1.
Es un gran consumidor de literatura, cine y música. He visto a Raúl Flores Iriarte (RFI) cruzar la ciudad cargado de libros y con un disco duro externo que es algo así como la Cámara de las Maravillas. RFI tiene un altísimo poder de concentración, es capaz de leer y escribir en condiciones adversas. Si en el 2012 se hubiera cumplido la profecía del fin del mundo, es muy probable que en los últimos minutos de esta inmensa canica azul RFI estuviera leyendo o inmerso en la escritura de uno de sus innumerables textos. O escuchando música —no es una leyenda urbana, Raúl fue DJ en un club de El Vedado.
Cuando le pregunté acerca de su afición por la música me miró con sus profundos ojos oscuros y dijo: “¿Has visto alguna vez Almost famous, de Cameron Crowe? Yo era una especie de Patrick Fugit en versión cubana. O quizá esa afición sea por todo el glamour de ir guitarra al hombro, o por las noches de concierto en ciudades distintas, por acceder a millones de personas con solo una canción”.
2.
Lo he seguido de cerca. No miente cuando habla de lo que significa colocar una canción en el hit parade. Según él, lo más cerca que ha estado del glamour de ir con la guitarra al hombro y las noches de concierto en ciudades distintas es “la tirada de mil ejemplares de algún librito desconocido, nada más”.
Pero hay una imprecisión en su respuesta. Siempre he imaginado a la impresionante hoja de servicios de RFI (nueve libros en diez años desde el 2000 hasta la fecha) como una sucesión de discos. No es una impresión festinada. Una vez lo comentamos y desde el abismo de sus órbitas dijo: “Mi libro Días de lluvia es mi Álbum blanco y Bronceado de luna mi Abbey Road. Siempre me ha interesado la intertextualidad entre la música y la literatura, por eso concibo libros como un músico podría concebir discos… La cantidad de cuentos casi siempre se corresponde con el track listing de algún disco”.
3.
Paperback writer (Ediciones Matanzas, 2010) —Premio de Novela Fundación de la Ciudad de Matanzas 2009— no escapa de esa concepción. Breve y feliz novela cuya estructura está formada por quince capítulos o piezas narrativas —cada una es un texto con autonomía propia, suerte de cuentos breves que se enlazan no solo porque el narrador es siempre el mismo: un escritor (narrador personaje); los coprotagonistas que compartirán escenas con el narrador aparecerán de manera indistinta a lo largo y estrecho del libro, y el escenario donde transcurren todas las historias es La Habana (que sea la capital de todos los cubanos le da un toque singular no solo a este libro, sino a varios textos de RFI, ¿la razón?: solo les pido un poco de paciencia).
Volviendo al tema de la clasificación de las partes que componen la novela, catorce de ellas también podrían considerarse las dos caras de siete long play o casetes. La propia nomenclatura de los textos lo advierte: “I (side A)”, “I (side B)”, “II (side A)”, “II (side B)”… Solo el VIII no tiene divisiones, este quizá podría considerarse un sencillo o demo grabado en un CD.
Sí sería festinado decir que basta la nomenclatura de los textos para certificar a este nuevo libro de RFI como su más reciente disco. Paperback writer, con una tirada de 500 ejemplares, es esa “sensación” similar a ir con la guitarra al hombro o en gira de conciertos por varias ciudades porque ciertamente hay música en él. Mucha. Y no es solo la cadencia del lenguaje empleado en los quince textos de esta nueva entrega. Es mucho más que “intertextualidad entre la música y la literatura”. Hay música y músicos (fragmentos de canciones, una suerte de banda sonora para varias escenas —Wallflowers, Pearl Jam, Lennon (“Imagine” para ser más exactos), Ana Belén versionando a Lennon (versionando “Imagine” para ser más exactos), Roxette, Aerosmith, J Lo, el más raro de los chicos de Liverpool, The Pretenders y The Beatles, Guns N’ Roses, Britney Spears…—, y también está Sabina como personaje, McCartney como música de fondo y eso basta para decir que está de cuerpo presente en el libro, la ex Oreja Amaia Montero de Van Gogh tiene también su papel secundario, George Harrison es un extra en una de las piezas narrativas). Hay conciertos y la gente suda y delira en ellos. Y como si no bastara los textos tienen otra marca: la brevedad. Imaginar a Paperback writer, como una suerte de sucesión de canciones. Pero no, emitir tal juicio sería dejar fuera la necesidad de modelar personajes y contar no solo una historia, sino las dos que debe narrar todo texto de ficción.
