“¿No te da la impresión de que hace 40 años no surge un buen escritor en Cuba?”. Esta pregunta la devolvió Leonardo Padura cuando fue entrevistado para La Letra del Escriba, con el ánimo de ilustrar la ausencia de una adecuada proyección promocional y comercial dentro del ámbito editorial de la isla que facilite el reconocimiento de los autores cubanos de las últimas décadas.
Sin embargo, presiento que esa cuestión acaba de obtener respuesta. Sí, ahora tenemos ya ese “buen escritor”. Es el propio Padura.
En lo que parece una señal (¿clara?) de finalmente hacer profeta en su tierra al creador del personaje Mario Conde, acaba de convertirse Padura en el primer cubano prestigiado con la Semana de Autor, evento anual que la habanera Casa de Las Américas celebra desde el 2000 y hasta la fecha ha reunido una lista de figuras selectas de la literatura latinoamericana (entre ellos: Ricardo Piglia, Luisa Valenzuela, Rubem Fonseca, Pedro Lemebel, Sergio Pitol y William Ospina).
La cita dejó entrever, además, cierto boom editorial de Padura dentro de la islacon un lanzamiento más de su novela El hombre que amaba los perros (y el anuncio de la ansiada reedición, pues la primera, de 2011, fue aquella que se evaporó de forma misteriosa, sin que el número de ejemplares anunciados constara físicamente en las manos de lectores interesados) y presentaciones de La memoria y el olvido (artículos periodísticos, Editorial Caminos) y Un hombre en una isla (ensayos, Ediciones Sed de Belleza).
Tales circunstancias invitan a especular si no se estará “haciendo la cama” a Padura, o “sirviendo la mesa”, para una candidatura que en fecha no muy lejana convierta al novelista en el primer Premio Nacional de Literatura nacido de los 50 hacia acá.
Lo cual, cabe decir, sería más que justo, porque en este justo instante no hay autor cubano vivo que lo merecería tanto, si tomamos como criterios básicos el que actualmente ocupe Padura el tope de la preferencia entre los lectores cubanos y sea, probablemente, el de mayor repercusión internacional.
También porque Padura viene siendo ejemplo del escritor que encima se asume a sí mismo desde el rol de un “intelectual”, de alguien que se arriesga en la res pública y expone su voz desde el compromiso con una identidad nacional y desde una postura crítica hacia las circunstancias que le han tocado vivir.
Para beneplácito de quienes lo apreciamos no sólo por lo que escribe, sino igualmente por su lucidez ajena a componendas de redil y por su integridad humana, desde el arranque de la Semana de Autor, dejó saber Padura que no iba a acallar su lengua dura, ni acogería tal distinción con paños tibios.
Durante su intervención del 17 de noviembre —Escribir en Cuba en el siglo XXI. (Apuntes para un ensayo posible)—, Padura fue a contrapelo de olvidos convenientes y evocó eras oscuras y tragos amargos absorbidos en medio de la novela de su vida. Y a propósito del duro oficio de hacer hoy literatura en Cuba dijo:
“La escritura en Cuba es un acto o vocación de fe, un ejercicio casi místico. En un país donde la publicación, distribución, comercialización y promoción de la literatura funciona de acuerdo a coyunturas por lo general extra artísticas y no comerciales, búsqueda de equilibrios culturales y hasta códigos aleatorios de imposible sistematización, la situación del escritor y su papel se vuelven inestables y difíciles de sostener. Los escritores que publican en Cuba reciben por sus obras unos derechos retribuidos en la cada vez más devaluada moneda nacional —en función de lo que se puede adquirir con ella—, cantidades pagadas muchas veces con relativa independencia de la calidad de su obra o de la aceptación pública que consiga. Estos derechos de autor, por supuesto, hacen casi imposible la opción por la profesionalización de los escritores (lo cual, justo es recordarlo, resulta bastante común en todo el mundo), lo cual puede incidir en la calidad de la obra emprendida.”