La sobrevida es esta,
rezar porque todo se resuma en espejismos.
Algo en mi voz anuncia
que la casa está muerta
y los transfigurados toman el jardín y las ventanas
se apegan a la forma más violenta de la posesión.
Algo se desprende
como una cáscara.
Recuerdo el día en que la tierra
se tragó el sol y las margaritas,
el silencio mutilado, los acordes
que alguien dispuso para hacer más ceremonioso
el acto de morir,
de caer como la casa y las sombras que se aglomeran,
que buscan un lugar más luminoso que el olvido.
I
Ellos fabrican un muro con ladrillos blancos
como si el exceso de luz
no despertara los demonios, sus reflejos.
Ellos escogen la tierra para ti
esparcen los montículos vivos
que te llenan los ojos,
aplauden porque tu lengua es un nudo irremediable,
se divierten
tus dedos apuntan al vacío.
Ellos ignoran la bandera y el irónico color que agitas.
Ellos destruyen la jaula
y sueñan con palomas.
Cruzar la Isla
confundirse con los bosques
cercenados por el fuego,
volver el rostro porque la ceniza
te golpea, porque el pasado te golpea
porque la Isla…
Saltar a la ciudad y a su extraña condición de jungla.
Sentirse cautivado por el aliento felino de la noche,
de los cuartos, las esquinas.
Conservar la moneda al aire y el destino incierto,
cartas con muertes en rojo y en mayúsculas.
Cruzar la tierra,
sentir que el paraíso existe
de la misma manera que el deseo.
II
Palpo la rutina
me sonrío,
vale sonreír cuando el espejo te proyecta
y oscurece
cuando hay una multitud que se suicida:
adiós los cuerpos y mi llanto,
la sangre
para que el dolor parezca auténtico.
Hoy mi cuerpo canta
y su voz no logra reanimar los marpacíficos.
Me asustan el rojo y sus mutilaciones.
Cierro la puerta por donde una vez llegaste,
la clausuro,
la escondo
del tiempo y de mí.
Acomodamos las pequeñas muertes
en bolsas,
cual peces nadando en el vacío.
Ahí está la del abuelo en bolsa gris y negra
otras resplandecen en fucsias y naranjas
en una alegría inexplicable.
Alguien ha puesto tu muerte en bolsa habitual,
absurda.
Alguien no pensó en un tono oscuro
para no ver tus venas cortadas…
En toda muerte debería existir un mar de fondo
para diluir la sangre,
para que la depresión pueda llegar
como las olas,
con anunciaciones y fugas.
Encarcelamos las pequeñas muertes
sin quererlo
O tal vez con un instinto sádico,
como quien arranca una primavera
y se atreve a sonreír.
III
No perdimos nada
el día es un juego donde todo se transforma
la mujer en sal
la paloma en hierro
tú y yo en una matrioska infinita.
Aprendimos a jugar
con las cruces
con la lluvia
a enviar mensajes telepáticos
a pedir de la vida un amuleto
que no se vuelva guillotina
o reptil que baje por tus piernas.
Inauguramos la complicidad y la horca
la fosa común y el espejismo
decapitamos un país
un continente
para salvar un cuerpo.
Tanta nebulosa
y no ver que te marchabas
que la sangre en tu pecho era consigna.
Solo perdimos los colores
y el último acto de inocencia.
Remolinos,
saltos
declives.
El cordel para amarrar al pez
que se desangra,
se desinfla como un globo de helio.
Una aguja para apuntalar esta roca.
Una cuerda elástica para los ahorcados
que deambulan en lo oscuro.
Fuegos fatuos
para el miedo,
dientes apretados,
címbalos,
trompetas chinas para andar invisibles
ante los molinos
y su nostálgico girar.
Un artificio,
solo uno,
para no ir hasta el matadero
donde las estatuas
hacen fila para morir.
IV
Mi madre y los platos sobre el mantel
la sopa
con la que inauguramos otro viaje.
No queremos caminar en círculo
pero es necesario encontrar aberturas,
espejos astillados.
Hasta aquí todo ha sido una punta de acero
en la garganta
y adelantar el reloj para que llegue la hora.
Hasta aquí
mi madre y sus tres cubiertos,
l a sopa que se escurre,
el calendario que observa desde la pared
y acuña este día con una mancha roja
como el pimiento del plato.
Es hora de que mi madre
clausure un puesto de la mesa
y haga una cruz de metal con los tenedores.
Yo pongo una flor de zarza en el borde del vaso
e inauguro otra muerte.
La Isla se despide
te abandona
dormido en otra isla
con un agujero en el pecho.
Te preguntas qué vendrá después
cuando despiertes
y tengas ganas
de cortar una margarita,
cuando quieras desandar la Isla
y solo veas esta tierra de cactus y de espejos.
Tienes miedo de ti y de su ausencia
de las nostalgias que van creciendo
como heridas.
Tienes miedo y te resistes a olvidar.
Alguien te ha dicho
que la felicidad solo es posible en el recuerdo.
Fundas una muralla,
te aciclonas con los ojos cerrados.
Desde adentro es más fácil
convertirse en géiser,
más sencillo fingir un sueño
y sus consecuencias.
Te coses los labios
para no preguntar por la casa:
ahora en un punto inexacto del planeta,
con ella tu silencio
y el retrato donde la familia
posó para la muerte
para el vacío que deja la muerte.
Pulverizas tu lengua
y las palabras no funcionan
no sabes cómo decir Nunca – Regreso.
Inventas rutas imposibles
y barcos que derivan
porque no saben anclar.
Trazas en la orilla tu abstinencia,
tu condición de abandonado,
tu derrota.
Has visto que la Isla se despide
y no has tenido tiempo de dar la espalda
o abrirte como una fruta de acero
drástica y obsequiosa.
No padezcas la seducción de la Isla.
Renuncia a sus bengalas rojas,
a su canto.
Esta orilla es más segura,
esta calma,
este paraíso entre los escombros…