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Esperando la Feria virtual

Logo de la Feria Internacional del Libro de La Habana

A nadie debió de tomar por sorpresa el anuncio de la suspensión de la Feria Internacional del Libro de La Habana, tradicionalmente celebrada en febrero, cuando pocos días antes ya el Premio Casa había declarado cesante su edición de 2021, pretextando el escollo de la pandemia. 

Supongo que, al igual que yo, a muchos le habrán parecido flojas las razones de la venerable institución Casa de las Américas para no buscar una alternativa en el contexto de hoy, donde las nuevas tecnologías salvaron el impedimento de la presencia física y la virtualidad salió en auxilio del mundo entero para que no se detuviera la actividad. 

Si conexiones a internet mediante, con la opción del teletrabajo se generó la dinámica adecuada a escala universal para que pudieran mantenerse en funcionamiento procesos educativos y administrativos, labores productivas y de servicios y hasta eventos culturales, ¿era tan difícil redirigir un premio literario desde el envío en papel hacia el documento adjunto de modo electrónico y a través del ciberespacio coordinar a los jurados de distintos países y que estos realizaran sus diligencia de revisión y acuerdos en función de ofrecer un resultado? Todos los días se obtienen noticias de concursos internacionales que han emitido sus fallos del 2020 hasta acá, sin mostrar rendición ante los obstáculos tendidos por el coronavirus. 

Del mismo modo, también se ha desatado como tendencia universal la evitación de clausurar los hechos culturales de relevancia (e incluso de los pequeños), a pesar de las molestias y las situaciones inusuales, de tener que romper con las rutinas ya establecidas o de prescindir de los públicos en la forma de consumo natural de estas actividades. 

Festivales de cine y de música, ferias de arte y de libros se han reinventado en consonancia con la aceptación de una “nueva normalidad”. En la propia Cuba acaba de celebrarse un Festival de Jazz por la vía del streaming y las transmisiones televisivas, así como se han devanado los sesos y reconfigurado sus esfuerzos las Romerías de Mayo y el Festival de Cine Latinoamericano, por solo citar dos ejemplos, en pos de sostener la propia credibilidad y su compromiso de no privar del todo a sus audiencias, entregándoles sucedáneos, aunque resultasen disminuidos y sin todo el relumbre habitual. 

El fantasma de la crisis del papel ronda ya hace unos cuantos años y torna raquítica la producción de las editoriales cubanas. ¿Una Feria del Libro sin libros, para qué?, dicen algunos. Tampoco podría repetirse el show habitual, con el escenario de La Cabaña colmado de gente; esta y otras sedes devenidas en lugar de fiesta y regocijo popular, el ideal de una Feria de La Habana (y de las otras provincias a las que solía trasladarse después) como ese “evento social de la familia cubana” que muchos elogian. 

Pero este imponderable del lector ausente y el stand vacío no es escollo únicamente para la isla. Hacerse sin público y hasta sin libros (porque la depresión del ritmo de las imprentas ha afectado también en otras partes) ha sido un desafío universal y, sin embargo, no se han bajado los brazos. 

Cualquier escritor puede pregonar el cuento de en cuántas Ferias (y concursos) ha participado desde que comenzó el desmadre del SARS COV 2, en México, Argentina, Colombia o España. Y sin salir de casa. Porque los organizadores de esos eventos se acogieron a la pócima mágica de la Feria virtual y han organizado nutridas programaciones a base de charlas, conferencias, talleres, paneles, lanzamientos de libros (sea en las cada vez más socorridas ediciones digitales o con la promesa de un libro físico por venir), que han generado encuentros de escritores, de editores y críticos, traductores y promotores, valiéndose de las numerosas plataformas existentes para celebrar meetings virtuales y enlazar a la gente geográficamente distante. Para mantener, así, viva la frágil llama de la literatura y el apetito de los fieles lectores (esos raros humanos de hoy, tironeados como cualquiera hacia las promesas de la imagen y otros divertimentos) y contribuir a la tan urgente reivindicación de la lectura. 

Parece un contrasentido que, en los últimos años, se haya venido desarrollando como parte del programa general, un espacio singular nombrado Cubadigital, con el manifiesto propósito de impulsar esta esfera del comercio y la promoción sobre los nuevos soportes tecnológicos y, sin embargo, en la hora actual, dada la ocasión ideal para sacar la cara, no se vislumbrara una alternativa y se diga NO a la cubana Feria del Libro 2021, en vez de crear las condiciones para brindar al menos una versión virtual. 

Cierto que no habría familia cubana reunida alrededor del pan del libro (o el pan con puerco, que también a eso se va). Cierto que los costos de la internet en el país todavía no permiten la democrática asistencia de todos a una puesta en escena de la feria absolutamente en streaming. Pero de todos modos, también cierto es que a una charla o lanzamiento de libro en el mundo real solo accede una porción minoritaria; una barrera que su par virtual supera fácilmente aprovechando todo el espectador potencial y ubicado en cualquier rincón del planeta. 

Habrán pensado los decisores de al pan pan y al vino vino, que si no hay pan ni vino no hay Feria… Pero, digo, ¿por qué no pensaron ellos (el Instituto Cubano del Libro, como principal implicado) en los escritores y editores, críticos, traductores y promotores, para los cuales la Feria Internacional del Libro de La Habana es un momento único y la cumbre del año, esos pocos días en que su existencia y trabajo solitario queda justificada para consigo mismo y el resto de sus semejantes? ¿No cabría, por el bien de esta legión, hacer un esfuercito?

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