Me monté. Finalmente me había montado. Estando dentro del almendrón supuse que lo había hecho, que al fin, después de varios años, me acoplaba, movido por el impulso de hacer honor por intervalos decentes a nuestros antepasados cuadrúpedos. Por eso lo primero fue pensar en la zsxcnv que no me dijo su nombre. No, no, esto ocurrió en La Habana. No te dejes llevar por la descripción abstracta de la especie. Bien pudiera ser lo que estás pensando, pero el suceso metafísico aquí era otro: montar o no montar.
Acompañado por mi primer libro de Alejandro Zambra, quise probar un poco de retórica latinoamericana; alejarme, digamos desmontarme, del efecto que unas cuantas líneas eslavas pudieran producir en mi espíritu joven: crecer desmontado, vivir desmontado, morir desmontado… No quise seguir enumerándome las razones por las cuales quería «hablar» con la zsxcnv. En este punto de mi relato podrías preguntarte si realmente leía a Zambra. Para complacerte, diré que la zsxcnv no se parecía a Emilia, menos a Carla o a Verónica, e incluso menos todavía a Daniela o a María. Pero Alejandro Zambra pudiera ser aquí —lo mismo que la anterior enumeración— un paréntesis innecesario; en caso contrario, un motivo más para no leerlo. A fin de cuentas, lo hace quien cree que de montar o no montar se deduce una cuestión metafísica.
Sin muchas consideraciones wittgenstenianas establecí un intercambio de los casos. Dado el caso soy joven; tú también. Voy leyendo un libro; me hago el interesante. Se bajan todos del carro menos el chofer, tú, yo, y ¡bum!: “¿Estudias en el Vedado?” ¿De verdad? Después de varios años esperando para montarte, de intentar pasar por lector de Zambra o conocedor de Wittgenstein, pensando lo que hubieras querido decir después de haber estado, mientras luego pensabas que ya no importaba, porque nunca decías nada, y ahora que realmente estás e importa… ¿es esto lo que se te ocurre? (Este es el efecto de varios años sin hablarle a una zsxcnv. Se recomienda no experimentar). Dado el caso, estoy buena; soy joven; no me importa si tú lo eres. Aun sin leer un libro paso por interesante para ti. Respondo tu pregunta: “No, no estudio en el Vedado. Soy graduada de Arquitectura bla, bla, bla”. Seguramente dijo algo después, pero a mí me llamó más la atención la mirada del chofer. Porque, claro, se estaba produciendo lo que pudiera describirse como un choque entre dos culturas: la de los no le hablarás a las zsxcnv o te imaginarás toda tu vida hablándole a una zsxcnv, pero no lo harás, y todas las demás. Yo seguí preguntando, buscando a toda costa llevar la conversación a una polémica; al fin y al cabo, mientras lo pareciera, bien se prestaba para saber qué montaba, cuando no por qué o por quién se dejaría montar.
Había escuchado hasta Arquitectura, por lo que todas las asociaciones posibles con aquel animal tirando de la correa se me confundían con la imagen de muchas Alicias. Quise imaginármela entonces montada en una bici, a lo Chavarría, armada de planos experimentales y lectora asidua de Pedro Juan Gutiérrez. Pero me dijo que no, que prefería los animados en alemán sin subtítulos y embarrarse mucho en el trabajo, de manera que cuando llegara a casa, alguna salpicadura impertinente, bien guardada y dura se resistiera al cepillo; que le molestaban las consideraciones cliché, eso de que los arquitectos no saben repellar, no saben pararse bien a pie de obra. Me apresuré. Ya casi tenía que bajarme. Busqué indicios de ella esperando alguna pregunta, pero seguía hablando como si quisiera convencerme de algo. Yo ya estaba convencido, pero no me atrevía a interrumpirla. Pasó la oportunidad. La vi alejarse diciéndome con tanta seguridad que nos veríamos que le creí. Sí. Le creí mientras el chofer aún me indagaba y yo intentaba calcular las posibilidades en una Habana de dos millones de habitantes, de tantos individuos resueltos a montar y a cazar en formas tan diferentes. Ni antes, ni después. Pero Brenda lo daba por hecho. Claro, que su manera de creerlo siempre ha sido muy diferente de la mía, muy empresarial, como los nuevos tiempos cubanos. Como esas tarjetas blancas y con un teléfono en rojo que sorpresivamente se reciben del chofer de un taxi tras una mirada confidente que anuncia la novedad: “Hacemos que parezca natural”.