Ena, Djuna, Daniel, Lucía
Leer a Djuna Barnes es como leer un idioma extranjero que entiendes.
Mariane Moore
Leí a Djuna Barnes hace tanto tiempo que ya ni recuerdo su libro, pero desde aquel momento no puedo olvidarla. No olvido uno de sus textos periodísticos en el que el asunto era la “colisión” (así escribió la autora) de dos mujeres en una esquina de París. No olvido los traspiés de su interesante vida. Porque, en verdad, el factor extraliterario es decisivo en Djuna, se une subrepticiamente a su obra narrativa. Me place imaginar a Djuna con Thelma, su gran amor, en una cama mientras recita aquello de “Un hombre es otra persona, una mujer es una misma, atrapada cuando te vuelves espantada; en sus labios, besas los tuyos”.
No es que Djuna haya sido mi ícono sexual o algo parecido, la cosa está en mi admiración por su independencia, su manera de pensar y asumir la vida, su espíritu de mujer diferente. Y, entonces, por si esto fuera poco, aparece otra escritora llamada Ena Lucía Portela (La Habana, 1972), tan o quizá más hermosa y sensual que Djuna, con iguales o, vamos a ser sinceros, mayores recursos expresivos y una fuerza literaria que aturde. Es muy difícil para un hombre arrastrado por su libido (me estoy refiriendo a mí) descubrir a una mujer hermosa que escriba por encima de su belleza, o sea, que ejecute milagros. No es que Ena Lucía sea mi ícono o algo parecido, la cosa está en… Todo lo demás.
Lo primero que leí de ella fue el cuento con el que ganó el premio Juan Rulfo, “El viejo, el asesino y yo”, y quedé tatuado por esa historia convulsa que pertenece a lo mejor escrito en Cuba —no solo en los años noventa del siglo pasado. Pero esta reseña pertenece al libro Djuna y Daniel (Ediciones Unión, 2007), libro en el que la autora hace un bojeo por los años parisinos de Djuna, los mismos en donde conoció a Daniel A. Mahoney y en donde ambos afianzaron su amistad.
Como siempre hago, me robé la novela de librería Fayad Jamís, no por vocación, sino porque estaba sin un medio y porque me fue imposible, simplemente, apartarme de la novela. Buscaba en ella, en verdad, el aspecto morboso de la vida de Djuna, toda esa onda medio retorcida con el padre y la abuela, todo eso que a cualquier hombre arrastrado por su libido (me estoy refiriendo a mí) podría subyugar. Pero resultó que Ena enfocó la historia por otro ángulo y me dejó sin defensas, voy a hablar claro, me cogió por el cuello y no me soltó hasta la última página. Pues la historia se centra en el aspecto humano de dos personajes tremendamente arrasados por sus sentimientos y sus desdichas, por esa nociva costumbre que tenemos todos de soñar y que al final, solo al final, sin embargo, es lo único que logra salvarnos.
Ena me mostró una Djuna más total, pude verla, conocí verdaderamente a Djuna y me doblé con su sufrimiento. Dejé de verla desde mi óptica sexual y sentí el inevitable temblor de la belleza y el amor. Daniel también me dominó, me puse su capa raída y me marchité con su tristeza y sensibilidad, disfrazada, aclaro, con su mal genio y desdén por los seres humanos.
Ena ha conformado una novela inolvidable, y que conste que nada de lo escrito antes y ahora son halagos, suelo exaltarme cuando algo me gusta, pero en este caso todo está restringido a la más absoluta realidad. Djuna y Daniel es un fragmento de dos vidas que todavía titilan desde el dolor, la incomprensión, la soledad, la belleza, la locura y la magnificencia que caracteriza a nuestra especie.
Javier Rabeiro Fragela. Matanzas, 1978. Narrador
Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Premio Farraluque de Literatura Erótica 2006. Premio Alfredo Torroella 2006. Finalista en el Concurso Internacional de Minicuentos El Dinosaurio 2006. Tercer Premio de Ciencia Ficción de la revista Juventud Técnica 2007. Premio Ernest Hemingway 2007. Mención en el Concurso Internacional de Cuento Casa de Teatro 2009. Premio Luis Rogelio Nogueras de Novela 2011.