Montesquieu

Montesquieu. Charles-Louis de Secondat, mejor conocido como Montesquieu, nació el 18 de enero de 1689 en el castillo de La Brède, cerca de Burdeos. Este pensador ilustrado fue un hijo de la nobleza de toga, y desde temprano se sumergió en los laberintos del derecho y la filosofía, tradiciones que marcarían su obra para siempre. Su nombre resuena como uno de los máximos exponentes del movimiento de la Ilustración, aunque su estilo y enfoque lo separan de sus contemporáneos, creando una voz única, profunda y visionaria.

En la obra de Montesquieu destaca su eterna búsqueda de libertad y justicia, valores que, para él, debían estar fundamentados en la razón y el conocimiento empírico. A diferencia de otros filósofos de su tiempo, como Rousseau o Voltaire, Montesquieu se inclinó por una perspectiva menos abstracta, más cercana al análisis concreto de los hechos históricos y sociales. Su fascinación por la Constitución inglesa y la separación de poderes no solo fue una novedad en su tiempo, sino que sentó las bases para la modernidad política.

El joven Montesquieu creció bajo la tutela de su tío, el barón de Montesquieu, de quien heredó el título y una vasta fortuna en 1716. Pero su legado no se forjaría en el confort de la nobleza, sino en la laboriosa tarea de observar, estudiar y criticar las estructuras de poder. En 1721, sorprendió al mundo literario con la publicación de las Lettres persanes, una sátira brillante en la que, a través de la correspondencia imaginaria de dos viajeros persas, destapaba las absurdidades de la sociedad francesa.

Este estilo mordaz y observador sería también el sello de su obra cumbre, De l'Esprit des Lois (1748). Publicada de manera anónima, la obra es un análisis monumental de los sistemas políticos que introdujo al mundo su célebre teoría de la separación de poderes. En Francia, el libro fue recibido con frialdad, e incluso fue prohibido por la Iglesia católica, pero en el resto de Europa, especialmente en Inglaterra, se alzó como una de las contribuciones más influyentes del pensamiento político.

Montesquieu fue un espíritu inquieto. Su labor como magistrado le resultaba tediosa, y prefería el encanto de los viajes, recorriendo Europa y observando las costumbres de cada país con el rigor de un etnógrafo avant la lettre. Su paso por Inglaterra fue crucial para su concepción del equilibrio de poderes, que luego sería inspiración clave para los padres fundadores de los Estados Unidos.

La salud le fue esquiva en los últimos años, y para 1755, el gran Montesquieu había perdido completamente la vista. Aun así, dejó un legado inmortal antes de fallecer en París el 10 de febrero de ese año. Con su pluma, supo plasmar la esencia de la libertad y el gobierno justo, recordándonos que “debe establecerse un gobierno de forma tal que ningún hombre tenga miedo de otro”. Un eco que aún resuena en las democracias modernas.