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Evocaciones del futuro

¿Acaso es posible tener memoria del futuro? Habría que ser un síquico, supongo, para adelantar reminiscencias de mañana, sufrir nostalgia de los días por venir, o revivir eventos que no son del ayer. ¿Así es Erick Jorge Mota Pérez? ¿Un médium que evoca desde hoy, y nos cuenta ya como pasado, lo que acaecerá en tiempos ulteriores? En esto pensé tras haber visto apenas la carátula del libro Algunos recuerdos que valen la pena, anunciado como de Ciencia Ficción.

Un primer relato, “¿Y quién nos librará de la derrota?”, me trae en su arranque la remembranza de “El equipo campeón”, por el argumento en donde se describen los pormenores de una competencia deportiva dentro de un entorno multicultural al estilo space opera. Pero hasta ahí las analogías, porque la narración de Mota se desvía pronto del cuento de Yoss al injertar en su protagonista una motivación diferente para encarar al rival. Nada de encarnar la redención épica de una especie; aquí la rabia y encono en la querella salen del corazón. De las circunstancias arquetípicas de una historia tan antigua como la edad del amor entre las emociones del universo: dos hombres, una mujer… El contrapunteo narrativo entre el acontecer en “el Cubo”, espacio en que los gladiadores despliegan su arte marcial; y las emociones a nivel de las gradas, con los diálogos de los espectadores, aporta al cuento su virtud literaria mayor. Y le adiciona una inflexión: ¿Las masas del mañana serán todavía contentadas a base de pan y circo?

No, “Las cosas ya no son lo que eran antes”. En el relato así llamado La Habana se viste de pesadilla apocalíptica, como le correspondería en toda “Distopía” que se respete. La mitad de sus barrios hundidos bajo las aguas (“Underguater”). La parte emergida desgajada por el dominio violento de clanes de turbio ascendiente religioso (“Los abakuás controlan Alamar. Las corporaciones religiosas, Miramar…”). La culpa de todo esto la tienen “los rusos” y sólo la FULHA (Fuerza Unida de La Habana Autónoma) se atreve a poner algo de orden. Erick J. Mota, como autor que envuelve la peripecia bajo los códigos característicos de una corriente en boga, rediseña hábilmente su contorno autóctono, sin pecar de folklorismos; y apela al estilo cinematográfico para relatar las peripecias del jefe del alto mando del FULHA, enfrentado a los maleantes y a un asesino ataviado con la última tecnología. Si este es el futuro que nos espera, “no vale la pena coger tanta lucha con la muerte”: parece decirnos el joven escritor tomándole la palabra a su héroe.

“El holandés errante” es una vieja leyenda marinera; pero en el cuento nombrado de esa manera el barco fantasma yerra por el mar sideral bajo la apariencia de nave interplanetaria. Concisamente narrado desde la perspectiva de un soldado del espacio alojado por azar en el espectro de metal que surca los cielos, la atmósfera conseguida por Erick es la de los viejos cuentos de aparecidos, la de los tiempos del Gótico. Ya lo dijo Senel Paz en su discurso de salutación al Premio: este texto denota “la primacía de la literatura sobre el género, o la manera en que la ciencia ficción se diluye en otras texturas”.

Esta apreciación de que el autor discurre también por lecturas ajenas al cauce genérico se refuerza con el cuento siguiente, que desde el propio título denota afiliación con Memorias de una geisha, la célebre novela de Arthur Golden. El cubano quiso en “Memorias de una puta” experimentar dentro de la Ucronía o Historia Alternativa, y torció el pasado conocido para que fuera el Japón quien tomara la punta entre las potencias imperialistas. La Habana es otra vez el escenario, distorsionada ahora de tal modo que Maya, la “jinetera” protagonista, entrega su cuerpo a los marines de la Flota Atlántica Nipona para sustentar a sus hijos y bien educarlos (al varón en las artes de combate y a la hembra en artes de geisha), baila salsa nipona, hace origamis como hobby, y resguarda su alma para el recuerdo de grandes amores: un ruso pobre pero bueno en la cama y un mulato ardiente y de vocación guerrillera.

El hálito de Isaac Asimov y la Edad de Oro de la ciencia ficción se respira en “Cuando llueve en Claudia”. Una fábula de romance, un planeta bucólico… Un destino de separaciones y fallecimiento, una tierra que enloquece empujada a la guerra por intereses hegemónicos. Erick J. Mota saca sus mejores dotes como contador de historias para alargar el aliento hasta la cantidad de páginas de una noveleta y cerrar el volumen con este texto de emocionante lectura.

Las tragedias de siempre: el fanatismo y la guerra, la muerte y la lucha por la supervivencia… Los sentimientos humanos de toda la vida: los celos, el amor, la dignidad… Sólo algunos recuerdos, sólo algunas fantasías valen la pena. Y la ciencia ficción no trata de parajes distantes. Trata de aquí. La ciencia ficción no escribe de vagos futuros. Habla de ahora y de ayer. Dentro de la ciencia ficción, como en toda la literatura, sólo algunos libros valen la pena. Este que ganó el Premio Calendario 2009, es uno de ellos.

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