Ensayo

Equilibrismo y verticalidad en la poesía cubana

Las sucesivas coronas del desfiladero
José Lezama Lima

La impronta de  Eliseo Diego entre los autores de la década del 80 en Cuba es evidente no solo en los poemas que algunos (como Laura Ruiz) dedican al poeta origenista. Hay una línea temática, por ejemplo, sobre el equilibrismo que parte de Eliseo y se relaciona con buena zona de su producción literaria.

Precisamente, el título del libro de la profesora  Mayerín Bello sobre la obra de Eliseo que obtuvo el Premio de Ensayo Alejo Carpentier en 2004 es Los riesgos del equilibrista, nombre que surge de los poemas del autor “Riesgos del equilibrista” y “Otra vez el equilibrista” recogidos en Muestrario del mundo o libro de las maravillas de Boloña de 1968.

Eliseo Diego habla en calidad de sujeto espectador, entiende y analiza los riesgos del que camina sobre la cuerda en el aire, pero aún así, cree que “(e)l equilibrio/ ha de ser a no dudarlo recompensa/ tal que no la imaginamos “, El acróbata de Eliseo es “equilibrio y verdad/ y maravilla”, conocedor, dueño del misterio de la sombra.

En “La trapecista” el autor teme “no se nos vaya,/ no,/ a caer” la muchacha en medio de sus cabriolas; y en “La trapecista en el revés del día”, “la joven vuela por el hilo/ que sube al mismo fin de todo.” Pero los poetas de los años 80 que releen este motivo, no observan, sino actúan, están sobre la cuerda floja, hablan en calidad de gimnastas sobre la línea abismal de sus palabras, intentan evitar el desplome, aunque saben que es insoslayable.

Entre los poemas que se relacionan con el entorno circense y en específico con la peripecia en la cuerda floja, y que reescriben al mismo tiempo que continúan la saga de Eliseo, destacan “Riesgos del equilibrista” de  Raúl Hernández Novás, “El equilibrista” de Odette Alonso, “Con el terror del equilibrista” de Damaris Calderón, “Intimidad del equilibrista” de Norge Espinosa, entre otros. Podría hacerse una antología y un estudio sobre este motivo en la lírica cubana.

Pero hay un poema de esta línea temática que recuerdo con mucho agrado y persistencia. Me refiero a “Discurso del equilibrista” de  Nelson Simón. Creo que ese texto marca y refleja el cambio de los 80 a los 90, es una especie de puente o bisagra entre el equilibrio y la caída, entre la búsqueda y el desengaño, entre el contrapeso y la katábasis, entre la permanencia añorada y la gravedad.

Mientras a finales de los 80, los autores temían, presagiaban la caída; a partir de los noventa ya estamos en el salto al vacío, y en muchos casos (como vemos en Transiciones de Leymen Pérez y Duro de roer de Damaris Calderón) el descenso y la segmentación, el desplome ineludible son evidencia de un estado cada vez más natural y común en la lírica cubana de los últimos 20 años. Cuerpos, que más que escribirse, se raspan, como expresa Leymen: “un cuerpo es duro cuando no se raya al caer./ Esto te repetirás/ una y otra vez/ en la caída “,

Nelson habla en pretérito, desde la experiencia, interpretando el camino recorrido, a diferencia de lo que vemos en Odette Alonso, que enuncia desde el momento previo a la caída, en el presente (“Ahí está la vida-cuerda floja”), reconociendo que no hay alternativa, que la elección está “entre el abismo/ y el abismo/ a solo un paso”. Damaris Calderón se asoma a un pozo especular y escribe con el vértigo del que camina por la cuerda floja frente a su reflejo en el agua oscura y profunda, previo al salto hacia la segmentación de las aguas, antes de caer sobre el espejo astillado de sus palabras.

Novás habla hacia/en el tiempo futuro, como quien se acerca a la muerte, también próxima: “Sobre la cuerda no haré más el Tonto./ No andaré mucho más sobre ese hilo/ que me levanta de la tierra hambrienta.” Como Odette, Novás ve inevitable la caída tanto de los que están abajo como arriba. Es imposible “un asilo/ cavarse en el aire, eterno, de manera/ que sobre el hilo nazca, viva y muera”. Novás, por tanto, niega el vuelo origenista, el milagro abismal de Eliseo, el “equilibrio y verdad/ y maravilla” que descubre el espectador enunciante de Diego.

Norge Espinosa hace del salto un diálogo. Mientras Damaris Calderón mira horrorizada al fondo el rostro que el agua duplica y fragmenta, Norge salta en pareja, de hombro a hombro; su yo lírico habla con el equilibrista en franco e íntimo acercamiento y en medio de la caída. Comienza describiendo “la soga terrible que te miro atravesar”: como Eliseo Diego, en un principio se refiere a lo que hace el otro sobre la cuerda, en esta ocasión es una segunda persona que permite mayor cercanía y que cada vez es más el confidente ideal del emisor, tanto que llega a moverse, junto al equilibrista, sobre el vacío: “me tocas y me igualas a tu intimidad”. Dos hombres a los que el abismo iguala. Erotismo, complicidad, comunión, reflejo se leen en estos versos donde el sujeto observa y actúa al mismo tiempo, donde intenta asirse desesperadamente a lo que sea en medio del riesgo con tal de no caer.

