Este cuento mereció el Tercer Accésit en el XX Concurso de Relatos Semana Negra de Gijón, 2007
Hay un bebé que llora
Y es que llora, llora y llora con ese llanto insoportable de los bebés, entre aullido de gato y desespero de criatura despojada. Ya algunos vecinos me han preguntado, tienes visita. Y, claro, qué voy a decir, mi sobrina, sí, se está quedando, la madre está enferma. Y como hace poco que me cambié para acá, quién va a saber nada, me visto bien, siempre de traje, con un tono fresita y medio putón, la sonrisa mensa y barbera, soy muy buena onda, nadie sospecha. No pueden sospechar, el profesor es muy acá, suelen decir, yo soy profesor, para ellos, mis vecinos que viven con las ratas caminando por sus camas, comiendo en sus mesas. Ah, eso sí, no importa, esta unidad es perredista a muerte, qué buena onda los del Partido, ayer repartieron tortas y refrescos a los que fueron al mitin. Pos yo, mientras las cosas sean así, mejor, me dedico a lo mío, entre esta bola de nacos que no saben qué es filatelia y piensan que el tsunami puede llegar al Caribe. Pero, cámara, el pinche escuincle no para de chillar, ya le di su mamila, lo cambié y chilla, chilla. Me dan ganas de ponerlo en el piso, vaya, como para que el frío lo calme. El piso sucio, no hay agua en la unidad, hay que salir a acarrearla, pero me vale madre, yo quiero mi lana. Cállate, chamaco mocoso, puta madre, cállate ya.
Sábado en la tarde. La ciudad sin límites se inunda de paseantes. Vamos, bebé, vamos a hacer el súper, tú y yo, tu papá está de viaje hoy. A ver, véngase con su mami, gordito lindo, te pongo en el carrito. Ríete, bebé, estás con tu mami. El carrito, entre miles. Los estantes, gente que camina sin mirar, que respira sin vivir. Largas filas en las cajas. A ver, bebé, vamos a comprar la insulina, ya queda poca. Y los jugos sin azúcar. ¿Qué se te antoja hoy? ¿Papaya para hacer licuados? Me encanta cuando dices todas esas cositas locas, sólo yo te entiendo. A ver, te dejo aquí, no me voy, tienes mamitis, mira, es sólo un metro. Y la mujer le sonríe al bebé, le da la espalda, un segundo, una instantánea en la eternidad, agarra la bolsa, toma la papaya. Y se voltea. Ahí está el carrito, sí, el carrito vacío. Duda, no, no es éste, debe ser otro, me equivoqué. Pero son sus compras. Sus compras sin el niño. Un grito la sacude, Mi bebéeeeeeeeeeeeeeeee, alguien que me ayude, se llevaron mi bebé. La gente la mira con indiferencia, en esta ciudad el dolor de una madre puede ser indiferente a los oídos, lápida al corazón. Sólo dos o tres se le acercan, la tratan de calmar. Alguien corre a la puerta, a avisar al guardia. Mi bebé, es el grito ahogado de una madre que acuna la papaya rodeada de la frialdad de la multitud, otra mensa que dejó solo al bebé para que se lo roben.
El pesero de Ermita, a esta hora, siempre va lleno, pinche pesero que siempre huele feo, estos nacos no se bañan, güey, me guacaleo de sólo pensarlo. Mira, güey, no me importa si el baboso se la pasa chillando, métele talacha, tápale la boca, me vale, güey, pero de esa unidad no te vayas, es un lugar bueno, como que nadie está en nada y como que te puedes hacer el menso. Ambos hombres se miran, en silencio. Güey, yo hice mi parte, no manches, llamé a la pinche vieja y le pedí la lana, no seas pendejo. Sí, se lo dije, que vamos a vender los órganos, que para eso lo tenemos, al pinche mocoso. El pesero atraviesa Churubusco, vamos a echarnos unos tacos en el Dragonejo, güey, y unas chelas para ponernos bien de acuerdo. Se bajan, entre Me da permiso muy educados y los planes del secuestro en las manos. Oye, güey, mañana vamos a pedirle al santito, a la Capilla de Manzanares, güey, eso es lo único que funciona. Qué ley ni qué madres, güey, ¿Te quedan unas talachas? No, güey, ésas no las vendas, vamos a meternos unas y nos buscamos unas viejas para coger. Pos a tu apartamento, güey, ya veremos cómo callamos al baboso.
