La escritura en Cuba padece una cierta jactancia de totalidad. Tal vez por lo mismo de explicarse el devenir de un pueblo joven, nuestra literatura trata de ser siempre cósmica a propósito de la Isla, su historia, sus fundamentos. Pero el ademán fundamentalista pasa a veces de cósmico a cómico. Todo tiene que ser total, abarcador; cada relato, cada novela, cada ensayo, debe preocuparse por el sistema mismo de la cubanidad, su pasado, su futuro. La escritura queda apresada entonces entre la sociología y la filosofía: el texto mira casi siempre al bosque; raramente al árbol. Ello es comprensible y a ratos hasta de agradecer, en la medida en que permite un encuentro identitario que contribuye a la comprensión acerca de, por fin, quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde marchamos. Al propio tiempo, el afán total no asume con la frecuencia que debería el peligro que habita en su reverso: la relegación del hombre, del sujeto, del mundo de las emociones. Ahí reside uno de los grandes retos de la teoría cultural y la psicología del arte en Cuba: la reconstrucción de la historia nacional, de la vida social del cubano, a partir del sujeto, sus emociones, sus sentimientos, su posible intimidad, las vibraciones que no conectan linealmente con el gran relato de la época.
En ese sentido, un libro como Entre los poros y las estrellas (Casa Editora Abril, 2009) reviste una importancia cardinal. Su autor, Emmanuel Tornés, quien se ha encargado de la selección de los cuentos, el prólogo y las notas, no prefirió sumarse a los criterios que han primado, hasta hoy, a la hora de agrupar la narrativa breve que se produce en la Isla. Quizá a tenor de ese espíritu totalizador, los criterios que han prevalecido tienden a priorizar el adentramiento del relato en zonas difíciles, silenciadas, preteridas, de la realidad, o en procesos estilísticos relacionados con la escritura misma. Tornés tiene ahora el tino de convocar a los narradores a propósito de un tema recurrente en la historia cultural, pero que el prurito insular considera a centímetros del kitsch: los asuntos relativos a la pareja, al mundo de las emociones. El prurito insular descuida que no hay nada más serio que una historia de amor bien contada. De amor, de desamor. Una emoción salvada es un acto literario heroico. Lo conoce Tornés y nos entrega un diccionario existencial sobre los rumbos y las expectativas de la pareja en la Cuba de entre siglos; a fin de cuentas, su estrategia no cesa de ser oblicua, angulada, pícara: cuando se habla de la pareja, se habla de todo. Porque cuando dos personas, o tres, o cuatro, o las que sean, diseñan un proyecto de vida, y tratan de corregir o de enrumbar sus emociones, se está decidiendo, en última instancia, la suerte del país. Resulta imposible desconectar la felicidad o la congoja del sujeto de la realización o el repliegue social. Y es ese uno de los grandes méritos de Entre los poros y las estrellas: lo social, lo histórico, se transparentan por debajo, o por encima, de cuestiones que parecerían domésticas, pequeñas, menores, individuales, peculiares nomás.
