Para Ele, mi bebé-musa diaria.
―Tío, solo te llamé para darte las buenas noches. Te sigo queriendo y no le voy a decir a nadie nada. Nunca.
La muchacha empezó a correr por las calles oscuras y desiertas de Iztapalapa. La negritud más negra, la que no puede superar ni las pesadillas más terribles de monstruos marinos y terrestres. La perseguían, no los peludos con garras y caras deformes que salen el Día de Muertos, sino los que tienen uniformes de las fuerzas militares, con armas. Eran mejores los primeros, solo daban miedo pero los otros mataban, herían, vapuleaban. Eran peores. No se le había ocurrido pararse a pedirles, en nombre de Dios, ayuda en aquellas calles tan oscuras porque sabía, desde que era niña, que debía mantenerlos lejos, ellos eran de los que más crímenes impunes cometían. De todo tipo. Se quitó de arriba a aquel güey borracho. Decidió irse sola, no eran tantas cuadras desde la fiesta a su casa. Y fue peor. Tenía solo 16 años.
Me llamo Guadalupe. Tengo cinco años. Vivo en una unidad habitacional ―así le dicen todos― en Iztapalapa, una de las peores zonas de México que el gobierno no ha logrado tranquilizar ni en las ciudades, con mis padres y mi tío. Este es joven, mi mamá y papá me dejan con él todas las noches hasta que regresan del trabajo. Me da mi cena, mi chochomil antes de dormir, me arropa “ como tamalito, por el “pinche frío” ―no digo esas palabras, no me dejan pero las entiendo―, me lee un cuentito y me duermo hasta el otro día. Apenas me enseñan a escribir y leer en la escuela pero él lo hace muy gracioso, cambiando la voz para cada personaje. Y yo me cago de risa… perdón por la grosería. Eso entre semana. Los sábados y domingos están conmigo mis padres, ellos me consienten, me acuesto y levanto más tarde. Oigo decir que la calle está llena de monstruos pero mi casa está tranquila.
Mi tío es buena onda, anda siempre solo, acompañado nada más que cuando lleva amigos a la casa. Yo me encierro en el cuarto cuando eso pasa porque mis padres me lo pidieron y salgo cuando se van. Dejan el cuarto de tío con olor a bebida y a hierbas. En esas ocasiones, él tiene los ojos raros, con el mismo olor feo de su habitación y se ríe de todo. No me gusta así, no es él sino que parece alguien extraño.
Dio la vuelta en una esquina, perdió velocidad y el primer tipo le cayó arriba. Detrás, todos a la vez. La arrastraron a un rincón oscuro y la golpearon con saña. La violaron sin quitarse la ropa, como para recordarle que tenían el poder, Dios, son tan bestias, los nuevos monstruos de nuestros pobres países. ¿Qué probabilidades tiene alguien que le pase lo mismo dos veces? Y asistió pasiva a su violación y secuestro.
Aquella noche mi tío me convidó a comer tacos en la esquina, No, tío, me gustan más los huaraches o las gorditas. Con su cara no loca me miró y se empezó a reír, Lo que quieras, enana.
Los amigos fueron con nosotros y eso no me gustó nadita. Quise huarache y uno de sus socios hizo un chiste que no entendí entre mis nachas y la comida. Todos rieron pero a mí no me dio gracia que hablaran así de mi cuerpo.
Regresamos nosotros solos. Me tomé mi cheche como siempre, pero cuando me cobijó, le volví a ver su cara rara. Me empezó a leer la historia de Sullivan, de mis preferidas porque era muy tierno y amoroso aquel monstruo clásico azul, al igual que su amigo Mike, ojalá todos fueran así. Pero había un gran hueco-abismo, diría mi miss que nos enseñaba sinónimos y antenóminos ―creo que explicó en el salón―. Solo me acuerdo que me quitó toda la ropa y me hizo doblar las piernas a la fuerza. Me dijo mi mamá después que me desmayé y por eso no me acuerdo de nada, solo tenía un gran dolor en las chichis y pipi. Dicen que me violó. Por suerte no me acuerdo.
Se la llevaron sangrante después de haber sido violada por muchos hombres uniformados. La tiraron en una habitación de una casa vacía que controlaban con los narcos, dicho más bonito, grupos delictivos. Estuvo inconsciente no sabe qué tiempo. Cuando despertó, se vio amarrada y desnuda. Llegaron ellos y la volvieron a toquetear y abusar por todos los resquicios y posiciones posibles, Ay, mamacita, qué rica estás. Ya le pedimos el rescate a tus jefes pero menos de lo que pensamos al principio porque vimos que ya estabas rota. Pero no han contestado. Espero lo hagan pronto o tendremos que matarte. De todas formas, nos aseguraremos que no los veas más. Logró contar quince hombres vejándola, sodomizándola, torturándola en tan solo doce horas. Pensó en su triste fin, Te vengarás de ellos, Lupita. Lo harás. Eres joven todavía. Pasará.
Mis padres me llevaron al médico. Mi madre ni denunció al hermano, Cómo creen, es mi sangre de todas formas y ante su silencio, médicos, enfermeras y la policía no nos dieron importancia ―como siempre pasa― y nos mandaron a la casa. Nos mudamos de allí, incluyendo la alcaldía, aunque de grande volvimos a Iztapalapa y mi tío no vivió más con nosotros. Mi mamá se buscó otro trabajo para salir más temprano, me iba a buscar a la escuela y se pasaba conmigo todo el tiempo. Actuaba como alguien que siente culpa.
No entendí nada. No volví a ver a los monstruos ni a mi tío.
El secuestro llevaba ya varios días y en todos tenía la visita de ellos. Permanecía callada, pensando en el mar, sus padres y la vida cuando era niña, mejor que la de ahora. Por extraño que parezca, pensó en su tío. Nadie respondía a la solicitud de rescate. Ya la daban por muerta. Ahí seguían los monstruos de ahora con ropajes diferentes. Ni Mike, Sullivan o Frankenstein, románticos todos a su forma. Con lo grande que estaba, cómo los extrañaba.
―Tío, solo te llamé para darte las buenas noches. Te sigo queriendo y no le voy a decir a nadie nada. Nunca.
Le quedaba por delante toda la eternidad.