Ficción

Accidente ferroviario

Thomas Mann

"Un empleado sin gorra corría de una a otra del tren: era el jefe de la estación, quien a gritos y entre lágrimas recomendaba a los pasajeros que guardaran disciplinas, despejaran la vía y entraran en los vagones. Pero nadie le hacía caso, porque no llevaba gorra y su actitud no inspiraba respecto. ¡Pobre hombre!"

El difunto y yo

Julio Garmendia

"Lo busqué en seguida en el aposento donde se me había revelado su brusca ausencia. Lo busqué detrás de las puertas, debajo de las mesas, dentro del armario. Tampoco apareció en las demás habitaciones de la casa..."

Cuentos para tahúres

Rodolfo Walsh

"El montoncito de las apuestas fue creciendo: había billetes de todos tamaños y hasta algunas monedas que puso uno de los de afuera. Flores parecía vacilar. Por fin largó los dados. Pereyra no los miraba. Tenía siempre los ojos en las manos de Flores..."

Maravillas de la voluntad

Octavio Paz

A las tres en punto don Pedro llegaba a nuestra mesa, saludaba a cada uno de los concurrentes, pronunciaba para sí unas frases indescifrables y silenciosamente tomaba asiento...

A propósito de un olor

Adolfo Bioy Casares

En la noche del jueves el profesor Roberto Ravenna suspiró varias veces, pero a la una de la madrugada lanzó un quejido. Después de leer el último trabajo había encontrado, en la maraña de su mesa, una pila con otros diez...

La chica del cumpleaños

Haruki Murakami

El día de su vigésimo cumpleaños también trabajó de camarera, como de costumbre. Le tocaba todos los viernes, pero, de hecho, aquel viernes por la noche no debería haber trabajado. Había intercambiado su turno con otra chica que también trabajaba por horas...

Sangre extraña

Mijail Sholojov

Para San Filipp, después de la vigilia, cayo la primera nieve. Por la noche sopló el viento del Don, hizo susurrar en la estepa la hierba salpicada de escarcha, festoneó los oblicuos caballones de nieve y lamió hasta desnudarlo el espinazo bacheado de los caminos...

El vendedor de estatuas

Silvina Ocampo

Para llegar hasta el comedor, había que atravesar hileras de puertas que daban sobre un corredor estrechísimo y frío, con paredes recubiertas de algunas plantas verdes que encuadraban la puerta del excusado...

El hombre de Cuero

E. L. Doctorow

No son nada nuevo, se puede leer sobre el Hombre de Cuero, por ejemplo, cuando hace cien años hacía su recorrido veraniego por Westchester, Connecticut, hasta los Berkshires, luego se le veía sentado junto al camino, se le entreveía por el bosque, tenía sus paradas, siempre las mismas...

Así se hacía en Odesa

Isaak Bábel

Empecé: —Rebe Arie-Leib —dije al viejo—, hablemos de Benia Krik. Hablemos de su comienzo fulminante y de su terrible final. Tres sombras interfieren el camino a mi imaginación. Fróim Grach. ¿Acaso el acero de sus actos no es comparable a la fuerza del Rey? Kolka Pakovski...

El alma

Julio Garmendia

¿Qué viene a buscar el Diablo en mi aposento? ¿Y por qué se toma la molestia de tentarme? Me permito creer que es cuando menos una redundancia y una inconcebible falta de economía en la distribución de tentaciones entre los hombres, el hecho de que se me acerque Satán con el objetivo de rendirme a su poder...

El año de los espaguetis

Haruki Murakami

1971 fue el año de los espaguetis. En 1971 yo hacía espaguetis para vivir y vivía para hacer espaguetis. El vapor que se alzaba de la olla de aluminio era mi orgullo, la salsa de tomate que se cocía a fuego lento en la cazuela haciendo ¡chup!, ¡chup!, mi esperanza...

El ahogado

Baldomero Lillo

Sebastián dejó el montón de redes sobre el cual estaba sentado y se acercó al barquichuelo. Una vez junto a él extrajo un remo y lo colocó bajo la proa para facilitar el deslizamiento. En seguida se encaminó a la popa, apoyó en ella su espalda y empujó vigorosamente...

Crónica de sucesos

Rubem Fonseca

El inspector Miro trajo a la mujer a mi presencia. Fue el marido, dijo Miro despreocupadamente. En aquella comisaría de barrio eran comunes los pleitos de marido y mujer...

Hasta que lleguen las doce

Ignacio Aldecoa

Hacía daño respirar. Las sirenas de las fábricas se clavaban en el costado blanco de la mañana. Pasaron hacia los vertederos los carros de la basura. Pedro Sánchez se sopló los dedos...

Sharaya

Álvaro Mutis

Sharaya, el Santón de Jandripur, permanecía desde tiempos muy lejanos sentado a la orilla de la carretera, a la salida de la aldea. Allí recibía las escasas limosnas y las cada vez más raras oraciones de los aldeanos. Su cuerpo se había cubierto de una costra gris y su pelo colgaba en grasientas greñas por las que caminaban los insectos...

