razón de unos dos libros por año; en total la etapa vería unos diez títulos de autores cubanos entre 1964 y 1968, lo que no está nada mal para una etapa inicial. Todo esto contradice la posibilidad de que “languideciera”, como planteara el escritor y ferviente promotor Juan Carlos Reloba, (Reloba, 1981).

Hemos visto hasta aquí que el despegue del género en Cuba —según el propio Reloba “el primero surgido en medio de las transformaciones socio-culturales llevadas a cabo por la dirección del país”—, fue consistente y contó con numerosos seguidores entre creadores y lectores, pero no le fue posible continuar desarrollándose debido a esas mismas transformaciones. A nivel editorial, en 1969 desaparece de pronto la ciencia ficción cubana.

Aunque en la mayoría de los estudios mencionados se sostiene que 1972 es el año en que comienza la “etapa de silencio” entre los 60 y los 80 —apoyados sobre todo en la publicación de El fin del caos llega quietamente, de Ángel Arango, en 1971—, es a partir de la observación de las características enunciadas en los mismos trabajos como diferenciadoras del período; del análisis de las variables estadísticas, como el promedio de publicaciones por etapa; y de una investigación más detallada sobre las características extraliterarias que influenciaron el trabajo editorial de esos años, que interpretamos esta publicación como una excepción de la regla imperante. Además, es de notar que en 1969 se presentó un pico en el número de publicaciones de autores extranjeros, comportamiento atípico antes y después que relacionamos con el hecho de sustituir la literatura de ciencia ficción hecha en Cuba con obras extranjeras: o sea: los cubanos no nos quedamos sin ciencia ficción durante ese período, solo que la que teníamos no era cubana.

A partir de esto nuestra propuesta de etapa no puede circunscribirse a los cinco años incluidos usualmente bajo el Quinquenio Gris (1972-1976), pues las condiciones editoriales que rigieron entonces empezaron a establecerse un poco antes del Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971, a partir del cual adquirieron ya carácter doctrinario.

En la década del 60, debido al espacio que ahora ocupaban la cultura y sus creadores, los debates estéticos alcanzaron una dimensión política que, en la mayoría de los casos, trataba de ocultar pujas por el control de instituciones culturales, intentando eliminar influencias de algunos modelos ideológicos sobre la cultura cubana o sustituir tendencias (Arango, 2007).

En 1965, Jesús Díaz, director de la revista El Caimán Barbudo, critica a un grupo de escritores desde el punto de vista político y moral, agrediendo tanto a la obra como a sus creadores, lo que resulta relevante, pues en esta confusión de personas y obras se mantendría la generalidad de la crítica y los documentos oficiales en lo adelante (Arango, 2007).

En 1966, la publicación de Paradiso, de José Lezama Lima, le atrajo la hostilidad de ciertos funcionarios debido a su “supuesta exaltación del homoerotismo” y “llegó a decirse que el volumen había sido retirado de algunas librerías” (Fornet, 2007). En 1968, el hecho de ser premiadas en contra de la voluntad oficial (Díaz, 2007) en el concurso literario de la UNEAC las obras Los siete contra Tebas (Teatro), de Antón Arrufat, y Fuera de juego (Poesía), de Heberto Padilla, condicionó su publicación, que a la postre fue casi clandestina (Díaz, 2007), a un prólogo que tomó el nombre de “Declaración de la UNEAC”, donde esta institución manifestaba su desacuerdo con las obras, al considerarlas contrarrevolucionarias (Arango, 2007).

Coincidiendo con los peores momentos del “caso Padilla”, el libro de Delfín Prats, Lenguaje de mudos, ganador del Premio David a inicios de año y ya impreso, fue igualmente señalado y destruido físicamente (Arango, 2007). Además, a través de varios artículos publicados en la revista Verde Olivo (algunos de ellos reproducidos por La Gaceta de Cuba), aparecidos en noviembre y diciembre, se constata la radicalización de la posición oficial contra un número de artistas y escritores de larga trayectoria y se reprendía duramente a los intelectuales por “el nivel de despolitización que padecían escritores y críticos” (Fornet, 2007). En ellos se llegó a proponer abiertamente un molde para la creación literaria cubana basado en el realismo socialista (Díaz, 2007). Las normas y los procedimientos que desembocarían en el Quinquenio Gris ya estaban en marcha.

