EMPEZAR DE NUEVO
Tenía que ver el ímpetu
con que mi padre lo decía:
La Revolución.
Como si fuera una materia viva,
un músculo morado,
un elemento de primera necesidad.
Tenía que ver aquello, mucho más indescriptible,
de lo cubano en su peso,
en su funda violeta,
en su caldo.
Tenía que ver con la mirada
en la cresta de la masa de la ola,
o con la puesta, febril, de la pupila en la cresta
de la masa de la ola,
como con cierta estrategia
de la emoción que nunca falla.
Tenía con ver con eso.
De modo que si hoy
apenas queda
la mitad de la mitad del todo
y una salada sensación de espanto,
que la nombra
de modo breve y evasivo,
y la hace homóloga del símbolo
del estado de alerta,
y del elemento similar a cero,
cuidado. Cuidado que esto no significa
que sea irreversible la euforia,
que esté muerta y tendida y condenada la euforia,
que no pueda emerger,
más limpia y olorosa,
la vena de agua.
Ni que a la antes sustantiva
y al cabo desperdiciada emoción,
le sea imposible recobrar su fabuloso estado.
Camarada,
amigo, amante,
adversario incluso,
criatura recién parida, embrión:
los campos diversos
de la nación aguardan,
todas las plazas públicas
de la nación aguardan,
las tarimas aguardan.
La rosa y la materia pútrida aguardan.
Cientos de zonas en blanco aguardan,
como cunas,
los mejores versos
las mejores prosas,
el ímpetu
con que no sé decirlo:
La Revolución.
PROCLAMA DEL INFELIZ POETA
Esa baba de cambio
que es la plata,
no guarda afinidad conmigo.
Lo dice la primera estrofa
de un poema tuyo a medio hacer
que es un poema trunco
precisamente porque flaco,
casi nulo, es tu capital.
Yo te consuelo, amigo,
hermano autor desconocido.
Ser escritor en un sistema
que no comprende la poesía,
es peor que la tristeza.
Lo adivinaron Homero y Maiakovsky:
había que imponer el sistema de la poesía
con la nariz golosamente hundida
en cualquier cosa con letras.
Pero también con la nariz a salvo
de cualquier cosa con letras,
habría que imponerlo.
Ser Homero y Maiakovsky
cada día. En todas partes.
De modo que si te contratan
para pegar etiquetas,
acudas a pegarlas
con el pensamiento fijo
en el poema que descansa
a medio hacer sobre tu escritorio,
y pases la jornada laboral
adivinando qué otro giro darle
a esa primera estrofa.
Y qué poner después,
y de qué forma,
en las estrofas que faltan.
Se trata, amigo,
autor desconocido, hermano,
de que a medida que hagas
por obligación
cualquier otro trabajo,
dentro o fuera de las letras
y de las palabras
que a las letras potencializan,
construyas una voz,
la misma voz
de quien no guarda
afinidad alguna
con esa baba de cambio
que es la plata.
Con una táctica así,
es innegable,
más de una etiqueta quedará ladeada
y al verlo el patrón,
te cerrará el contrato.
Pero quizás en ese ardiente
instante del despido
—todavía sin las palabras
de las estrofas que faltan—,
comiencen a brotar
las estrofas que faltan.
DANZÓN
las amarguras no son amargas,
cuando las canta Chavela Vargas…
La mano ponme aquí, ay, Macorina,
hacia la vueltabajo de mi vientre.
Escúrrela menuda y suave entre
el pubis y las ingles. Macorina:
ataca mi molino sin preámbulo.
No importa que nos miren y tampoco
importa que nos echen si, a lo loco,
y al son de aquel, tu dedo más sonámbulo,
estalla mi faceta masculina
en tan precipitado frenesí,
que no admite la forma clandestina.
Cubana, por favor, pégate a mí.
Aplácame con creces, Macorina.
Ponme la mano aquí.
DONDE CANTO UNA CANCIÓN DESESPERADA Y GENITAL
Hay una exposición de caracolas
tocadas de algún modo por Neruda,
de pobres y marchitas caracolas
(torcidas en su efigie blanca y muda)
que ya no son amadas por sí solas
ni duermen en el mar porque Neruda
cargó a casa con ellas y juntólas
creando colección y así la duda
en torno a si una dulce caracola,
con sólo ser tocada por Neruda
supera lo que vale por sí sola,
y que es ser ella misma, sin Neruda,
—de una forma torcida y testaruda—,
nada más que caracola.