El perro sobre el linóleo
—El viejo se me aparece en sueños —le dije, echando la colilla dentro del vaso—. Me mira detrás de sus gafas, con las pupilas agrandadas. Me insulta en un idioma que no entiendo, y me escupe. Cierro los ojos, pero el chilguete pega en el blanco, y la saliva gotea desde mis pestañas. Me limpio las manos untadas con algo que parece fango, pero es sangre.
—No hay duda de que la guerra los dejó chiflados.
No te imaginás las cosas que soñaba Samuel…
Lucila tomó su teléfono.
—Tengo que leerte esta frase que encontré: @oyecelosa Si intentas recordar algo, lo olvidarás. Si intentas olvidar algo, lo recordarás siempre
Se acomodó en la cama sin dejar de mirar el aparato.
El mar daba un cabezazo contra el rompeolas del Marrakech y enseguida se escuchaba el tableteo de las piedras arrastradas por el reflujo. La luz de la única lámpara de la mesa de noche disminuyó repentinamente su potencia, como si estuviera a punto de producirse un apagón. Por un segundo, miré su rostro iluminado por el resplandor azulado de su móvil. Lucila me miró asustada, pero la luz volvió a brillar y sonrió. Buscando mis chanclas me encontré debajo de la cama un preservativo. Había otro debajo de la mesa de noche. Los recogí con un clínex. Al mirarme con el bulto blanco, del tamaño de una torunda, camino al baño, Lucila se cubrió la mirada con gesto teatral. Le correspondí con una mueca. Aquel fue un auténtico momento de intimidad. La estábamos pasando muy bien. “Me vendría bien como compañera de juegos, sí, señor”, pensé, mientras cerraba la puerta del servicio y arrojabalas coloridas piezas de látex dentro del basurero. Me olí las yemas de los dedos. Miré en el espejo las bolsas hinchadas y oscuras debajo de mis ojos. En mi cabeza, Samuel decía con sorna: “lo que hace contigo lo hizo conmigo”, y yo le respondía, canturreando: “dulce es la venganza”. Allí estaban las venillas rojas y azules rodeando mis tobillos. Miré mi barriga. Las cicatrices abiertas por una cirugía laparoscópica parecían dos antiguos orificios de bala. Miré mis pechos caídos y poblados de un vello hirsuto y entrecano. Saqué un frasco con perico que traía en un estuche, con la pasta dental y el pastillero, y me serví dos líneas sobre el azulejo. La ducha arrojó al piso gotas y breves chorros, como si emitiera un mensaje en morse. Halé la cadena y volví a la habitación con renovado entusiasmo. Lucila tecleaba con ambos pulgares.
—Estoy escribiéndole a mi madre para que no me espere. Se preocupa…
—Me he quedado pensando en eso que leíste: “Si intentas olvidar algo, lo recordarás siempre…”.
—Lo encontré en Twitter. Hay gente muy ingeniosa que escribe cosas.
—La memoria juega con nosotros. Nos martiriza.
Sin dejar de mirar el teléfono, dijo:
—Escuchá esto. “Soy el sumo sacerdote Kalamake, guía espiritual. Con mis hechizos he ayudado a muchaspersonas a cumplir sus sueños más grandes. Muchos corazones se rompen todos los días y sufren. No seas uno de ellos. Permíteme ayudarte. Mis poderosos hechizos pueden atraer tu alma gemela, procurar venganza, riqueza, hijos ¡y mucho más!”.
—¿No me digás que creés en esas tonterías?
—No creo ni dejo de creer. Mi madre buscó a un hombre que se hace llamar El Profesor Adalberto, experto en amarres y limpiezas espirituales, para que le dijera si yo iba a encontrar el buen camino. Muchas cosas se cumplieron al pie de la letra.
—¿Cómo cuáles?
—Que tendría muchos amores y correría peligros.
—Que dunda. Para saber eso no hace falta ser un mago.
¿Qué más?
—No quieres saberlas.
—Sí, quiero.
—Es peligroso. Mis recuerdos pueden ser perturbadores. Te lo advierto.
—A ver, impresióname.
—Samuel sufrió mucho cuando le conté las cosas que me pasaron. Yo intentaba tranquilizarlo diciéndole que todo ocurrió cuando él no estaba en mi vida. Ya lo pasado, pasado. Pero no. Se clavó y mi historia le produjo padecimientos. Era un hombre. Como casi todos los hombres, sus celos eran retroactivos. Un hombre tierno, sí, pero frágil, como todos los hombres. Le extendí un cigarrillo y prendí otro para mí. El humo adquirió formas caprichosas: medusas, volutas, perfiles fantasmagóricos.
—Contáme algo, a ver.
Un ligero estremecimiento recorrió su cuerpo, como si el agua del oleaje llegara a tocarle los pies.
Miguel Huezo Mixco. El Salvador, 1954. Escritor
Su obra literaria en conjunto consiste en un puzle biográfico en el que echa mano de la poesía, el testimonio y los viajes reales o imaginarios. A través de personajes dispuestos al sacrificio o la traición, sus novelas Camino de hormigas (2014) y La casa de Moravia (2017) repasan la vida tragicómica de la Centroamérica del cambio de siglo. Sus poemarios El ángel y las fieras (San José, 1997), Comarcas (Panamá, 2002; Veracruz, 2004; Saint-Nazaire, 2004) y Edén arde (San Salvador, 2014) son la hoja de ruta de un autor que ha vivido en los mundos de la ciudad y el campo, la guerra y la paz, la modernidad y la posmodernidad. Expedicionarios. Una poética de la aventura (2016) es un ensayo apasionado y erudito sobre siete autores fundamentales para su propio ideario estético. Artista residente en Yaddo, Nueva York; en la Maison des Ecrivains Etrangers et des Traducteurs, Saint-Nazaire; y en Headlands Center for the Arts, San Francisco, California.