Mi entrevistado ha traído a Cienfuegos dos de los más importantes lauros que pueda ahora mismo estar “jociqueando” un escritor de cualquier latitud de nuestro país: el Fundación de la Ciudad de Santa Clara y el Oriente.
Pero más significativo, más estimulante, resulta a mi juicio, para el movimiento autoral de esta provincia (mental e insanamente borrada del mapa literario nacional durante un lamentable y extendido tiempo) el hecho de que Alejandro Cernuda, junto a Kryster Álvarez, que se agenció el Premio Hermanos Loynaz con su libro de cuentos Nieve en el 2010, y junto a la consolidación editorial de escritores como Atilio Caballero y Marcial Gala, entre otros, ha contribuido a que otra sea la mirada y la noción que hoy se tiene del quehacer literario que se gesta en la Perla del Sur.
Fue necesario asistirme de un tiempo prudencial que me permitió elaborar con mayor precisión el proyecto de cuestionario para él, con el cual creo que nunca habría llegado a estar satisfecho si la nobleza de un proyecto como el que instrumenta el Centro Dulce María Loynaz para promover en la capital a los escritores que vivimos en el interior del país —Isla en el Centro— no me brindara la posibilidad de escucharle alguna que otra confesión durante esos días de abril en que entre tragos, conversaciones cordiales y no pocas veces interrumpidas, y algún cigarro picado, nuestra complicidad hacia una novia común: la Literatura, se fue haciendo más evidente.
—Llevo un par de años amenazándote con realizar esta entrevista. ¿En algún momento creíste que escaparías de ella?
—Una entrevista es un arma de doble filo. Tú me ofreces la navaja de una forma tan cándida que al yo asirla te puede cortar. Soy un tímido empedernido y no me gusta la polémica, no para mí, pero más le temo a ser insincero.
—Me gustaría saber, y sospecho que todo el que haya leído Enamorarse de Ana, tu primera novela, también, porqué decidiste refractar la figura del Demonio en un extranjero, Elliot Klein, sumergido, enclaustrado en un recóndito pueblo de nuestra nación.
—No me sorprende, Ian Rodríguez, que esgrimieras con tanto apresuramiento una pregunta tan capciosa como esa. Elliot Kleinn no necesita ser perdonado de nada, ni siquiera de ser bosnio o engendro maldito. Ni yo he pensado tanto en él, al punto que me avergüenza no conocerlo mejor. Pero sí sé del pueblo a donde lo trajo su propia nostalgia. Habría que responder esta pregunta mostrando los revolcones de la imaginación. Yo prefiero que el interesado piense en el tortuoso proceso de escribir una primera novela sin saber cómo se hace. Y si eso no basta y persiste el contrapunteo entre el extranjero diabólico y el pueblo terrenal, aburrido y común, entonces debo citar a György Lukács —si tuviera a mano la frase— cuando dijo que gran parte de la buena literatura se había hecho colocando un personaje corriente en un lugar sui géneris. Yo hice lo contrario, y Cervantes, y Voltaire, y Carpentier, pero a mí no me salió tan bien.
—A tu juicio qué está sucediendo con la novela en Cuba, qué exigencias esgrimirías para quienes la escriben y cuáles resultan atendibles para ti.
—En Cuba fluctúan con rapidez las preponderancias de los géneros literarios. Si hace unos años era remarcable la regencia de la novela, hoy, dentro de la narrativa, hay un despuntar del cuento. Otro tanto ocurre, por ejemplo, entre el verso blanco y la poesía rimada, o entre lo lírico y lo épico dentro de la poesía. Asimismo, entre el número de escritores o escritoras en el “boom”. Estas fluctuaciones dependen de muchas cosas, entre ellas los incentivos que recibe el creador, las exigencias técnicas e incluso la moda en el punto espacial: hoy manda la primera persona. Hay, también, un proceso de desmitificación filosófica de la novela: vamos abriendo el espectro hacia el comercio. En estas condiciones no me atrevería a ser categórico. Sin dudas hay escritores de buen dominio técnico, pero la novela es poco exigente en ese sentido, y por el contrario exige mayor frescura en argumento.
—Hasta donde puedo saber cultivas el cuento, la novela y el ensayo… ¿por qué no escribes poemas?
—Me preguntas sobre algo que tenía claro y ya no. Si te fijas en la trayectoria de los escritores del entorno llegarás a la conclusión de que son pocos los que no han incursionado en la otra cara de la literatura; más allá lo hizo Hemingway, lo hizo Cervantes. Poquísimos escapan, así que hay un momento para todos. Sin embargo, cada escritor es legitimado por una vertiente específica. Ian Rodríguez es más poeta que narrador, y a pesar de no ser puro, es más poeta que otras cosas, al punto de enmarcar esta pregunta en la ausencia lírica, supongo, y obviar otros deslices, como la dramaturgia o, si se quiere, el periodismo, el guión. No escribo poemas porque no sé hacerlos, pero tampoco soy muy ducho en narrativa… Ya se verá.