¿Qué pasó con el incipiente movimiento de ciencia ficción cubana en este clima donde artistas de fama mundial eran acusados y vejados? Simplemente no cabía en el nuevo paradigma socio-cultural en formación. Nuestra ciencia ficción y sus cultivadores no eran conocidos internacionalmente por lo que no tenían quién gritara por ellos. Ciertamente, como dice Noroña (2004): “este género se dedicaba al tema más político posible: el futuro, y como movimiento que comenzaba a despuntar no tenía prestigio propio”. El género, ya acusado de escapismo y enajenación, de alejar a las masas de la realidad de la lucha obrera por la emancipación mundial, fue atacado injustamente por no poder despojarse del lastre “de la influencia de los clásicos norteamericanos e ingleses” (Reloba, 1981, p. 6), desconociendo aparentemente de dónde provenía la principal influencia narrativa de este género desde antes del triunfo de la Revolución. A partir de 1969 su avance fue detenido y eliminado de las editoriales; en otras palabras: anulado como tendencia literaria nacional.

Como hemos mencionado, algunos investigadores como Reloba (1981) y más tarde Román (2005), coincidiendo con lo expuesto por el primero, han tratado de justificar la desaparición del género a nivel editorial planteando que la ciencia ficción le cedió el puesto a la literatura policíaca. En base a los sucesos aquí relacionados sobre las causas de la desaparición editorial del género y a las características históricas del desarrollo de la literatura (donde ningún género o movimiento le ha cedido jamás el puesto a otro), disentimos de esta hipótesis que, por demás, no ha sido demostrada.

Para saber qué fue de algunos de los escritores del género durante esta etapa tenemos que buscar en las publicaciones del período: Oscar Hurtado, luego de su antología Cuentos de ciencia ficción (Arte y Literatura, 1969), solo publicó artículos no relacionados directamente con el género (Chaviano, 1983) y el prólogo de la edición de 1974 del libro La guerra de los mundos; Miguel Collazo publicó Onoloria (1971) y El arco de Belén (1977), texto profuso de alegorías el primero y un cuaderno de relatos costumbristas el segundo; y Arnaldo Correa posiblemente se mantuvo escribiendo policiacos.

Otros, como Juan Luis Herrero, Carlos Cabada y Rogelio Llopis, salieron del país definitivamente (Román, 2005; EcuRed, 2012). De Agenor Martí, Germán Piniella, María Elena Llana y Esther Díaz Llanillo (estas últimas escritoras más bien de fantástico puro), nada se ha encontrado editorialmente en esos años.

Pero la hostilidad no era en particular contra la ciencia ficción, lo demuestra además la cantidad de autores extranjeros publicados en la etapa. Tanto así que, al comparar el total de publicaciones del género en este período con la cantidad de ediciones de la etapa precedente (hasta 1968) y la posterior (los 80 principalmente) se percibe un crecimiento continuado de los títulos publicados en Cuba.

Un total de tres editoriales se repartieron el grueso de las publicaciones: Arte y Literatura, que se lleva las palmas con trece títulos, once ediciones o reimpresiones de la MIR y siete de Gente Nueva. Ediciones UNIÓN, que fuera la que más aportara en la etapa anterior —al ser la editorial de la UNEAC, institución alineada con la nueva forma de hacer—, solo publica dentro del género el libro antes mencionado de Ángel Arango. Y aunque no tendrían ninguna repercusión para la ciencia ficción de estos años, es necesario agregar que esta etapa vio nacer las editoriales Oriente, en 1971, y Letras Cubanas, en 1977. Esta última participaría de forma relevante en la etapa siguiente.

Estuvimos influenciados principalmente por dieciocho títulos soviéticos, de los que trece fueron novelas.2 Los cinco restantes llegaron en forma de antologías, donde podemos mencionar Devuélvanme mi amor, de la MIR, en 1971. Pero la MIR solo tuvo a su cargo once ediciones o reimpresiones. Otras editoriales como Gente Nueva, con cinco títulos, todos publicados en 1977, y Arte y Literatura, con dos: La nebulosa de Andrómeda, de Iván Efremov, en 1969, y Aelita, en 1977, novela de Alexei Tolstoi publicada por primera vez en 1922, completan el cuadro soviético de esos años.

Pero la etapa no fue solo soviética; más de la tercera parte de los libros extranjeros publicados eran de autores anglófonos: nueve norteamericanos y un británico. Desde esta lengua, y gracias a Arte y Literatura, llegaron a nosotros obras de excelente factura3 sumando, desde 1974, la colección Huracán a la Dragón (que venía desde los 60), como sellos editoriales que incluían la ciencia ficción dentro de las obras a publicar. Creemos necesario apuntar, aunque la obra no pertenece al género de la ciencia ficción, que Arte y Literatura publicó en 1973 las Obras Completas de Edgar Alan Poe (en tres tomos), autor emblemático, considerado precursor del cuento fantástico y policiaco. Otro autor digno de mencionar es el checoslovaco Karel Čapek: de quien, en 1969, Arte y Literatura publicó La guerra de las salamandras (1936).

