Escribir sobre el agua
Al final, solo, en silencio, me doy cuenta que la noche que pasé esperando al alba transcurrió como si hubiera sido un simple parpadeo.
La luz se cuela nuevamente en mi ventana y el recuerdo del ayer se desvanece poco a poco como lo hacen las imágenes de un sueño que se olvida.
Ahora parece ya distante la razón de mi desvelo y solamente en los vestigios de las sombras que se niegan a aceptar al nuevo día puedo encontrar un testimonio que evidencie al transcurrir de las últimas horas.
No consigo precisar la fecha exacta en que me encuentro, aunque la entera certidumbre de este nuevo amanecer me hace aceptar que tal detalle no me importa; en realidad hay otras cosas que demandan el total de mi atención en esta hora, aunque tampoco las consigo definir.
Tan solo el dejo de cansancio que me aturde sirve de ancla a la difusa realidad que me circunda.
Me parece recordar que en el transcurso de la noche hubo un instante en que dormí; y me angustia imaginar que tal vez pude cometer esa imprudencia, pues pudieron ser vitales los momentos que pasé entregado al sueño.
La mañana se desliza indiferente a mi existencia y mi completa obstinación por mantenerme en esta espera hace que vuelva a escribir sobre el agua.
Ya no hay razón que me persuada a mantener esta vigilia, pero cedo a la ilusión de recibir alguna nueva. Aunque acepto al mismo tiempo que ya nada va a cambiar.
No espero nada, pero espero.
El discreto movimiento de las sombras contra el suelo manifiesta que se acerca el nuevo día; y el volver a percatarme de las lentas variaciones de la luz me hace pensar en el pausado caminar de un animal inexorable.
La memoria no me ayuda a recordar si en realidad tengo un motivo que me orille a mantener esta esperanza; y no sin dudas me cuestiono si es que acaso mis acciones no responden a la inercia de un mecánico reflejo que me obliga a continuar.
Cierro los ojos nuevamente y a pesar de mis esfuerzos no consigo formular una respuesta.
No tengo claro cuánto tiempo ha transcurrido cuando vuelvo a despertar, aunque parece que la tarde ya se cierne al exterior de la ventana.
Nueva presa de la angustia, busco indicios que me puedan comprobar que algo ocurrió durante el sueño, pero no encuentro nada nuevo alrededor; y me propongo, redoblando a mi cansada voluntad, no sucumbir a los reclamos extenuados de mi cuerpo.
Caigo de pronto en una nueva agitación que me agudiza los sentidos, aunque sólo me permite percibir nuevos silencios.
El tiempo vuelve a hacer patente lo preciso y contundente de su paso mientras yo me mantengo a la espera.
La noche enciende lentamente sus primicias y a su arribo me permite sumergir en su elemento que me engulle sin que pueda resistirme.
La presencia de la luz se desvanece y el volumen de las sombras magnifica a sus alcances proyectado sobre el suelo, y se confunde con lo que hay en el entorno.
La demora se adelgaza y una nueva certidumbre me asegura que a medida en que se extinga la penumbra podré hallar una respuesta a cada una de mis dudas.
Al final, solo, en silencio, me doy cuenta que la noche que pasé esperando al alba transcurrió como si hubiera sido un simple parpadeo…
Santiago de Arena. Ciudad de México, 1976.
Escritor, dramaturgo, editor, director de teatro, locutor y promotor cultural. Miembro de la Fundación para las Letras Mexicanas y de la Sociedad Iberoamericana de Escritores. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México y Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana. Se ha desempeñado en el terreno de la docencia, la dirección y la crítica teatral y la coordinación de talleres culturales y de creación literaria. Es autor de aforismos, poesía, ensayo, artículos periodísticos, piezas teatrales y obras narrativas. Entre sus publicaciones destacan la novela La corona de Raquel y la pieza de teatro Después de la lluvia.