A tu edad

F. S. Fitzgerald

Tom Squires entró en la tienda a comprar un cepillo de dientes, una lata de polvos de talco, un elixir bucal, jabón Castile, sales de Epsom y una caja de puros. Después de muchos años viviendo solo, era un hombre metódico, así que, mientras esperaba a que lo atendieran, tenía en la mano su lista de compras...

Adina

Henry James

Habíamos estado hablando sobre Sam Scrope alrededor del fuego —conscientes, todos nosotros, de la norma de mortuis. Nuestro anfitrión, sin embargo, había permanecido en silencio, un poco para mi sorpresa, pues sabía que había sido particularmente cercano a nuestro amigo...

Baltasar Gérard [1555 1582]

Juan José Arreola

Ir a matar al príncipe de Orange. Ir a matarlo y cobrar luego los veinticinco mil escudos que ofreció Felipe II por su cabeza. Ir a pie, solo, sin recursos, sin pistola, sin cuchillo, creando el género de los asesinos que piden a su víctima el dinero que hace falta para comprar el arma del crimen, tal fue la hazaña de Baltasar Gérard, un joven carpintero de Dóle...

Cuento de Navidad

Vladimir Nabokov

Se hizo el silencio. La luz de la lámpara iluminaba despiadadamente el rostro mofletudo del joven Anton Golïy, vestido con la tradicional blusa rusa campesina abotonada a un lado bajo su chaqueta negra, quien, nervioso y sin mirar a nadie, se disponía a recoger del suelo las páginas de su manuscrito que había desperdigado aquí y allá mientras leía...

El joven Arquímedes

Aldous Huxley

Fue la vista lo que nos decidió a alquilarla. Es cierto que la casa tenía sus inconvenientes. Estaba bastante lejos de la ciudad y no tenía teléfono. El alquiler era excesivamente caro y los desagües deficientes...

El hombre de mi propiedad

Giovanni Papini

Como hace muchos años he dejado de escribir un Diario, no puedo decir con exactitud cuánto tiempo hace que me encontré el cuerpo y el alma del Amigo Dité. Probablemente, dada mi distracción, no me di cuenta en qué día preciso mi segunda sombra -aquella sólida y relativamente viva- se decidió a entrar en la escena poco iluminada de mi vida...

Belleza

Graham Greene

La mujer llevaba la frente ceñida con una cinta anaranjada que recordaba el estilo de los años veinte. Su voz destacaba sobre la charla de sus dos compañeros, sobre el muchacho que aceleraba su motocicleta en la calle, hasta sobre el ruido de los platos en la cocina del pequeño restaurante de Antibes, casi vacío ahora que empezaba el otoño...

Cierra la última puerta

Truman Capote

—Escucha, Walter, que le caigas mal a todo el mundo, que todos se metan contigo no es algo arbitrario: tú mismo lo provocas...

Francisca y la muerte

Onelio Jorge Cardoso

—Santos y buenos días —dijo la muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer. ¡Claro!, venía la parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla en el bolsillo...

El papagayo

Humberto Arenal

Antes, Maggie tuvo una secreta debilidad por Tony Restrepo. Hasta le perdonó que se casara con su hija Peggy, que entonces tenía 17 años, y que la hiciera abandonar sus estudios en la Universidad. Le gustaba, a pesar de su piel oscura, su cara de indio y su acento latino al hablar, que ella tanto odiaba en los otros estudiantes latinoamericanos que venían a la casa...

Cura de reposo

Aldous Huxley

Era una mujercita de pelo oscuro, cuyos ojos de color gris azulado llamaban la atención, tan grandes parecían en su carita pálida. Una cara de niña, con menudas facciones delicadas, pero marchitas prematuramente; pues la señora Tarwin solo tenía veintiocho años y sus grandes ojos bien abiertos estaban llenos de inquietud y tenían al mirar un fulgor extraño...

Culpa ajena

Aleksandr Grin

La carretera del bosque que une la orilla del río Ruanta con el grupo de lagos entre Concaíb y Ajuan-Scap, construida con el esfuerzo de toda una generación, es, como todas las carreteras de este tipo, tacaña para las perspectivas rectas y más cómoda para las aves que para las personas que la usan muy de vez en cuando...

El retrato mal hecho

Silvina Ocampo

A los chicos les debía de gustar sentarse sobre las amplias faldas de Eponina porque tenía vestidos como sillones de brazos redondos. Pero Eponina, encerrada en las aguas negras de su vestido de moiré, era lejana y misteriosa; una mitad del rostro se le había borrado pero conservaba movimientos sobrios de estatua en miniatura...

El ciego

Kate Chopin

Con una pequeña caja roja en una mano, un hombre caminaba lentamente por la calle. Su viejo sombrero de paja y su ropa descolorida daban la impresión de que la lluvia los había batido muchas veces, y las mismas veces el sol los había secado encima de él...