En 1973, Gente Nueva nos regala una obra de uno de los padres de la ciencia ficción, De la Tierra a la Luna,4 de Julio Verne. Esta editorial, con un aporte mínimo desde su surgimiento, se lanza de lleno sobre el género en 1977, al publicar seis títulos de ciencia ficción, entre los que destaca una selección de las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, y Plutonia, del ruso V. Obruchev, publicada por primera vez en la URSS en 1924. Es en este año que su colección Suspenso pone a la ciencia ficción dentro de la mira, adquiriendo esta última la misma misión —diferenciada por el grupo etario objetivo—, de la colección Dragón de Arte y Literatura (EcuRed, 2012).

Por último, también en 1977, aparece una antología denominada Cuentos cubanos del siglo XIX, en la que Arte y Literatura incluye textos aparecidos en El Papel Periódico de La Habana y dos relatos de Esteban Borrero, todos los cuales han sido presentados como las primeras incursiones en el género producidas en Cuba (Román, 2005). No obstante, no nos enteramos de lo que estaba ocurriendo en el mundo de la ciencia ficción occidental de esos años.5 Hasta hoy, ninguno de los títulos de esa época se ha publicado en nuestro país.

La desconcertante disminución de la magnitud de la razón —que incluso llega a invertirse—, entre la cantidad de libros de autores cubanos y de obras extranjeras de esta etapa (1 a 30), con respecto a la etapa anterior: de 1964 a 1969, (10 a 4), apoya nuestra tesis de la sustitución literaria en lo referente al género de la ciencia ficción. No se trataba de eliminar el género, se trataba de encauzar a sus creadores hacia el realismo socialista. Este molde no admitía nada de personajes ni problemas en abstracto, al contrario, los motivos de interés debían ser el trabajo, las luchas revolucionarias y los esfuerzos del hombre por el dominio de los fenómenos naturales; de la misma manera no admitía nada de pesimismo, la insatisfacción siempre será contra los vestigios del pasado, de donde se deriva la obligatoriedad de mostrar confianza plena en las perspectivas de éxito de toda acción que se proponga el mejoramiento de la existencia social (Arango, 2007). No obstante, no debe culparse al realismo socialista: una tendencia artística más. El problema aparece al ser impuesta como única vía para la creación.

El final del período que estamos analizando es situado normalmente a finales de los 70, no siempre en el mismo año, debido a lo que cada autor consideró de mayor peso. No obstante, si su principio fue gradual, su final también lo fue. En 1975 se produce el Primer Congreso del Partido, donde se promulga una nueva estrategia para el desarrollo cultural de Cuba. A principios de 1976 se destituye a Luis Pavón, director desde 1971 del Consejo Nacional de Cultura, acusado de abuso de poder, y se fundan el Ministerio de Cultura en noviembre de ese año y la Editorial Letras Cubanas al año siguiente. Por eso en este trabajo se propone 1977 como el año en que se flexibiliza la censura. En él se produce otro pico de publicaciones extranjeras, aún más alto que el de 1969 e igualmente atípico. Muy probablemente —atendiendo a los dogmas editoriales impuestos en los años anteriores—, las editoriales no poseían títulos cubanos en preparación.

Pero ya al año siguiente reaparece la ciencia ficción cubana abriéndose con ello una nueva etapa editorial que sería llamada la “Edad de Oro de la Ciencia Ficción

Cubana” (Sánchez, 2002; Noroña, 2004). Estos primeros libros fueron de pequeño formato: en 1978 ven la luz Las criaturas, cuentos de Ángel Arango, con solo 51 páginas; De Tulan… la lejana, una cuentinovela muy corta de Giordano Rodríguez, con 38 páginas, y el tercero fue un cuento infantil, Siffig y el vramontoro 45A, de Antonio Orlando Rodríguez, del cual se realizó posteriormente un dibujo animado (de ahí su trascendencia). El primero fue editado por Letras Cubanas y los otros dos por Gente Nueva, al parecer la primera vez que esta editorial publicaba a un autor del patio dentro del género.

¿Qué había quedado? Pocos, muy pocos de los escritores publicados en los 60 que incursionaron en el género sobrevivieron la etapa anterior. La excepción es Ángel Arango. Además de los que salieron del país, Oscar Hurtado muere en 1977, a los 50 años, perdiendo la ciencia ficción cubana a un escritor visionario y promotor de gran experiencia. Por su parte Miguel Collazo, luego de El viaje (Ediciones UNION, 1968), nunca vuelve a poner su talento en función de escribir ciencia ficción. La única aportación de Agenor Martí es su antología de cuentos fantásticos Aventuras insólitas (Editorial Letras Cubanas, 1988), donde aparece puntualmente Arnaldo Correa. Lo cierto es que, de una forma u otra, a todos los cultivadores del género de la etapa anterior se les impidió descargar sus experiencias en una potencial nueva generación de escritores que se desarrolló, en gran medida, desconociéndolos.

