EL SÍNDROME DEL EMIGRANTE*
Diez de la noche.
44 grados Celsius en París.
Este pueblo casi vacío en pleno agosto.
No quisiera salir
de este vagón del metro.
Con el aire acondicionado bien alto.
Todos se ignoran.
Juegan, como siempre,
a “voy solo en este vagón
y no existe nada más.”
Miran a un punto en el infinito.
Nunca encuentro ese punto
pero existe
porque todos lo miran
con insistencia.
Yo, con mi gorra y mis gafas oscuras,
me siento mejor.
Como un ciego.
Nadie me ve los ojos.
Miro de soslayo a una señorita
despeinada
y sucia por el calor.
Escucha música
con los auriculares
embutidos en los tímpanos.
Hay asientos pero sigue de pie
concentrada en la música.
Tiene los brazos alzados para agarrarse.
Se pasa la punta de los dedos
por la axila izquierda.
Restriega bien la yema de los dedos
en el sudor
y se huele.
Después hace lo mismo
con la axila derecha
y la mano izquierda.
Sigue con la mirada perdida
en un cabrón punto del infinito.
Y yo tengo una leve erección
mientras me concentro en sus axilas.
Y supongo el olor a sudor que tiene.
Puedo hacerme una paja
cuando llegue a casa.
Lo mejor del día.
Esa chica
y el aire acondicionado.
Lo demás es mierda.
EL FANTASMA
Alguna vez creí en el fin del mundo.
Ya no.
Tampoco en el inicio.
Quizás sólo creo en un lugar
borrascoso
donde el mar y el viento
arrojan salitre y espuma
sobre mi cara.
Cuando me aburro
doy la espalda y cierro los ojos.
Trato de olvidar y sonreír.
Escucho esos boleros desesperados.
El fuego está encendido
dice ella.
El cinismo tiene un precio
digo yo.
Y regreso siempre.
Hasta el final.
La vida no es tan larga
como parece.
MORIR EN PARÍS
Morir en París
en pleno agosto
por un golpe de calor
africano
puede ser una imbecilidad más.
En una sala de cine X.
O en medio de una lapdance.
O con el látigo en la mano
Leyendo a Anais Nin
y meando a esta mujercita
que atraviesa medio mundo.
Sólo para que yo le mee la cara
con mi orina caliente y salada.
Esta mujercita que se hace pasar
por niña tonta
y juega
a las máscaras venecianas.
Cada día con un disfraz diferente.
Provoca a los negros y a los marroquíes,
en el boulevard de Clichy.
Le gusta ver como se masturban bajo los árboles
mirando sus piernas abiertas.
Sale sin ropa interior.
A medianoche.
Vestida de negro, con faldas cortas.
“Comienza El Show de La Vampira”, me dice.
Regresa con la ropa manchada de semen.
Turbada y nerviosa.
Bebe un whisky doble,
en silencio.
Escucha a Joan Baez, Farewell, Angelina.
Morir en París,
en una celda,
borracho como un perro,
con el cerebro soltando espuma.
En la niebla el policía me dice:
detenido por desobediencia civil.
No sé qué hacer
en medio de tanta espuma.
En realidad fue exhibicionismo.
Le dije a Emmanuelle en Le Cigale
Est-ce que tu aimes voir mon anaconda?
Ella abrió los ojos.
Sorprendida.
Pero miró a mi entrepierna.
Bajé el zipper y me la saqué.
Musculosa y gorda.
Delante de todos.
Mi anaconda tan hermosa y útil.
Siempre hambrienta.
Me acusan de desobediencia civil.
No entiendo.
En mi país
es exhibicionismo.
Y creo que solo una multa.
Sin cárcel. No estoy seguro.
Como las leyes cambian tanto.
*Este poema y los que siguen fueron recogidos en Morir en París, publicado por la Embajada de España en Cuba dentro de “Poemas de ida y vuelta”, colección de libros de poesía en formato doble (un poeta cubano por una cara y un español por la otra). Acompañó a Pedro Juan Gutiérrez el volumen Aquí y entonces de Benjamín Prado.