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Entre cancioncillas y premios

Leo en la prensa: “La poetisa cubana Fina García Marruz (La Habana, 1923) gana el VIII Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca, el de mayor cuantía económica (50 mil euros) en habla hispana”.

Hace apenas unos meses —en abril— había obtenido también el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (dotado probablemente con una cifra no menos respetable). Uno acaba preguntándose: ¿será que la edad ejerce una especie de atracción fatal sobre los jurados, constriñéndolos a optar por los candidatos más viejos? Lo digo, entre otras cosas, porque en la misma nota se añade que el portavoz del jurado y catedrático de Literatura de la Universidad de Granada, Álvaro Salvador, ha señalado que la obra de García Marruz “no se conoce demasiado” en España.

(En este punto evoco la imagen de Dulce María Loynaz recibiendo el Cervantes en el ocaso de su existencia, como para que uno vuelva a preguntarse: ¿había necesidad de esperar tanto?).

Resulta forzoso convenir que, entre la extensión de la obra y los años vividos por su creador, la proporcionalidad es directa. Es casi un axioma. Nadie puede escribir muchos libros si no vive lo suficiente. Entonces, cuando se ha escrito mucho —y muchas veces ya no se escribe— se suceden en ráfaga continua una multitud de galardones. Como si todo el mundo quisiera saldar una deuda que conoce pendiente antes de que sea demasiado tarde. Así y todo, uno no puede menos que admitir: ¡bienvenidos los premios!

Sin embargo, el premio mayor que puede merecer un escritor es que lo lean. No creo que un verdadero artista pueda curarse la insatisfacción de sentirse ensalzado por las instituciones, y saber (al menos intuir) que los receptores de su trabajo —en este caso los lectores— le vuelven la espalda. Más de un poeta engrandecido en vida cosechó un olvido inmensurable tras el primer recodo del tiempo. A Fina García Marruz, cuya obra “no se conoce demasiado en España” tal vez le aguarda el destino inverso: ser leída en el crepúsculo con la misma intensidad que algunos de sus contemporáneos —hoy pasados de largo— lo fueron en su temprano amanecer. Así, con una espontaneidad que difícilmente lograría explicar un concienzudo estudio filológico, Fina viene a ser para los lectores cubanos —incluso para los jóvenes lectores cubanos— más que una poetisa querida, una poetisa leída. Que ya es bastante, cuando el legado de Orígenes hace tiempo engrosa el patrimonio cultural de la Nación y varios de sus principales artífices han ascendido por derecho propio a los más elevados peldaños de nuestra Literatura (ajenos por la misma razón a las expectativas del mundo editorial y sus avatares). Con esa misma espontaneidad —y cuando otros en su lugar guardarían un silencio ataráxico— Fina se arriesga a publicar, no con las transnacionales del libro, sino bajo el modesto sello colombiano San Librario, a cuya cuenta han visto la luz reconocidos (y menos reconocidos) escritores cubanos a lo largo de la última década.

(En este punto evoco Créditos de Charlot, editado de forma artesanal en 1990 por Ediciones Vigía —cuando el Período Especial era inminente— y que dio a su autora el primer Premio de la Crítica otorgado en Cuba a una obra de tales características. Lo hago antes de hablar de Cancioncillas, porque Créditos de Charlot me sigue pareciendo un poemario de culto y porque a su lectura debo mi primer acercamiento a la poesía de Fina).

De vuelta al viernes 7 de octubre, 4 de la tarde, Centro de Estudios Martianos, donde en minutos se habrá de presentar Cancioncillas como parte de la Serie Sin Ausencia, Ediciones San Librario, Bogotá, Colombia, 2011. Hemos venido en un P-5, Jaque, el Rafa y yo (en el Centro encontraríamos a Baudilio y Yoanka). Lo hacemos por amistad debida —¿por qué no decirlo?— al editor, librero y escritor colombiano Álvaro Castillo Granada (eje en torno al cual se mueve San Librario). Pero lo hacemos también —¿por qué no añadirlo?— por interés auténtico en la presentación y por cuanto de suceso cultural representa, y por respeto a la poetisa (me gusta esa palabra) y al fruto de su creación; y porque, si el precio no es demasiado alto —¿por qué no confesarlo?— nos llevaremos a casa un ejemplar numerado que tal vez tendrá mañana un valor inestimable, je.