Durante este período, que más que “quinquenio” se prefiere denominar “decenio” (Arango, 2007), la ciencia ficción cubana, salvo la excepción mencionada, fue sustituida como tendencia por una ciencia ficción extranjera que cumpliese con los estándares de un “realismo socialista importado de la URSS” (Sánchez, 2002). Como género literario, dada su juventud y aún escaso arraigo en estos años, constituye un excelente sensor del comportamiento de la política cultural de la etapa en general, y editorial en particular.

En estos diez años de influencia extranjera tamizada, que no pasó desapercibida, muchos exponentes de la nueva generación de potenciales escritores se formaron leyendo estas obras principalmente (Aguiar, 2008). Ello se evidenciaría en las temáticas, estilos y hasta en la procedencia profesional de los autores que escribirían durante la siguiente etapa. Por todo lo aquí expuesto consideramos que este período, situado entre 1969 a 1977, no debe ser subestimado a la hora de describir el movimiento de la ciencia ficción cubana y constituye en sí mismo una etapa de su desarrollo.

NOTAS

1. Entre ellos Las bóvedas de acero (1954), El sol desnudo (1955) y El fin de la eternidad (1955), de Isaac Asimov; El hombre ilustrado y Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury, el autor del género más leído en el mundo entero en los años 50; Más que humano (1953) y Venus más X (1960), de Theodore Sturgeon; Los mercaderes del espacio, de Frederik Pohl y Cyrill M. Kornbluth; Un cántico por Leibowitz (1955), de Walter M. Miller Jr.; El hombre demolido (1953) y Las estrellas mi destino (1956), de Alfred Bester; Diarios de las estrellas (1957), Edén (1959), Solaris (1961) y El invencible (1964), del polaco Stanislaw Lem; Dune (1965), de Frank Herbert; ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), de Philip K. Dick; 2001: Una odisea espacial (1968), de Arthur C. Clarke; Planeta de exilio (1966) y Ciudad de ilusiones (1967), de Ursula K. LeGuin.

2. Entre las que destacan las obras de los hermanos Strugatski, Cataclismo en Iris, traído por la MIR en 1969 y luego en 1973; y Que difícil es ser Dios, traído por la misma editorial en 1976.

3. Los mercaderes del espacio, de Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth, en 1969; Fuera del planeta silencioso, de C. S. Lewis, en 1970; El sol desnudo, de Isaac Asimov, en 1971, la segunda edición de La guerra de los mundos, de H. G. Wells, en 1974, y Un Yanqui de Connecticut en la corte del Rey Arturo, de Mark Twain, en 1976.

4. Este fue quizás el primer contacto de esta editorial con el género. La obra fue luego reeditada o reimpresa en 1974, 1975 y 2001.

5. Algunos de los títulos más renombrados fueron Ubik (1969), de Philip K. Dick; La mano izquierda de la oscuridad (1969), El nombre del mundo es bosque (1972) y Los desposeídos (1974), de Ursula K. LeGuin; Los dragoneros de Pern (1971), de Anne McCaffrey; Empotrados (1974), de Ian Banks; El hombre hembra (1975), de Joanna Russ; La guerra interminable (1975), de Joe Haldeman; Una canción para Lya (1976), de George R. R. Martin; Pórtico (1977), de Frederick Pohl y Donde solían cantar los dulces pájaros (1976), de Kate Gertrude Meredith Wilhelm.

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Javier de la Torre. La Habana, 1974. Narrador, ensayista, guionista y editor

Licenciado en Física. Uno de los editores del fanzine Disparo en Red. Como miembro fundador del Grupo de Creación Espiral del Género Fantástico, formó parte del Comité Organizador de los ANSIBLE, eventos teóricos del género fantástico organizados por el citado grupo. Fue uno de los guionistas de la serie televisiva Adrenalina 360 y del corto animado Basilisa la hermosa (producidos por la Televisión Cubana en 2011). Miembro de LASA y de la Sección de Lúdica de la APC. Ha publicado cuentos en el suplemento cultural de Juventud Rebelde; en la antología Secretos del futuro (Editorial Sed de Belleza, 2005) y en el fanzine miNatura. Creador de varios juegos fantásticos de rol. Coordinador del Taller de Narrativa Fantástica Convergencia. Actualmente trabaja como administrador de redes informáticas.