A ver, a ver tus chichas, qué vieja más linda que eres, por acá, por este pasillo, cuidado, hay una coladera abierta, sí, ya sé que huele feo, hay popó por todas partes, camina con cuidado, hay ratas por acá en su banquete, a ver, güey, tú estás peor que yo, cuál es el departamento, yo abro, entren, nenas.
Otra vez, el llanto. Disminuido, como pidiendo permiso, pero el llanto. Pinche baboso, voy a la recámara a ver qué tiene, cállalo, güey, ten cuidado, me da pendiente que le pase algo, mira que la madre va a pagar bien. Y el hombre, alto, bien vestido, con ese aire fresa, tambaleándose, va al cuarto. El llanto cesa, no sé, compadre, estaba muy frío, y se volvió a hacer pipí, ese chamaco orina mucho y se la pasa o durmiendo o llorando, está amarillo, compadre, hace falta que la pinche vieja pague de una puta vez. ¿Tienen un niño? y la pregunta de una de las muchachas suena fuera de tono. No, nena, hablamos de un vecino, ah, es que me pareció oír chillar a alguien, no, es el gato del vecino. Güey, yo en la recámara; tú, en la sala. Pero el otro ya no lo oye, ha caído al lado de la mujer, sin quitarse su traje ni aflojarse la corbata y ambos roncan la borrachera plagada de drogas.
Y el llanto del niño comienza, bajo, muy bajo, mientras ella se dobla sobre una cama de sábanas de dudosa blancura, mientras él la usa por todos sus rincones. Y no hay saliva, ni palabras, sólo una habitación a oscuras y un macho que monta a una mujer que aguanta las embestidas, rezando para que se acabe pronto, el llanto del niño la pone nerviosa, no es un gato pero no va a preguntar más. Pero este tipejo se demora, se detiene, resopla, busca algo, la pone en cuatro patas y ella siente que le mete algo por el culo, algo muy grande que la hace gritar, secundar al niño, revolcarse como él, pero la aguantan, la amarran, la penetran sin misericordia y sin perdón, puta barata, pinche vieja, oye que le dicen, y sabe que se desmaya, que no aguanta una mordida más, una quemada más, un removerse del puño del hombre que hurga en sus intestinos. Se vomita pero ya no se mueve. El sonido de las ratas llena el espacio del cuarto. Y el llanto del niño se hace lejano, lejano, lejano…
Mira, Juan, ya no sé qué hacer, ellos piden setecientos mil pesos, de dónde, Juan, de dónde los saco. Piensan que porque uno trabaja duro, tiene un carro del año y se compró un departamento es millonario, pero fíjate, me conocen, me dijeron que con lo que tengo en el banco y vendiendo la camioneta, lo completo. Eso me da más miedo, me dijeron que no le avisara a la Policía pero fue lo primero que hice y la AFI anda investigando. Pero ellos también me pidieron dinero, Juan, para apurar el asuntito, señora. Yo quiero a mi hijo, lleva tres días sin insulina, ellos no saben Juan, no me dio tiempo a decirles cuando llamaron, es tan chiquito que nadie puede pensar que… sí, se me muere, Juan. Ya no sé a qué santo rezarle. Si sólo pudiera decirles que necesita insulina. Mañana es el día acordado para dejarles el dinero y voy a hacerlo, el que tengo. Y la AFI estará por allí para seguirlos. Tengo miedo, Juan, tú eres abogado, sabes qué fácil es escapar de la justicia en este país… Ernesto está como loco, fue a ver a unos tipejos ahí, en Tepito, compró una pistola y está buscando gente para que maten a los secuestradores… mi niño, Juan, mi niño llora… sé que está llorando…