Llegamos tarde —¿qué más podría esperarse de un P-5?— cuando Álvaro ha leído su alocución introductoria; cuando Roberto Fernández Retamar ha dicho también su parte y cuando la misma Fina agradece a los amigos, a los lectores y a quienes han acudido a acompañarla. Apenas tengo tiempo de tomar unas fotos y todos salen al patio.

(En este punto debería evocar a los poetas e intelectuales presentes: Miguel Barnet, Silvio Rodríguez, Alfredo Guevara, Pablo Armando Fernández, Alberto Garrandés, Norge Espinosa, Luis Toledo Sande…).

En la terraza compro el libro (el No. 56170). No es un cuaderno voluminoso, Cancioncillas. Agrupa sesenta y dos composiciones poéticas breves, de arte menor, pletóricas de intimidad y lirismo. Suerte de epigramas. Pequeñas reflexiones lúdicas, agudas, filosóficas, que tal vez resumen la personal cosmovisión de su autora, su experiencia vital. No es un cuaderno ostentoso, pero constituye el apreciable adelanto de unos textos que aún permanecen inéditos y que dan fe de la riqueza espiritual de esta mujer que, a sus 88 años, no renuncia a compartir estas “cancioncillas” de tono juvenil y a advertirnos (sin creerse todos sus premios): “No te remontes tanto/ que no llegue nada/ al hueco de la mano”.

PALABRAS EN LA PRESENTACIÓN DE CANCIONCILLAS

Los primeros escritores cubanos que conocí fueron Fina García Marruz y Cintio Vitier. Fue en junio de 1996. Han pasado ya quince años desde entonces. Ya somos viejos amigos, Fina… A los dos los descubrí-encontré, en mi país, en esas antologías que publicó Letras Cubanas a finales de los años 80. Jamás se me ocurrió que me transformaría de lector en amigo. Nunca. Y eso sucedió como pasan las cosas fundamentales de la vida: sin planearlo, sin pensarlo, porque sí. Un buen día nos convertimos en conversadores. ¿Cuánto hemos hablado, Fina? ¿Cuánto hablamos con Cintio? No sé. Lo único que sí sé es que cuando llego a tu casa el sol todavía está en el cielo y cuando me marcho la oscuridad es mi compañía. Este libro, estas Cancioncillas, son un motivo de gozo para Ediciones San Librario. Hacías falta, hacían falta, entre nosotros. Con ellas llegamos a la mayoría de edad: dieciocho autores cubanos publicados en ocho años. La emoción que sentí en marzo pasado cuando me abriste el file de tus inéditos y me dijiste: “escoge”, es para mí el premio más grande que he recibido en la vida. Es mi premio Nobel, mi Cervantes, mi Casa de las Américas… Contar con tu confianza, con tu fe, es mi tesoro. Un tesoro que no tuve que buscar mucho. No tuve que esperar a que lloviera y caminar hasta la base del arco iris. No. Tuve que esperar a cumplir 27 años, atravesar el mar, para poder hallarte. Este es un libro ligero, bijirita, como decía Cintio. Un libro juguetón y hermoso, que acompaña, que conversa, que espera. Un libro para llevar en el alma, junto al corazón. Aquí está, aquí estás, aquí estamos. Vinimos a escucharte. A estar contigo. A conversar.

A decirte: Fina, te queremos. Te quiero.

(La Habana, Corrales)

Álvaro Castillo Granada

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