—Valora con sentido crítico el quehacer literario en nuestra provincia. Al hacerlo sería conveniente, para que resulten más provechosas tus consideraciones, que tengas en cuenta las siguientes perspectivas que pudieran corresponderse con los implicados en registrar o no su salud: los autores, la institución que los representa, el lector, la crítica especializada.
—Todos son elementos concatenados, y en esta cadena quien menos peso tiene y por tanto es menos culpable, es el elemento a quien más agenciamos ejecutividad. Por eso voy a comenzar por la institución. Es un trabajo arduo representar a tan amplio espectro de escritores cuando los parámetros a seguir son variables. ¿Para qué se representa? No está probado que un escritor necesite del Instituto Cubano del Libro, como tampoco necesita una prostituta de un proxeneta. Sin embargo, los elementos se buscan porque, y es una cuestión vital del arte: el creador es un ser social y por tanto la legitimación no está dada por la sola presencia física de su obra en la librería. El escritor se acerca al ICL porque necesita ser reconocido como tal ante la sociedad. Si Aristóteles fuera un cubano de estos tiempos habría mantenido la frase de que en el principio de todas las causas está Dios, pero habría puesto, antes de llegar a Dios, alguna institución. Esta —la legitimación social del escritor— podría ser la causa teórica, la hipótesis del contrato, si es que los contratos están basados en hipótesis.
“Por lo demás, el ICL regula el proceso editorial, los números, provee a algunos escritores de un paliativo mediante actividades y otras prebendas. Sería bueno, y lo digo por el bien de la literatura, que su política perdiera un poco la noción de entidad niveladora, ya que los escritores dependen de una calidad competitiva, y adoptara relaciones diferenciadas con sus representados. Bueno también que el escritor no se sienta enfermo de la fiebre de subsidio que sufre la institución. Una culpa ajena al artista… Pero he hablado en términos generales. Creo que en el caso de Cienfuegos, el Centro Provincial del Libro ha desarrollado en los últimos tiempos una labor meritoria en el campo de la promoción literaria, y ha seguido estrategias inteligentes para sacar —al menos intenta— a Cienfuegos del ostracismo típico que imponen sus características culturales, económicas y hasta geográficas.
“El segundo elemento de esta cadena —o el primero—: el autor, es el menos fallido, pero si debo ser crítico, diría que en relación con otros conglomerados, y en tono con la verba oficial, nuestras producciones siguen siendo bajas en el marco nacional y los textos menos atrevidos en aspectos formales y argumentales. El otro elemento de la cadena, el más complejo, es el lector, pero aquí sería necesario tener en cuenta aspectos extraliterarios. Opino que el público cienfueguero no es el peor de Cuba. Los números dicen que se lee, sin embargo, no se logra con frecuencia un número importante de lectores adheridos a un creador en específico, algo vital en la lubricación de esta cadena.
“En cuanto a la crítica, hay un problema filosófico que me parece no entendido por las personas que laboran en esta parcela. En los tiempos que corren hay una ley: sin crítica no hay arte, y es preciso hoy que la crítica —la poca que tenemos— se aleje de su propio lenguaje enclaustrado y se abra al público”.
—No sé si en alguna ocasión me has escuchado contar la anécdota de que tengo un abuelo que siempre que nos vemos, cuando consigo visitarlo allá en Oriente, indaga ineludiblemente si ya trabajo, a pesar de las ya casi dos décadas que llevo vinculado, no solo al oficio de escribir, sino que, como sabes, he asumido dentro del organismo varios cargos de dirección, he sido indistintamente asesor literario, promotor cultural y editor. En tu caso, ¿cómo te va en el entorno familiar, siempre han asimilado tus inclinaciones artísticas? ¿De dónde has recibido el más puntual aliento para persistir?
—Al principio la gente te critica por perder el tiempo o te deja jugar, luego, si tienes suerte, te admiran, pero siempre vas a ser un incomprendido, aunque en mi caso eso no ha representado un trauma. Lo más difícil es explicarle a la gente que uno vive de escribir —aunque no sea de una manera directa—. La gente quiere saber cómo se gana dinero, hasta si tienes derecho a la jubilación o a un certificado médico. Creo que este sistema “el carné de escritor” dará seguridad social en un aspecto que por subjetivo no se ha señalado en la nueva ley. Ahora los escritores enseñarán el carné a los descreídos y la duda, aunque justificada, se diluirá un poco. Lo curioso del aliento que uno recibe es que a veces sobra y otras escasea, pero uno como que lo acumula para los momentos malos. Tuve la suerte de encontrar una muchacha que escribía fragmentos de mis textos en el espejo de su cuarto. Tenía buena letra y un paño húmedo.
—Eres uno de los tantos graduados en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Después de pasado un tiempo que valoración pudieras ofrecer desde dos aristas: me gustaría que reflexionaras primero sobre tus compañeros de grupo y luego sobre la labor de esta prestigiosa institución que, como bien conoces, como todo lo que se hace con buena voluntad, dedicación y esmero, tiene no pocos y empecinados detractores.