Pero no solo hay música y músicos en este nuevo álbum de RFI. En su brevedad y levedad pasan como estrellas fugaces o aerolitos Pamela Anderson y sus grandes tetas, Jeremy Irons, Sean Penn y Naomi Watts, o ese sucio planeta con sus ríos de alcohol, tinta y fluidos corporales, carreras de caballos y música clásica conocido por Chinaski cuyo verdadero nombre es Charles Bukowski, y los ecos del legendario big bang del universo Hemingway. Hay carreras de autos, citas con chicas starlights, delirio de una multitud enardecida al final de una función de cine —pueden imaginar, sin temor a equivocarse, quiénes salieron por la puerta principal de la sala de proyecciones La Rampa—, también hay una serpiente gigante y una invasión de pájaros —una envidiable referencia al genio del Gran Mago Hitchcock—. También resuma dolor y soledad, alcohol y algunos comprimidos, lágrimas y su poco de sangre, vacío, un eclipse y oscuridad. Y todo eso transcurre en La Habana y este es el toque singular que habíamos mencionado al inicio —recurso utilizado en libros anteriores, y que al mismo tiempo es patrimonio de plural porque ha sido utilizado por varios escritores de su generación y varios epígonos—. Y a pesar de que todo eso le sucede a los personajes de la última entrega de Raúl Flores Iriarte, Paperback writer es una novela breve y feliz. 107 cuartillas en donde pesa más la levedad de la ilusión (del beso, el roce de manos, la luz de la luna y la sonrisa, los versos de una canción y la belleza de una chica) que algunas certezas de esa puesta en escena llamada vida (el dolor, la herida, la depresión, tristeza, el salto al vacío, la soledad, la muerte).
4.
Un detalle interesante: les recomiendo los side B. Todos. La segunda cara de cada long play o casete concebida tal como si RFI hubiera querido reproducir en textos la cara oculta de la luna, o alguno de nuestros secretos. Allí están Mapoxteli o La Gran Serpiente Sagrada y un eclipse, la invasión de pájaros y la hoja afilada de un cuchillo, un Chinaski muerto que bebe malta y llora desconsoladamente y prefiere llamarse Elizabeth y ya no puede escribir, la novia de Hemingway o la Novia Cadáver atrapada en un caserón en las afueras de la ciudad —la Vigía— atrapada a su vez en el sueño del escritor.
5.
A veces pienso que RFI escribe con demasiada prisa. Que apenas se toma un respiro entre álbumes o libros —qué importa la clasificación usada, es su sistema, es original y único al menos en la Siempre Fiel Isla de Cuba—. Que corre el riesgo de la levedad en un país de lectores graves, como graves son la mayoría de los lectores en esta gran canica azul —y si son tantos, es muy probable que sus protocolos de lectura no estén equivocados—. Que ese sello de levedad es una marca en extremo peligrosa toda vez que sus personajes devendrían simples trazos —y por lo general un trazo es muy fácil de olvidar. ¿Levedad versus gravedad?
En su primera década de trabajo el historial de RFI es sorprendente: de diez nueve —nueve libros en diez años—. Quizá en su segunda haya una vuelta de tuerca. Pero esa es una decisión de RFI.
Una vez le pregunté si la felicidad era una pistola caliente, también de qué estaba hecha. Me miró desde la profundidad de sus órbitas oscuras. Sonrió. Luego dijo: “No estoy muy seguro de que Lennon haya sido muy feliz con aquella pistola caliente. Vete tú a saber de qué estará hecha la felicidad. A veces basta solo una tarde de frío y lluvia y un libro para leer, a veces una mañana de sol y cielo brillante y un buen disco en el CD player.”