Hablar de la pareja es recurrir, necesariamente, al género, por lo menos al montaje de los géneros o a la interactuación, trabada, sexual, cultural, orgánica, de los géneros. Siendo de este modo, no puedo menos que advertir que así como en la vida las mujeres son las que llevan las riendas (como reza Bamboleo, pareciera que se están cayendo los pantalones), en este hermoso libro señorean, y de qué manera, las escritoras. La muy notable narradora Gina Picart entrega en “Serata di Gala o Luna piena” un cuento soberbio, bellísimo, rabiosamente bien escrito. Apelando a una trama intertextual donde se cruzan, como mínimo, El acoso, de Alejo Carpentier y la ópera Tosca, la Picart imagina un personaje y una situación espectacularmente dramática en la Cuba de 1925. He pronunciado la palabra clave: imagina. No se piense que los juegos culturales y textuales de la Picart redundan en una cierta esterilidad de emociones, como sucede con cierto posmodernismo de almanaque. Todo lo contrario: un personaje femenino de la burguesía habanera de los 20 acude a una función de Tosca y desde su palco imagina que se fuga con un posible amante (un luchador sentado en la platea) a vivir, por distintos escenarios habaneros, acontecimientos parecidos a los que describe la ópera. Por lo menos así organizo yo los signos de un cuento plural, abierto, que el espectador puede armar a su gusto. Lo interesante está en que la movilidad textual de la Picart no es artificio fatuo sino licencia de la imaginación. Con cierto regusto feminista, y un juego perenne entre la frivolidad y la hondura del conflicto, la escritora ha creado una voz memorable en ese personaje que llega a confesar que “así son mis detractores implacables: si no me pueden castigar con la calumnia, me embarran de ridículo…” (p. 326), o cómo “ahora nunca sé si mis carnes, que la maldad del calendario ha convertido en rebosantes, siguen siendo capaces de una seducción a primera vista” (327). La prosa de la Picart es de una máxima eficiencia literaria, donde a la capacidad de fabulación (que incluye la inserción de personajes reales, históricos, en la textura de la fábula) se integra la calidad de la sintaxis y un finísimo —al tiempo que punzante— sentido del humor: “¿Quién le habrá metido en la cabeza a este muchacho tan hermoso que el martirio puede ser el momento más sublime de una vida? ¡Cuánto derroche, Dios, cuánto derroche!” (333).
Mientras que el estilo de la Picart es culterano, refinado, alto, Karla Suárez se decanta por la sencillez, por la emotividad a flor de texto, por la diafanidad, por la fluidez y la cotidianidad de la prosa. A su manera, no es menos hermoso su cuento, en tiempos de chat y digitalización, cuando las personas tratan de paliar la soledad con el consuelo del ordenador. Escribe Karla que “con cada minuto crece la imposibilidad de encontrar una persona” (312), y en esa frase está condensando uno de los grandes temas de la antología de Tornés. Pero en el cuento de Karla existe un tema todavía más profundo, y se asocia al empequeñecimiento del sujeto que ama, frente a la sublimación del amado. Así, la experiencia del amor, o de su solo intento, enaltece lo mismo que disminuye, embellece lo mismo que frustra. Esta complejidad ha pasado al cine contemporáneo, con películas como la francesa Una relación pornográfica, y recurre en este volumen de relatos. No sólo aflora en el magnífico cuento de Karla, sino también en “El sabor de la luz”, extraordinario relato que Yoss ha concebido en su usual estilo seco, cortante, fragmentado, acerado. Nos cuenta la historia presuntamente imposible entre un hombre ciego y una ligera muchachita, acordonados en la fatalidad de no llegar a suponer todo lo que pueden representar para el otro.
Pero para seguir con las mujeres, y también con la tendencia a la fragmentación, a los periodos cortos, a la escritura que semeja la sucesión de planos cinematográficos, habría que citar la calidad de las imágenes, físicas y emocionales, de Agnieska Hernández en “Cuerpo en inglés”. Allí, Agnieska atrapa las tribulaciones y las ansiedades de un travesti emigrado, presa de la soledad y la necesidad erótica como de sus tantos conflictos de identidad. Uno de los aciertos de la colección estriba en no reducir la pareja al dueto heterosexual, sino comprender la relación interpersonal en varios registros y posibilidades. En “Una llave para la casa de ladrillos”, Mariela Varona estudia las relaciones de conveniencia, de amor-desamor, entre dos lesbianas. O tres, porque hay un tercer personaje, de referencia, no menos importante.
