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Kazuo Ishiguro, un Nobel bicultural

Premio nobel de literatura Kazuo Ishiguro

Advierto: no conozco en absoluto la obra de Kazuo Ishiguro. Pero aun sin haberla leído, me adhiero a la opinión de Mario Varga Llosa cuando lo cataloga de “un premio (Nobel) mejor que el del último año”. No porque lo diga el peruano —ahora español, en fin— sino porque confieso ser uno de los tantos que la pasada edición estuvo en desacuerdo con la designación de un músico para ser acreedor del máximo reconocimiento literario, por muy buenas letras que posean las canciones de Bob Dylan.

Ironías de este mundo, resulta que Ishiguro, años atrás —en 1995, para ser más exacto— declaró al Financial Times, que la escritura “no era necesariamente lo que quería hacer”. ¿Y entonces qué quería hacer, antaño, el más reciente Premio Nobel de Literatura? Pues seguramente adivinó: cantante de música pop. Es de esperar que con una lírica de alto contenido poético; pero músico igual que Dylan, a quien no en vano considera su más grande héroe.

En concordancia con esa misma línea, no resulta descabellado asegurar que la Academia Sueca anda bastante melodiosa por estos años y, de seguir esta tendencia, no sorprendería en absoluto que más temprano que tarde sea premiado un poeta… Por lo de la rima, quiero decir.

Socarronerías a un lado, quizás lo más llamativo de este año fue que el Nobel de Literatura cayera en manos de un escritor por el que muy pocos apostaban. Con nombres como los del keniano Ngugi  Wa Thiong’o —a quien la mayoría daba por claro vencedor— o de la canadiense Margaret Arwood —quizás con el “inconveniente” de que hace apenas cuatro años, una compatriota suya (Alice Munro) se llevó el galardón— o el italiano Claudio Magris, sin olvidar al español Javier Marías, sobre la palestra, no es de extrañar que Ishiguro pasara (casi) inadvertido. Pues, bien, se convirtió en el caballo negro de esta carrera intelectual, de la cual muchos alegan no estar interesados en formar parte, pero que, sin embargo, nadie pide ser excluido.

Esta vez la sorpresa puede calificarse de agradable. En 2016 rozó la grosería. Podemos o no estar de acuerdo con la nueva designación, pero nadie pondrá en tela de juicio las bases mismas del sistema que rigen la otorgación del prestigioso reconocimiento. Visto con buena disposición, lo inesperado aportó en esta ocasión causas para debates académicos, columnas en los periódicos, cotorreos en cafés y tertulias entre lectores y escritores; todo ello sin necesidad de recurrir al escándalo grotesco y las consiguientes irritaciones.

Aunque de origen japonés, Ishiguro se desplaza —justificado por años de vida, educación y cultura— en el ambiente británico. Es una lástima desde una perspectiva estadística —quizás también lingüística y de representación universal— porque desequilibra aún más la balanza a favor de la lengua inglesa. A razón de uno por año, desde 1901, cuando comenzó a ejercerse esta ceremonia —y obviando el período de 1940 a 1943 en que la Segunda Guerra Mundial invalidó la entrega de reconocimientos—, el idioma inglés suma 28 distinciones; seguido por el francés, con 15; el alemán, con 12; y nuestro español, con 11. La lengua japonesa apenas recopila dos ediciones.

Por supuesto, el análisis anterior no pasa de ser simples aproximaciones matemáticas a un fenómeno de naturaleza eminentemente cultural. Si la Academia Sueca tomara las estadísticas para emitir su fallo, entonces los países africanos tendrían mucha más participación. No obstante, los jueces no pueden renunciar a su condición de ser humano y, como tales, están sujetos a más de un criterio en el momento que signan su dictamen. De hecho, ya son muchas las voces que, desde hace varios años, critican la parcialidad de la Academia Sueca y su tendencia a favorecer candidatos que no estén permeados por otras circunstancias —políticas, sociales, religiosas, geográficas, raciales e incluso personales— al momento de darles el visto bueno. Si no, y esta es una pregunta recurrente, ¿cómo justificar que Jorge Luis Borges no se encuentre hoy en la lista de los ganadores?

Ishiguro, por su parte, defiende su valía con novelas que, según la Academia Sueca gozan de “gran fuerza emotiva” y “ha descubierto el abismo bajo nuestro sentido ilusorio de conexión con el mundo”. Esta potencia ya lo había hecho acreedor de otro galardón de sobrado prestigio, el Premio Booker, en 1989. Sus raíces japonesas están presentes de manera implícita y soterrada en buena parte de su literatura y si bien ha visitado —con el amor y la nostalgia incubados en su imaginación— su país natal, eso no cohíbe su carácter crítico. “Los japoneses han decidido olvidar que fueron agresores y todo lo que el Ejército Imperial de Japón hizo en China y el Sudeste Asiático en esos años”, dijo en una entrevista.

La propia Academia Sueca lo ve como una mezcla de Jane Austen y Kafka, acaso por el desasosiego que causan algunos de sus volúmenes. Los lectores, por su lado, consideran que Los restos del día es su mejor novela, y es de esperar que su popularidad aumente considerablemente a partir de este año, con el espaldarazo que significa la obtención del Nobel.

Incrédulo, cuando su editor lo llamó para comentarle que “parecía” haber ganado la distinción, finalmente Ishiguro declaró que contar con este premio “es un honor magnífico, sobre todo porque significa que estoy siguiendo las huellas de los más grandes autores”. A su modestia habría que agregar, además, que también imprime las suyas propias en el rico suelo literario.

PUNTO Y APARTE

Sí, otra vez Haruki Murakami se quedó con las manos vacías. El eterno candidato al Premio Nobel de Literatura, tendrá que esperar hasta el próximo año para ver si tiene mejor suerte. El autor de 1Q84 ya hizo explícito su fastidio por hallarse siempre en la lista y no alcanzar el lauro, a veces ni siquiera ser considerado finalista.

Mientras goce de la popularidad que actualmente lo persigue a todos lados y la presión mediática siga haciendo de las suyas alrededor de su nombre, Murakami no escapará de futuras nominaciones. Y la Academia Sueca, por su parte, otra vez tendrá que cuestionarse si lo incluye como consecuencia de su talento , de camino con la fama que lo precede e impulsa; o, por el contrario, si lo defenestra por idéntica razón.

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