Pero Nelson ya ha saltado y ya ha caído, recuerda el descenso, el sueño, la meta imposible, la otra orilla falaz, la punta extrema de la cuerda. Habla desde el desengaño y la experiencia, desde la ausencia de todo horizonte y aún así, sus versos melancólicos no dejan de ser hermosos y evocadores, rescatan lo que Diego refiere como “el prodigio (ahora in)feliz de la memoria” y al mismo tiempo niega “el otro lado”, la “maravilla”, la “verdad” que nos prometía o insinuaba Eliseo. En Nelson encontramos el revés: desengaño y frustración.

Desde Manuel de Zequeira, la verticalidad es uno de los puntos neurálgicos de la lírica cubana. El eje analítico de nuestra poesía es muchas veces más bien perpendicular que horizontal. La katábasis se impone al equilibrio. Piñera “entre Furias cayendo se divierte”, Lina de Feria se mueve entre el espacio sideral y el árbol trunco. Ambos anuncian el nuevo despeñadero que es la vida, la literatura de los años 90 en Cuba. Después de las utopías sociales de las primeras décadas de la revolución cubana, Novás, Alonso, Calderón presienten el hundimiento. El celebrado ascenso de Ícaro de  Delfín Prats o el “Narciso en pleamar (que) fugó sin alas” de  Lezama, no son los que prevén los nuevos derroteros temáticos de la poesía en Cuba, sino la “brasa cayendo, brasa hasta el último instante”, el vuelo en declive “de un Ícaro para el que morir en la belleza no es morir” de Lina de Feria, o “el mulo en el abismo” lezamiano. En esta misma línea, Félix Hangelini asume con la mayor naturalidad posible el descenso, y, como Lina, conjuga gravitación con belleza:

Mira bien el enigma
de la flor cortada es este
desprenderse de su cáscara
y su hormiguero
y volver a la tierra mojada
en esta tarde íntima
donde el sol se amontona
el hilo que la cose a tierra no es el hilo
que cose mis recuerdos
mira amor el enigma
no está en el cuerpo que cae
sino sencillamente en la sonrisa
con que la flor acepta su destino.

(Félix Hangelini. “El ala leve de la felicidad, XI”, Tomado de: La devastación, Fundación Jorge Guillén, Valladolid, 2006)

En los versos de Nelson Simón, como en Lina, arde algo también, aunque sea la memoria de una vida previa al salto, antes de conocer el otro lado de “esa blanca vanidad que es el equilibrio”. Compruébenlo:

DISCURSO DEL EQUILIBRISTA

Todo no ha sido más que un simple juego de apariencias,
una efímera ilusión o un instante de luz que me cegaba
y en el que yo tenía que alcanzar, a toda costa,
a pesar de los riesgos y del difícil arabesco
que trazaba mi cuerpo,
frágil como una rama entre los paños del aire,
el lado más azul de lo imposible.
Y todo lo aposté por mantenerme limpio,
derecho como un dios sobre este mundo de cristal y espanto.
Yo recorrí la vida con los brazos abiertos,
casi queriendo abrazarme a mi propio dolor,
a mi inconstancia;
y con los ojos fijos en la otra punta de la cuerda
que suponía tensa bajo mis pies,
soportando mi vértigo y mi pecado diario;
pero era tan difícil balancearse con elegancia
sobre mi pesada sombra,
dar el giro mortal, dibujar figuras incomprensibles
y luego regresar al punto del que había partido
con el corazón íntegro, a salvo, sin que de él probaran
los ángeles y demonios que revoloteaban a mi lado.
Era tan difícil regresar hasta el que habíamos sido
antes de aventurarnos a aquel cotidiano viaje,
mantenerse erguido sobre todos los que esperaban
cayera hasta sus pies con más terror que un eunuco ciego
atormentado por las algodonosas caricias
de los frívolos adolescentes de la corte.

Todo no ha sido más que una mera invención,
un sueño con el que me creía diferente y más cerca
de aquella perfección que todos añoramos.
Jamás hubo otra orilla esperándonos,
pues toda orilla y locura
nacía y moría dentro de mí mismo
como entre los negros telones de un teatro.

Todo no ha sido más que un juego de apariencias
y hasta logré engañarme al creer que yo,
simple y hermoso mortal, podía entrar,
como quien penetra a un patio muy íntimo,
a esa blanca vanidad que es el equilibrio.

*Nelson Simón. (Tomado de: El peso de la isla, Ediciones Loynaz, Pinar del Río, 1994).

Yoandy Cabrera. Pinar del Río, 1982. Poeta y ensayista.

Licenciado en Letras, con perfil en Letras Clásicas, por la Universidad de La Habana. Máster en Filología Hispánica por el CSIC-UNED y en Filología Clásica por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado crítica y poesía en diversos medios. Obtuvo el Premio Dador de Investigación 2009. Ha sido profesor de Lenguas y Literaturas Clásicas en la Universidad de La Habana y en el Colegio de San Gerónimo. Investiga la pervivencia de los motivos grecolatinos en la poesía y las artes escénicas. Actualmente realiza estudios de doctorado en Filología Griega. Reside en Madrid.