Y aquí mismo aparece, desde luego, otro de los temas cumbres en el compendio de relatos: el famoso triángulo amoroso, a veces catastrófico, por aquello de que donde hubo dos, no debe haber tres. La complejidad que emana de esa escisión del amor, o del imán que supone la vieja necesidad de posesión y de propiedad supuesta por el amor, desata los conflictos que animan las páginas de Entre los poros… Por cierto, hay otro tema que atraviesa la antología como transversalmente y que se deja ver en casi todos los cuentos, sin que sepamos bien por qué: el miedo. Apenas existe un cuento donde no se mencione alguna vez la palabra miedo. Este es un reto que lanzo a Tornés: un futuro libro sobre el miedo, pero no en el sentido gótico del terror que pudiera interesar a otro habitual coleccionista de relatos como Alberto Garrandés —escritor que, por cierto, se echa de menos en esta antología, tanto como se ha ocupado Garrandés de la pareja—, sino en la dirección del miedo en la órbita existencial de las relaciones interpersonales. Valdría la pena ensayar ese otro volumen, porque eso asoma aquí de una manera misteriosa.
El amor otoñal, la interposición de la muerte, los flagelos ante la responsabilidad de la procreación, la disyuntiva que supuso la experiencia del internacionalismo para el sostenimiento de la vida en pareja, son otras de las zonas que aparecen en el libro. Quisiera concluir esta invitación a la lectura con comentarios sobre tres cuentos en especial.
En “El amor o los osos de Kamchatka”, Rafael de Águila consigue un buen dibujo psicológico de su personaje en primera persona. Escuchen un segundo lo que es capaz de pensar ese personaje: “El agua hace que las mujeres se pongan muy sexys y los osos parezcan de peluche. Los hospitales también, porque los ojos se ponen tristes y los ojos tristes son muy bellos…” (62). El pensamiento de ese personaje levanta una catedral del kitsch. Todavía hay mucho más: “El mundo siempre es un horror pero si una mujer llora es peor” (63); “Algunas mujeres llegaban a ser más estúpidas que los médicos” (63); “A veces entender a una mujer es más difícil que entender de física cuántica” (63); “Masturbarse lo deja a uno tan vacío como cuando se vomita sangre” (66); “…jugaba a contarme los dedos y claro, siempre eran cinco” (66). En medio de todo esto nos confiesa el personaje que todas las mujeres lo dejan, lo abandonan por otros. Pero, ¿cómo lo va a querer nadie, con esas frasecitas kitsch y esa imbecilidad que quiere ser filosófica? El escritor tiene la agudeza de presentarnos, con el verbo del personaje, las razones de su fracaso.
En “Bos Taurus”, Alberto Guerra vuelve a hacer gala de la calidad de su prosa y despliega en este caso una curiosa historia, a caballo entre las estéticas de Saramago y Subiela. Como en la novela del primero, Ensayo sobre la ceguera, un elemento desestabilizador rompe la verosimilitud de la rutina de la ciudad; si en el caso del Ensayo… era un emblanquecimiento enceguecedor; ahora es, por el contrario, la mierda de vaca la que inunda, desborda la ciudad; hipérbole que le sirve a Guerra para parodiar la exaltación de los nacionalismos furibundos, con el pretexto del caso argentino por motivo.
Y desde luego, no podía faltar uno de los insoslayables narradores de la Cuba de los 2000: Ángel Santiesteban (Dichosos los que lloran). Ahora, con “Río de agua mansa”, Santiesteban, ese naturalista de nuevo tipo, ese terrorista del espíritu, descarnado y austero, tierno y severo a partes iguales, con su prosa concisa, fluida, desnuda de metáforas ociosas, se refiere a la pareja solo tangencialmente, para detenerse en un conflicto social de envergadura: las luchas épicas de ayer transmutan en la lucha, nunca menos tenaz, por la supervivencia a nivel económico. Es brillante su cuento y alcanza a expresar ese concilio eficaz entre lo existencial y lo nacional, lo espiritual y lo epocal, lo íntimo y lo social.
Así avanza, entre cuentos mayores y cuentos menores, entre abordajes totales y microtratamientos, la sensible colección de relatos que debemos agradecer al riguroso de Emmanuel Tornés, al que ojalá le vaya tan bien con su pareja como con la teoría de la literatura. Entre los poros y las estrellas está llamado a convertirse en un best seller en la escena cultural y social cubana, y sin dudas, fue un gesto lúcido el abrazo de la Casa Editorial Abril a estas proposiciones decorosas que nos lanza, al rostro, Emmanuel Tornés.