Gustav Meyrink. Nacido en Viena el 19 de enero de 1868, emerge en el escenario literario como un enigma entre la realidad y la fantasía. Su vida, un tapiz tejido con hilos de misterio, se despliega ante nosotros como la trama de sus propias novelas, donde lo oculto y lo simbólico danzan en una danza etérea. Bautizado como Gustav Meier, su existencia estuvo marcada por las sombras de un amorío clandestino entre el barón Warnbühler y la actriz Maria Meier, un cuadro que prefiguró los personajes de nobles decadentes y actrices fracasadas que habitaban sus obras.
La senda literaria de Meyrink se trenza con su tumultuosa vida: de banquero a recluso por fraude, emergió de las cenizas financieras para abrazar su verdadera pasión, la escritura. Su matrimonio con Philomene Bernt, que engendró dos hijos, se convirtió en una travesía marcada por la tragedia cuando su hijo Harro se suicidó a la misma edad en que Meyrink intentó quitarse la vida.
El encuentro providencial con un folleto titulado "La vida postrera" en su momento más oscuro llevó a Meyrink a adentrarse en los misterios esotéricos. Miembro efímero de la orden del Amanecer Dorado, su pluma se convirtió en varita mágica que conjuraba mundos impregnados de simbolismo, alquimia y esoterismo.
En "El Golem" (1915), Meyrink teje un tapiz simbólico alrededor del legendario personaje del folclore judío, vislumbrando en él la potencia oculta que yace en lo más profundo del inconsciente. Sus obras subsiguientes, como "El rostro verde" (1916) y "La noche de Walpurga" (1917), siguen esta fórmula, rescatando material tradicional europeo para reinterpretarlo desde una perspectiva simbolista.
El hilo conductor de sus historias se entrelaza con temas recurrentes: el sueño como puerta a otra dimensión de lo real, el doble y la amada idealizada. Influenciado por la alquimia, la cábala, el budismo y la masonería, Meyrink despliega su maestría literaria en cuentos como "Murciélagos" (1916) y "La muerte morada", explorando la frontera entre lo tangible y lo etéreo.
Gustav Meyrink, el alquimista de la palabra, cerró el capítulo de su existencia el 4 de diciembre de 1932, dejando tras de sí un legado literario en el que lo mágico y lo mundano convergen en una danza eterna entre la luz y las sombras. Su pluma, como el espejo gótico que refleja lo inexplorado, sigue invitándonos a explorar los recovecos de la imaginación y los misterios que yacen más allá de la realidad aparente.
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