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Instrucciones para ir de picnic

Picnic. Foto por Kate Hliznitsova en Unsplash

Picnic. Foto por Kate Hliznitsova en Unsplash

Terminado el almuerzo, Lu guardó los platos en la canasta y yo recogí el mantel. Luego, mientras ella se alejaba con los bultos, volví a observar a nuestros vecinos colina abajo, a orillas del río. Seguían empeñados en hacer su fogata, así que bajé y les di mi encendedor. 

Ellos me miraron con sorpresa y algo de miedo, pero creo que es natural. Me alejé sin esperar las gracias y volví con Lu. 

Quiso saber el motivo de la demora. 

Cuando le conté, sus ojos parecieron desorbitarse. 

— ¿Estás loco? —gritó— Tú sabes que no puede haber contacto con ellos. 

Yo le dije que se calmara. Cualquiera sabe que las paradojas son un cuento de la empresa, para evitar que los clientes causen contaminación o se metan en problemas. 

Pero un simple encendedor, ¿qué tanto caos puede provocar? Lo hice porque me pareció chistoso ver a los cromañones tratando de hacer fuego con un encendedor.

—Quién sabe —le dije para mortificarla aún más—, puede que, gracias a mí, el hombre aprenda a dominar el fuego y de allí a la combustión infinita. A lo mejor toda la Historia depende de esto. Las Guerras del Fuego, los motores eternos, las máquinas de tiempo. En ese caso deberías estar orgullosa de mí, porque al entregarles ese encendedor infinito, actué como instrumento del Destino.

En vez de responder, Lu señaló el tablero y la tarifa que seguía aumentando con el tiempo de estadía, así que me apresuré a cerrar la cápsula.

—Más te vale que no haya ningún problema—se inclinó a tirar de la palanca—. ¡Instrumento del Destino! Ahora entiendo que me casé con un idiota.

El ronroneo habitual de la máquina nos tranquilizó. Al elevarnos por encima del paisaje pude echar un último vistazo a las formas peludas que saltaban eufóricas alrededor de una fogata humeante.

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