—Para quien no sabe nada es como un cambio de vida, lo digo con respeto al término espiritual y espiritista. Yo no tenía idea y vine con un poco de luz, pero esa es mi experiencia personal. De ahí nace mi agradecimiento, el cual he procurado expresar en cada oportunidad. Los compañeros de clase… como en toda escuela, sólo que allí es más tangible el cuestionamiento de quién va a llegar a ser bueno o no, aun cuando la conclusión pueda ser errónea. Te queda al fin el conocimiento de gente joven, inteligente en la mayoría de los casos. En el caso de los detractores, la mayoría de sus argumentos —y hay que escuchar los argumentos de todos y entenderlos— son en cuanto a la metodología o gracias a ciertos resquemores con El Chino (Eduardo Heras León). Ni de él ni de la escuela tengo nada que objetar.
—¿Qué crees de la abundancia de cuentos escritos por nuestros contemporáneos que padecen enfermizamente del acicate de la inmediatez? ¿No te parece que en ocasiones algunos jóvenes autores se enfrascan demasiado en testimoniar lo cotidiano, condenando a aquello que avizoraba personajes bien caracterizados o sustanciosos argumentos, a no pasar de ser un remedo del más inapropiado, desdeñable, o insípido ejercicio periodístico?
—¿Qué te digo, Ian? La juventud está perdida. Pero la literatura ha sido el arma por excelencia, ha sustentado y se ha enfrentado contra todas las manifestaciones humanas, contra la política, la religión, las dictaduras, la burguesía, la aristocracia, la esclavitud, a favor y en contra de todos los defectos y virtudes humanas; y sin embargo, la literatura no es eso, es más. Si notas un exceso de jóvenes escribiendo sobre la actualidad, un exceso de ejercicio periodístico, como tú lo llamas, es probable que no estén haciendo buena literatura, no en un sentido estadístico, pero es seguro de que algo literario notan en esa realidad… por lo demás, son jóvenes, ¿de qué van a escribir?
—He constatado tu apasionamiento por la Historia, y en particular el fervor con que te aproximas e indagas en la vida y en la obra, en la figura de nuestro José Martí cuando entre los jóvenes escritores lo más común es asumir tendencias hedonistas, iconoclastas o nihilistas. Me gustaría escucharte reflexionar al respecto.
—Podría separar mi interés martiano de cualquier otro tipo de indagación histórica, al menos en los motivos y las consecuencias. El conocimiento de la historia —que no lo tengo— se convierte en materia prima a la hora de escribir. Para algunos escritores el jugo se encuentra en otra parte: en la ciencia, el arte, la sociedad, la religión, pero lo ideal para un escritor es tener una amalgama conformada por la mayor cantidad y profundidad de tópicos. Eso lo sabe cualquiera. La Historia, como lo demás, exige tomar partido en ciertas tesis, y por el contrario, el escritor es más dueño de su oficio mientras mayor sea su capacidad de mantener un nivel de tolerancia, de entendimiento, de duda. Eso lo saben algunos.
“En cuanto a mi interés por Martí, diría que tiene un elemento sinuoso, es un acercamiento menos profesional y que a la vez puede expresarse igual que los otros elementos. Él nos lleva a otra parte pero nosotros nos quedamos aquí. La gente puede ser hedonista o lo que le dé la gana, los jóvenes —a lo mejor ya no lo soy, y no me importa— en la mayoría de los casos dejan de serlo y hoy sería iconoclasia levantar ciertos santos caídos”.
—Supe por Atilio que trabajas en una nueva novela, si no padeces de esa superstición que tienen algunos autores que los lleva a no aventurarse a revelar nada antes de terminar el proyecto en que se enfrascan, ¿podrías adelantar algo de ella para quienes admiramos tu labor?
—Oye, una entrevista es como estar en la esquina y gritar las verdades para que la escuchen los desconocidos. Yo podría contar el argumento a cualquiera, sin superstición, pero esto nunca sería el acto vanidoso de hacerme oír, sino un proceso de prueba basado en las reacciones que pueda tener el oyente. Por lo demás, cuando un escritor le cuenta a otro, muchas veces, como en mi caso, lo hace desde el punto de vista de la forma y no del argumento. Y tampoco escribiría si tuviera que salir a la calle para pregonar la mercancía. Sólo te diré que…
—¿Qué te seduce más, la sombra o la luz?
—Si la sombra es oscuridad: ¿quién puede distinguir entre la oscuridad y el alma?, se preguntaba Yeats, y quién sabía más que él de sombras y almas —místico, discípulo de Blavatsky, el eterno rechazo de la mujer amada—. En todo caso la sospecha de semejanzas entre la sombra y el alma infiere lo mismo para el cuerpo y la luz. Si esta es la metáfora encerrada en la pregunta entonces habría que elegir algo así como la penumbra. Uno puede elegir entre el ron y la cerveza, Cienfuegos o La Habana e incluso entre un amor u otro, pero es inútil cualquier elección entre fuerzas vitales… inútil creer que se nos será concedida la ausencia de algo para no ser nosotros mismos. En la sombra están los peligros, las emboscadas, los fantasmas y una especie de intimidad. La luz es la feria, la vanidad, pero también la luz se relaciona —Martí lo hacía— con la virtud. Alma y virtud, cuerpo e intimidad, sombra y luz…