Y decide acostarlo en el piso, el único lugar donde el llanto se calma. Ya no le pone pañales, total, se la pasa orinado. El frío de las baldosas hace que el bebé se voltee, busque con su boca la humedad, se revuelque en la mugre y sus orines. Este escuincle está enfermo, piensa con pavor, menos mal que mañana nos dan la lana y me largo a la frontera, a mí no me cargan el muertito, basta con la función de anoche, tuve que soltar a la muchacha, sangraba por todas partes, el muy bestia de mi compadre casi la mata y ella se fue con mucho rencor en la mirada y con un no sé qué de que sabe… sí, como que sabe…
Sí, señora, una llamada anónima. Un departamento en una unidad de Iztapalapa. Para allá vamos, señora. No, mejor espere, ya le avisaremos. No, quien llamó no sabe, sospecha, oyó el llanto de un niño, le dijeron que era un gato pero dice que ella no se equivoca y que los tipos son unas bestias, Sí, ella es… sexo servidora pero anoche terminó en un hospital. No, no, Ud. va, entrega el dinero y no se apure, los oficiales estarán encubiertos. Y nosotros a nuestra chamba. No, señora, no, pos para que no sospechen y vaya, quién sabe, va y ellos mismiticos caen en la trampa.
Y sabe que todo está perdido pero no se rinde. El llanto ha cesado, el charco de orines es un abismo infranqueable alrededor del bebé que ya no es bebé porque las ratas se han encargado de reducirlo a casi nada. Un fuerte olor a amoníaco reina en la habitación, pinche escuincle baboso, no podías esperar a mañana, no debí ponerlo en el piso pero qué sabía yo que a los bichos esos les gustaba…Y no termina la frase, porque todavía sale una rata y bebe del pipí del bebé. Y se le acerca, amenazante. No se atreve a moverse, a subir a la cama al despojo, casi humano, casi niño, todavía festín de las ratas, porque el miedo es más fuerte, no voy a cobrar el dinero, puta madre, no voy a cobrar mi lana. Pero él es un chingón y como chingón chingará. Sonríe, cierra la puerta y va a buscar su dinero.
El Publix en la 68 y Collins se llena los domingos. Las familias van a hacer sus compras semanales, acunadas por el olor inconfundible del mar y el salitre que se pega a los labios. El sol es implacable esta mañana pero adentro no se siente, el aire acondicionado se encarga de cambiar el clima. Un hombre alto, bien vestido, con traje negro, ademanes un tanto delicados y una sonrisa algo perdida en el tiempo, se acerca al área de lácteos. Varias mujeres empujan los carritos con las compras y los bebés. Sí, estoy en el mero sitio, aquí no hay nacos que están brujas, como en el Sedano’s de la esquina de la Calle 9 y la 4ª Avenida del East. Nadie lo mira. Se confunde entre compradores. Una mujer deja por un segundo el carrito con las compras y el bebé adentro. Un alarido sacude el supermarket, my baby, personas que corren, guardias en movimiento. Un coche, en la esquina, arranca sin apuros. Yo, el mero chingón, cállate, escuincle baboso, pinches gringos, vamos a pedirle la lana a la puta vieja que te parió.
Yamilet García Zamora. La Habana, 1965. Narradora
Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana. Maestra en Museos por la UIA de México, DF y Doctora en Teoría Literaria por la UAM de Iztapalapa, México. Trabaja como Profesora de Redacción y Literatura en la Universidad Panamericana, la UNITEC y el CAM, donde también imparte cátedra a la maestría en museos.